Un barco para gobernar

489 83 25
                                    

Brock era un hueso duro de roer, pero mi pequeña intervención fue el principio de un plan maestro. Quizás el mejor plan de mi vida.

Tras un par de semanas de relativa paz, gracias a la rotación por turnos y la falta de palizas estaba curado casi por completo de todas mis heridas y lesiones. Fulvio aseguraba que todo lo que necesitabamos era la oportunidad de ofrecerle una cosa más a Brock para ganarnos su confianza y ya estaríamos en camino a un lugar mejor que ese. A mi me parecia una aseveración bastante obvia, nada podía ser peor que esa pocilga.

Con ánimos renovados comenzamos a trazar la siguiente fase, analizando todos los flancos posibles y como podríamos usarlos a nuestro favor. La vida parecía estar sonriendome, aunque fuera una sonrisa con los dientes podridos y un pésimo aliento.

Pero yo no contaba con que mi glorioso discurso había sucitado un deseo oscuro en otros hombres.

Remis no era de aquellos que perdonaban con facilidad una ofensa, y yo habia cometido dos al mismo tiempo; había anulado su autoridad y me había mostrado falsamente superior. Este segundo hecho no se me había pasado por la cabeza, pero con mis modales educados y la imposta de mi voz, le había dado un motivo fuerte para despreciarme de manera personal. Y así me lo hizo saber.

Me gustaría pensar que fue la buena fortuna la que providenció aquel terrible desencuentro, pero aunque el resultado fue mi libertad, hay dolores que no se olvidan nunca. Y es que Remis, a pesar de tener un vocabulario terrible, podía proferir con suma elocuencia las palabras mas terribles sin abrir la boca.

Era ya tarde, entrando a la noche, y el turno se estaba acabando por ese día. Los guardias nos llevaron en grupos de vuelta a nuestras celdas, guiados por una única antorcha y nuestros oídos que ya reconocían cada piedra suelta y silbido hueco de las grietas en los muros.

Fulvio y yo eramos los últimos de nuestro grupo en entrar a nuestra celda, ubicada cerca de dos pasillos que daban a otra ronda de celdas más. Talum, el guardia de turno, metió a Fulvio de un empujón a la celda, pero cuando estaba preparado para entrar, cerró la reja en mi nariz y me jaló enfilándose al siguiente pasillo. Fulvio se recuperó y corrió a la reja gritando mi nombre y sacudiéndola.

Thorn, Thorn, Thorn.

Era el sonido que se convirtió demasiado rápido en un silbido a lo lejos.

El miedo me hizo respirar aceleradamente, mientras que mi corazón parecia querer huir por mis oídos. No logré escuchar nada más que mis propios latidos, atenazado de la misma certeza que tienen los ciervos cuando detectan a un cazador. Saben que esta ahí, el peligro, la muerte inminente, pero no hay sonidos que rompan el aviso de un corazón desbocado.

Y yo sabía que iba a morir.

O al menos esa podría haber sido la historia, de no haber sido por los gritos de Fulvio.

Con nula delicadeza Talum abrió la reja de la celda frente a nosotros y me empujó dentro, donde se apreciaba una rejilla que arrojaba luz, la única rejilla que daba al exterior, bajo la cual se encontraba un hombre grotesco mirándome como si yo fuera el ciervo, cazado y puesto como un trofeo.

Se abalanzó sobre mi raudo y preciso, dándome de lleno en las costillas con una sola patada.

Las siguientes horas son algo de lo que prefiero no hablar, pero puedo contarles que me enseñaron mucho sobre algunas cosas importantes.

Me enseñaron que un niño al que tratan con odio sera un adulto con la voz llena de veneno, que aquel a quien no se le enseña sobre el amor conoce todas las palabras sobre este pero no sabe como usarlas para bien, que un alma humillada crece como hiedra, estrangulando cualquier vestigio de luz a su alrededor, que hay palabras que aunque sean mal pronunciadas se graban en la memoria de igual manera.

Huracán Thornbird - Los Seis Reinos #2Where stories live. Discover now