Rey de Ninguna Parte

463 91 20
                                    


La primera noche que pasé a la intemperie pensé que era la persona con peor suerte en el universo, mientras me acurrucaba bajo un árbol, con el tenebroso sonido de las aves nocturnas como una marcha fúnebre de fondo.

No me siento particularmente nostálgico de esos primeros días, como podéis imaginar.

Algunas cosas, las más importantes, son borrosas. Apenas si recuerdo algunas palabras que destacaban entre las otras pero recuerdo en cambio con suma claridad lo molesto que era sentirme sucio. Evitaba olerme a mi mismo porque claro, si nunca en tu vida has estado realmente apestoso, terminas teniendo arcadas de tu propio aroma.

Os cuento esto no solo como un dato asqueroso, sino como una forma de ilustrar los cambios que dio mi vida desde ese entonces. Puedo decir que el inicio fue como un suave hedor a ausencia de baño. La gente se da cuenta que apestas, pero tu no tienes la certeza de cuanto apestas en realidad y sigues creyendo que tu olor es espectacular. Una negación penosa y que me trajo más de alguna vergüenza, pues aun arrastraba conmigo aquellos olores propios de mi vida, una mezcla de perfume y exceso de mimos.

Luego vino aquella etapa en que el olor era intenso y penetrante. Cuando sabes que apestas, sabes cuanto apestas y serías capaz de vender tu alma por un baño que te quitara toda esa mugre de encima. Apenas puedes reconocerte a ti mismo entre tanta miseria. Pero la mugre tiene un poder inusitado, casi animal. Empiezas a comportarte como uno, a ser más atrevido y atacar a otros con tu mal olor.

Y luego, llegué a ese momento glorioso en que además de saberme apestoso, me empezó a gustar.

Pero me estoy adelantando. Así que empecemos por esos terribles momentos donde aun llevaba conmigo al príncipe consentido a cuestas.

Tengo recuerdos cortados, que juntos sirven para narrar los primeros pasos entre esa línea difuminada que existen entre William y Huracán. Recuerdo una noche oscura y calurosa y un muro abriéndose para mostrar un túnel oscuro. Recuerdo a Madge y a Rania, mi guardiana, diciéndome cosas. No puedo ponerle sonidos a esos movimientos de sus labios pero recuerdo como lloraba. No estoy seguro si lloré también, es probable que no entendiera la gravedad de lo que estaba ocurriendo. Recuerdo mis manos en los muros fríos de piedra, llenos de musgo y moho. Recuerdo también mis piernas, porque sentía que no eran mías en aquel momento. Y a aquel muchacho apenas mayor que yo entregándome las riendas del caballo, dándome dos instrucciones, repitiéndolas tres veces de forma apresurada por si no me quedaba claro: Galopa lejos, luego deja libre al caballo.

No recuerdo en cambio haber galopado y me avergüenza decir que tampoco estoy seguro sobre donde dejé o que hice con el caballo.

Para mi buena suerte, dentro de toda la mala suerte posible, las noches seguían siendo cálidas. Con el paso de los años he recordado lo suficiente para saber que la tercera estación estaba recién comenzando. Creo que de no haber sido así no habría sobrevivido.

Si os parece curioso algo, es porque debeis estar preguntándoos porque dormí a la intemperie y no usé mi dinero real para dormir en camas mullidas y comer bien.

La respuesta para eso es simple: No tenía ni una misera moneda.

Los hombres que entraron al palacio a buscarme sabían bien que hacían. Y Rania hizo lo más sensato que pudo. Me vistió con mis ropas menos vistosas, me entregó comida y un cuchillo en un macuto que ella solía usar para poner sus hierbas medicinales y me dejó ir a un lugar donde sabía que nadie me encontraría.

Porque en cualquier posada donde hubiese entrado un muchacho de mi edad con tanta educación, modales refinados y un montón de dinero, no habría durado ni veinte segundos antes de que alguien hubiera dado el aviso por el precio puesto a mi cabeza.

Huracán Thornbird - Los Seis Reinos #2Where stories live. Discover now