Margaret La Loca

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Lady Margaret no era su persona favorita sobre la tierra.

Y a decir verdad, no era siquiera de su completo agrado.

Por no decir que la detestaba con todo su corazón.

Pero Lady Margaret La Loca era su única opción.

Bien sabía desde pequeño que la mujer despreciaba a la corte desde la cabeza hasta la punta de los pies, pero su talento natural para disfrazar el sarcasmo con halagos le había granjeado un espacio privilegiado entre los nobles, o como ella los llamaba "esos cerdos de piel dura y cerebro blando".

"Si tú no fueras nobleza querido, podrías ser un hombre interesante" le había dicho Margaret años atrás, ganándose una ronda de aplausos por parte de los cerdos.

"Lástima que naciste en el establo equivocado" había reído antes de mezclarse con la multitud.

El palacete que se alzaba frente a ellos era además de ostentoso, extravagante. Instrumentos para leer las estrellas estaban erigidos como estatuas donde normalmente habrían encontrado bustos de hombres importantes, mientras que una pequeña campanilla hacia vibrar otras cientos dentro del lugar, avisando la llegada de visitantes.

— Ingenioso ¿huh? — comentó Hardy admirando su entorno.

— No tienes idea— murmuró Huracán implorando un milagro en su interior.

La puerta rechinó y pequeños engranajes comenzaron a moverse para abrir el paso.

Una figura sonriente los recibió del otro lado.

Le parecía increíble que aquella mujer no hubiese envejecido un solo día desde aquel encuentro, y aún más impresionante le parecía estar ahí rogándole por asilo.

—Nunca es tarde para revivir de entre los muertos William—Huracán tragó saliva.

— ¿Vas a explicarme de que va todo eso de William aquí y allá? —inquirió Hardy una vez más en los dos días que habían tardado en cabalgar hasta el palacete.

— ¿Y tú eres? —preguntó Margaret visiblemente interesada.

—Hardy Arjhun—respondió la sirena arqueando una ceja.

—Ya veo que tenía razón contigo William—rió Margaret de forma socarrona.

—Pero estoy siendo una pésima anfitriona. Pasen, no se queden ahí, no quiero tropas irrumpiendo en mi santuario— dijo la mujer mientras Huracán odiaba su suerte una vez más.

Thorn se dejó caer agotado sobre una de las sillas reclinables, agradeciendo por una vez en la vida las locuras de Margaret. Pero olvidó decirle a Hardy que aquellas sillas no eran normales, y vio como esta se daba de bruces con el suelo.

—Ouch—dijo Hardy fulminándolo mientras se sobaba el trasero.

—Disculpa por no advertirte sobre las sillas ¿Querido? ¿O debo decir querida? —Huracán siempre odió lo perceptiva y abierta de mente que podía llegar a ser Madge.

—Da igual, los espíritus del mar no nos identificamos con esas cosas. Pero si te hace sentir más cómoda, puedes pensar en mi como una chica—Madge le tendió un cojín a la sirena, quien gustosa se sentó sobre en él en el suelo.

— ¿Una sirena eh? Por todos los dioses Will, esto es mejor de lo que imaginé. ¿Y qué hay de ti? ¿Acaso te convertiste en algún dios del mar? Porque eso sería fabuloso—parloteó Margaret con entusiasmo.

Huracán Thornbird - Los Seis Reinos #2Where stories live. Discover now