Continua...

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y ahora un extracto de la segunda parte de La Doncella de Hierro II


El Crac y Edric

La primera vez que había montado un caballo sería cuando estaba en la granja, habría de tener unos 7 u 8 años y mi padre Bardo me montó sobre el viejo Witck un jamelgo muerto de hambre que había comprado mi padre para arar la tierra. El moribundo caballo apenas podía con su propio peso. Pero que tanto podía saber un muchacho que orinaba pasto en ese entonces de la vida.

  La arena se levantaba y le imposibilitaba ver. El caballo también tenía dificultades para ver. Aquella había sido una gran tormenta. Y sin embargo al frente se encontraba aquella monstruosidad. Sobre la colina yacía el inmenso castillo. Brillantes fuegos iluminaban entre la arena. Y un centenar de estandartes debían estar hondeando en los vientos. La tormenta de arena desapareció entonces dejando a los dos viajeros contemplando El Crac. Las banderas con la estrella de 16 picos templaria caía de los torreones.

  --Ya no hay marcha hacia atrás—dijo De Bois. El hombretón estaba cubierto en harapos para evitar que la arena penetrase su armadura.

  --No hubo un atrás para mi. —respondió Edric.

  --Cuidado Edric, estos hombres no son como los pobres bastardos que hemos enfrentado en Jerusalén. Dentro de los muros del Crac yace la orden del temple. Verdaderos guerreros forjados por la guerra en Tierra Santa. —Dijo De Bois. El hombretón era un imbécil eso era cierto, is era muy feo y mal buscapleitos. Y si había sobrevivido todo ese tiempo significaba que sabía más que Edric. —Aún podemos regresar. No es tarde para huir.

  --Si regresamos, pierdo Karnak, si la pierdo me quedo sin nada y todo lo que hice será en vano. No DeBois, tenemos que seguir hacia adelante pase lo que pase.

  O al menos eso es lo que Edric había dicho, pero no pensado. El muchacho se había orinado durante la tormenta, puesto que jamás había visto una. Y con tan solo ver la inmensidad de aquella fortaleza sentía pavor. Ningún castillo en Europa se comparaba con El Crac de los caballeros

  Los dos jinetes se acercaron al portón, pero fueron detenidos por tres hombres, los yelmos que llevaban eran rectangulares con una cruz labrada en el metal. Y sus jubones eran blancos con una cruz escarlata brillante.

  --Alto ahí. —dijo uno de los soldados en un francés muy extraño. --¿Quiénes son ustedes y que buscan aquí?

  --Alto, somos cristianos. —respondió Edric. Con su acento normando, el muchacho se quitó la capucha de la cabeza. Y De Bois hizo lo mismo.

  --Sois blancos, mas no cristianos. Hay turcos blancos de aquí hasta la Anatolia. —dijo otro de los jinetes mientras rodeaba a los dos forasteros desde su montura. –Cuáles son sus nombres.

  --Soy Ser Edric Bardo, señor de Karnak, ungido por Lord Friedrich Eisenbach en persona.

  --¿Sois caballero?, no hablas como caballero, ni como miembro de la Orden, además Karnak se encuentra bajo ley sarracena.—respondió otro de los hombres.

  --Es por eso que venimos aquí. —respondió De Bois.

  --Si, queremos unirnos a la orden. —respondió Edric

  Entonces uno de los hombres se quitó el yelmo, era rubio de cabello corto con ojos claros pequeños y mentón cuadrado. El hombre era de mediana edad.

  --Mi nombre es Tancredo de Aviñón. —respondió el hombre. –Gran Castellán del Crac. —Dejadles pasar. Si vosotros queréis formar parte de la orden tendrán que demostrarlo ante los ojos del gran Maestre.

  Los dos jinetes dieron media vuelta y tocaron el portón tres veces seguidas y luego dos más. El inmenso portón empezó a abrirse lo suficiente para que Edric y De Bois pudiesen pasar. El interior era todavía más irreal.

  El gran patio de armas estaba repleto de caballeros entrenando con espadas, con lanzas, justando desde los lomos de los caballos. Disparando flechas. Desde los muros los albañiles recubrían de cal los muros para repararlos y una decena de hombres limpiaba las canaletas del foso del castillo. Desde las altas murallas los guardias daban sus rondines. Y desde las torres los escribas transcribían mensajes y los amarraban en las palomas mensajeras. Había hombres de todas las etnias y lugares de toda Europa. Había hispanos, y pálidos hombres de Rusia y el sacro imperio romano germánico. Italianos y muchos, muchos franceses. También había uno que otro bizantino. 

La Doncella de HierroWhere stories live. Discover now