Capítulo 14. La Noche y Jaques.

503 64 3
                                    




"El olor al aire, era a tierra húmeda y al bosque, algo que tenía un efecto tranquilizador en mí. Ahí estaba, entre los arbustos nuevamente con mi padre. Habíamos estado siguiendo una cierva desde hace un par de horas y esta se encontraba justo frente a nosotros bebiendo del arroyo. Yo tensé el arco y disparé. Ella cayó y sentí sobre mi hombro, la mano de mi padre, pero esta había cambiado se sentía muy diferente. Su callosa mano había sido remplazada por una esquelética y su rostro...su rostro con la tierra húmeda escurriéndole de la mandíbula. con una espada vieja, enterrada en el pecho del pobre hombre".

     Jacques despertó sudando en frío, estaba temblando y la imagen de su padre aún estaba grabada en sus pupilas. Pudo notar la niebla que se había colado en el interior del establo. Los caballos encabritaban, como sí aquella niebla se tratase de un humo maligno. Jacques se talló los ojos y miró a su lado, en la pila de heno donde el caballero se había recostado previamente, solo que este se encontraba vacío. Entonces giró la cabeza al otro lado y vio a Ser William sentado en una silla, en las manos tenía su espada y una piedra de amolar. El caballero pasó la piedra de amolar sobre el filo de la hoja una y otra vez en un ritmo casi hipnótico.

     —¿Habéis tenido una pesadilla? —Le preguntó el caballero a Jacques, sin mirarle a la cara.

     —Sí. —Respondió Jacques. —No sé lo que fue...solo que es algo que no quiero volver a ver en toda mi vida.

     —Lo sé, yo también tuve una hace poco... —Respondió Ser William. El caballero alzó la mirada y miró a Jacques a los ojos, el azul de sus ojos mostraba un horror impregnado en ellos, muy parecido al que el cazador había experimentado anteriormente.

      Entre la bruma que cubría el escenario, vieron una sombra que se acercaba hacia ellos. aquella crecía a medida que se acercaba hacia los dos, sin embargo la silueta a la que le pertenecía aquella sombra, era pequeña. Finalmente se reveló un pequeño niño; flacucho y envuelto en girones de tela que debían de haber sido sus ropas, el niño estaba riendo. Jacques se apresuró a tomar la espada y la colgó en su cinto.

      —Pensé que el sacerdote había dicho que no había hombres en la aldea. —Dijo Jacques, su tono era temeroso y cauto.

      —Sí, eso había dicho. Pero puede que quede al menos uno de ellos. —Respondió Ser William. Después el hombre se levantó y se dirigió a la entrada del establo. El niño estaba con la cabeza gacha y cantaba una pequeña melodía en voz tranquila y susurrante —¿Hola pequeño, ¿Por qué estás despierto a esta hora? —Le preguntó el caballero, pero el niño, solo soltó una risita y se dio la vuelta. Inmediatamente empezó a correr entre la bruma.

      —¡Vamos! —Exclamó Jacques, sabía que algo no estaba bien con el niño, y era obvio que quería que le siguieran.

      —¿A seguirle?, ¿Qué pasará con las chicas, con lady Allys? —Le preguntó Ser William.

      —Puedes quedarte aquí si quieres, pero yo quiero saber porque este niño está aquí. —Respondió Jacques. "De hecho es mejor si te quedas aquí, tú serías el último hombre con el que quisiera pasar más tiempo caballero." Pensó Jacques. El muchacho empezó a correr tras el niño. El camino estaba lleno de lodo y le extrañaba que el niño no dejara huellas de sus pies descalzos sobre el camino. No pasó mucho hasta que le ubicó en la plaza de la aldea, sentado en la fuente, meneando sus piernas adelante y atrás como si aquel niño hubiese estado esperando a que le persiguieran. El niño era rápido, mucho más rápido que cualquier caballo o ciervo que Jacques hubiese visto correr. Algo andaba mal con ese niño. Luego escuchó el ruido de placas metálicas chocar las unas contra las otras.

La Doncella de HierroWhere stories live. Discover now