Capítulo 17. Gigante y Selene.

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"En otoño, solíamos correr entre las hojas de los árboles y apiladas en el suelo, Y el follaje en las copas cambiaba de color con forme más se acentuaba la estación; El verde, el marrón, el naranja y el rojo. Colores que caían en una espiral sobre nosotros, en ese momento éramos solo Edric, mis hermanitos y yo. Pero ahora que lo pensaba, éste sería el primer otoño sin ellos".

       La caravana era grande, eso sí, con comerciantes, soldados, sacerdotes, peregrinos e incluso refugiados que buscaban huir de toda la guerra y desolación que ocurría al norte. En el carromato estaba Lady Allys junto a Nicole, las dos se estaban trenzando el cabello mutuamente, adornando sus cabelleras rubias con pequeñas flores azules, rojas y blancas que habían recogido en claro cercano. Selene no podía mentir, se veían muy bien las dos. Por supuesto, ambas eran diferentes a Selene. Lady Allys era una pequeña dama con cara angelical que podía enternecer el corazón más duro y Nicole... ella era de buen ver, de cara delgada y alargada con hoyuelos, con la tez tan clara que sus mejillas se ruborizaban naturalmente sin necesidad de usar maquillaje. Pero debían ser sus ojos los que más atraían la atención; azules luminosos con chispas de luz blanca, y una perla negra en el centro que le recordaba lo profundo del mar. 

       Tal vez con suerte pensarán que Nicole era la madre de Lady Allys. La joven campesina no podía evitar sentir algo de envidia con respecto al físico de Nicole. Pues Selene era menuda y difícilmente podría conseguir un cuerpo con curvas pues había pasado por varias hambrunas a lo largo de la infancia. Su cabello era cabello enmarañado, pues su madre no le había enseñado a peinarse formalmente, ya que cuando se trabaja en una granja, poco importa cosas como el volumen y el tipo de peinado, y sin espejos que importa la apariencia del rostro. Si ella se la pasaba arando, le importaba más que los mechones de cabello húmedos del sudor no le cayesen en el interior de los ojos. Y su piel, en especial la de sus manos, podía contar la historia de toda una vida trabajando en la tierra, los callos en sus dedos la experiencia de haber manipulado la hoz y el bieldo. Las manos ásperas y cuarteadas por lavar la ropa contra una roca, en el agua helada de un riachuelo. Las ojeras por tener que madrugar para iniciar la jornada de trabajo. Y los rasguños y marcas en la piel, señas de una vida atendiendo a los animales. 

        Muy diferente de Nicole y Lady Allys, quienes tenían pieles tersas y manos suaves. Ellas habían sido capaces de comprar cremas y aceites suavizantes, o tal vez tenían al menos el conocimiento de que eso existía o que se podía crear. Pero era por esa misma razón, que Selene era la única que cabalgaba con una espada en su cinto. Ella no estaba hecha para la vida de una dama y tampoco es que la quisiera. Sus padres la habían criado para trabajar y mantenerse por su propia cuenta, para no tener que depender de nadie si las cosas se complicaban.

       Al lado de ella estaba Jacques. El jamelgo del cazador seguía milagrosamente el paso a los otros caballos, pero el muchacho se notaba inquieto; acicalaba su cabellera azabache, de un lado a otro, como si se estuviese acariciando para ponerse en paz consigo mismo...y con los dedos en la otra mano, jugaba con la rienda de su montura. El muchacho había estado inquieto desde que entraron al ducado de Orleans. Miraba hacia los árboles, que estaban extrañamente marcados con una cruz invertida.

       Según Jacques los cazadores marcaban los árboles en sus recorridos en el bosque, para no extraviarse, pero las marcas estaban en cada tronco de árbol y a ambos lados del camino. Al frente se encontraba el líder de la caravana junto a Ser William, probablemente hablando sobre las ultimas noticias. Aunque Ser William consideraba que los hombres eran amables con él por ser un buen cristiano, la verdad es que, era porque él era un caballero con armadura. Y la mayoría de los guardias que protegían la caravana, ni siquiera tenían jubones tachonados o protecciones de cuero endurecido, es más, la mayoría de ellos ni siquiera tenían vainas para sus espadas. El caballero reía al lado del líder y le daba una moneda de cobre al hombre. Ser William le había dicho a Selene que la información de primera mano la tenían los comerciantes. A diferencia de los heraldos y los juglares, los comerciantes no torcían la verdad...solo la vendían al mejor postor. Y parecía que Ser William era un buen comerciante también.

La Doncella de HierroWhere stories live. Discover now