El festín nocturno

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Hardy no había podido pegar ojo en dos días, tratando de entender que era lo que había ocurrido esa noche en que Huracán contó su historia.

Sentía algo incómodo y desconocido, una sensación parecida a aquella vez que se vio a si misma, el día que salvó a Huracán, solo que aumentada y con un sabor agridulce.

No podía entender que le estaba pasando, pues nunca en su vida había tenido que lidiar con las consecuencias de algo tan grande.

Sabía perfectamente que ella no era la culpable de la batalla 14 años atrás, así como tampoco de la muerte de sus padres, o al menos eso había creído durante muchos años. Pero después de escuchar a William, lo que había tenido que vivir, sentía que una parte de la culpa recaía sobre ella. Podría haber detenido esa locura. Tenía el poder suficiente para hacerlo. Podría haber destruido ella misma el tesoro años atrás, para que esa displicencia de su pueblo no infectara más el mar. Podría haber sido una líder a la cual seguir, una que acabara con esa rivalidad entre pueblos de una vez por todas. Pero no había hecho nada. Se había dedicado a armar desmadres durante tres siglos.

Y por esa misma razón no lograba entender porque recién 300 años después, le venía a importar algo así por primera vez. O segunda, si contaba lo que había pasado 14 años atrás. Deambuló por su habitación, intranquila, haciendo ruido con la tela de su vestido mientras sus pies descalzos tocaban la alfombra oscura que cubría de lado a lado frente al gran ventanal.

Miró fuera, en dirección al jardín donde habían paseado dos noches atrás Huracán y Lady Madge, y pensó en Fulvio, y la historia que aun no terminaba de entender.

Habían tantas cosas sobre los humanos que eran distintas.

Recordó también a aquellos dos chicos en el mercado de Terento y sintió algo cálido pero doloroso dentro de su corazón.

Desde que había pisado tierra sentía que a cada paso que daba lejos del mar, más emociones humanas podía percibir. Y lo peor es que podía recordarlas sin necesidad de que estuvieran ocurriendo en ese momento, con la misma claridad, la misma intensidad.

La línea entre la sirena y su versión humana se desdibujaba cada día más, y eso le aterraba.

Mientras Hardy seguía perdida en sus propios pensamientos, alguien tocó a su puerta con los nudillos. Aun ensimismada, caminó hasta ella y giró el pomo, dejando ver a un ataviado Huracán del otro lado del umbral, luciendo igual de confundido que ella. Ella desvió su mirada, volviendo sobre sus pasos, mientras Huracán entraba a la habitación cerrando la puerta tras él. Miró a Hardy y vio que estaba ataviada con la misma elegancia que él. Y volvió a imaginar lo mismo que aquella noche en la posada de la bahía. Y aunque con aquel vestido y su porte natural parecía mucho más una princesa que con aquel andar de marinero, ella seguía perteneciendo al mar, y él a la tierra.

La primera vez que esa idea lo asaltó parecía apenas una molesta picadura de mosquito. Pero mientras más tiempo permanecían juntos, esa picadura se estaba transformando en una herida expuesta, ardiendo desde su piel hasta sus huesos.

Carraspeó para llamar la atención de la sirena, que lo miró altiva desde el lado de la ventana. William caminó hasta ella, y quiso abrir la boca para hablar, pero no sabía que palabras decir. Llevaban dos días sin dirigirse la palabra, y el silencio parecía solo crecer entre ambos.

Entonces Hardy habló.

—Te ves diferente— dijo la sirena, gesticulando hacia sus ropas.

—Eso creo. La verdad es que también me siento diferente—Huracán jugueteó con su pantalón en un ademán incómodo.

Huracán Thornbird - Los Seis Reinos #2Where stories live. Discover now