Capítulo 12. El Halcón y Edric.

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"La misión había sido simple, repeler el ejercito de Saladino; El rey sarraceno. Durante los días previos a la batalla, habíamos derribado todos los halcones y palomas mensajeras del rey árabe. Gracias a ellos habíamos logrado desarrollar un plan de ataque. Saladino atacaría con su cuerpo de infantería, por lo que colocamos las columnas de arqueros en el centro. Cuando la batalla inició no hubo infantería enemiga, solo 100,000 jinetes árabes envistiendo el frente."

       El despacho de Al Mutah Alim era limpio, con el peculiar olor del perfume y pinturas arábigas sobre las paredes. Escenas religiosas, de la vida y la guerra. Sin embargo, aquellos tapices eran muy diferentes a los vitrales que adornaban los corredores de la ciudad santa. Edric se hallaba sorprendido que Saladino no hubiese querido deshacerse de los vitrales de la cristiandad que adornaban los pasillos y los salones. Cuando los cristianos tomaron Jerusalén destruyeron todos lo referente al islam que encontraron y había algo que Edric empezaba a entender de todas aquellas obras de arte. El arte no era algo que fuese indispensable en la vida de un campesino, pero sí en la vida de un noble al parecer. Algunas de las pinturas y tapices que Al Mutah Alim tenía, eran muy parecidas a las que tenía el viejo Eisenbach en su palacio de Karnak. Edric estaba caminando alrededor del despacho, mientras las observaba de un lado a otro, mientras tanto sentado en la silla estaba De Bois quien se picaba los dientes con sus uñas tratando de sacarse los trozos de comida de sus encías.

      —¿Puedes tranquilizarte? —Le preguntó DeBois a Edric.

     —No, no puedo. —Respondió Edric.

      —Relájate, El Halcón no nos va a hacer nada, después de todo cumplimos con el trabajo que nos pidió al pie de la letra, no puede matarnos por eso. —Dijo DeBois.

      —Es fácil para ti decirlo, tú no tienes nada que perder.

      —Tampoco tú. —Respondió DeBois. —Karnak, ¡bah!, Sabéis que tarde o temprano te lo quitaran. Se la quitaste al viejo Eisenbach, traicionaste a su guardia y rendiste el feudo a los sarracenos, ¿Por qué dejarían a un cristiano hijo de puta como señor de Karnak cuando pueden poner a un hijo de puta sarraceno? Y sí los cristianos regresan... ¿Por qué deberían regresarte la tierra a ti? ¿Cuándo has visto a un conquistador que ceda un tesoro a alguien más?

      —Espero por nuestro propio bien, él tuyo y el mío que Karnak se nos sea devuelto. —Respondió Edric. —Yo no volveré a ser un pobre diablo, no señor.

      Entonces se escuchó abrirse la puerta y entró el árabe, Al Mutah Alim era un hombre relativamente joven; un hombre en sus medios treintas, tenía una larga cabellera rizada oscura como el carbón, con una larga nariz y ojos verdes. El árabe era bien parecido. Vestía con una túnica de seda y un peto de escamas de cobre. En su cinto tenía una cimitarra con un halcón con ojos de rubíes. Era un sable digno de un sultán. Apenas el árabe entró, Edric se sentó en la silla contigua a DeBois, mientras Al Mutah Alim tomó su cimitarra y la colgó en una mesa pegada en la pared. Después el sarraceno se sentó tras su escritorio.

      —Hicieron bien. —Dijo el árabe. En un tono seco, frío y sin vida, Al Mutah Alim siempre había resultado ser un hombre inexpresivo, una cualidad de los más calculadores y pragmáticos. —Ahora sabemos que el fantasma del temple eran caballeros templarios y no algún grupo subversivo que quisiera hacerse pasar por ellos, para iniciar un conflicto. —Dijo el hombre. —Lo cual me decepciona un poco ya que la frontera norte, sigue estando bajo su control, si queremos mantener la paz en la Tierra Santa, necesitamos que no haya instigadores que traten reencender las ascuas, especialmente con los cristianos que aún continúan dentro de territorio musulmán. Necesito que vean que el gobierno de Saladino será justo para todos. Sean de la fe que sean.

      —Bueno, entonces supongo que ya podemos regresar a mis tierras, ¿no es así? —Le preguntó Edric a Al Mutah Alim. En realidad, a Edric no le importaba tanto que fuese de la política, Siria estaba muy al norte de Karnak, y si la guerra estallaba a Edric no le importaba hundir las rodillas en la arena nuevamente. Había sido un campesino después de todo. El muchacho había crecido con la cabeza agachada para dar reverencias toda su vida.

      —No es tan sencillo, matar cristianos en una taberna es algo común entre ustedes los europeos. Pero ahora eres el califa de Karnak bajo la ley musulmana, sin embargo, eso no solo conlleva a tener control sobre la tierra, sino servir a tu rey también.

      —¿No sé qué más quiere el rey que le ofrezca? Ya le di parte de lo que producen mis tierras, pague mis impuestos e hice mi servicio ciudadano, ¿No sé qué más quiera de mí?

      —Puedes darle el Crac. —Respondió Al Mutah Alim. El árabe estiró la mano para de tomar de un plato de oro, un higo seco y lo empezó a mascar.

      —Es imposible, incluso aunque quisiéramos. No solo hablamos de tomar el último bastión del Orden del temple en Tierra Santa. Hablamos de 10,000 caballeros unidos solo por su fe en la orden. Grandes muros de granito solido traídos desde Europa, imponentes torres, 20 onagros, y 10 catapultas, 25 escorpiones y urnas de aceite hirviendo. Hay que cruzar territorio tanto turco como bizantino para poder llegar al Crac. Y si apenas lo logramos, el sitio sería imposible. Debajo de la fortaleza existe un laberinto de túneles que conecta al Crac con las ciudades y pueblos cercanos, cualquier fuerza quedaría diezmada tratando de controlar cada uno de los pueblos de los alrededores. No hay ejercito tan grande en el mundo para poder tomar el Crac de los caballeros.

      —¿Quién dijo algo de enviar un ejército? Irán ustedes dos. —Respondió el capitán de los Halcones.

      —¿Es una broma verdad? —Preguntó Edric. DeBois solo comenzó a reír, para el hombretón la promesa de guerra era más que un castigo, una recompensa. El apetito de DeBois por la sangre era un problema, porque con cada probada crecía su adicción por ella.

      —No, saldrán la siguiente luna nueva. Ya tengo el salvoconducto por las tierras del rey. Llegaran al Crac e inhabilitaran las defensas. Y sí es posible mataran a ese nefasto y sanguinario bastardo maestre; Robert De Sable.

      —¿Por qué nosotros? —preguntó Edric.

      —Porque usted Ser Bardo, es un caballero condecorado por Karl Eisenbach de Germania. Le tengo respeto al hombre como un gran estratega militar y un señor justo que supo resolver los conflictos entre cristianos, judíos y musulmanes sin necesidad de recurrir a las armas, a diferencia de muchos de vuestros señores. Además usted cabe perfectamente en la descripción de los integrantes que busca El Temple. Hombres con sueños de gloria y una excusa para hacer actos horribles, no les será difícil infiltrarse. Cumplan con esta labor y me encargaré que sean mucho mejor recompensados de lo que se puedan imaginar, El rey Saladino puede ser muy generoso, pero también si lo traicionan, puede ser tan vengativo como el mismo mar embravecido. 

La Doncella de HierroWhere stories live. Discover now