La bruma que se desplaza

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El corazón de Huracán latía con el mismo ímpetu que su nombre, bombeando en sus oídos y recorriendo su garganta, queriendo gritar, correr, volar si eso hubiera sido posible.

En todos los años que llevaba siendo el capitán del Dragón Rojo esa historia había permanecido sellada en una tumba profunda, pero el haberla liberado no le había dado la paz que tanto había estado buscando. En cambio parecía que el aire a su alrededor se había desnudado de una capa, dejando algo expuesto en su alma, algo que no podía explicar.

Sin perder el contacto visual con sus propias manos en su regazo, advirtío la mano trémula de Hardy rozando sus pómulos rasposos por los días sin afeitar. La sirena acarició sus facciones como si estuviese quitando un velo a algo invisible pero aterradoramente tangible, tan real que la veneración con la que marcaba la línea de su mandíbula parecía estar transformandolo en alguien más.

Pero tan rápido como llegó ese pensamiento, se fue la mano de la sirena de vuelta al bordillo de su camisón. Huracán se atrevió a mirarla, olvidando por completo la existencia de Marge en la habitación, sintiendo que fuera por la razón que fuera, esa historia había levantado un telón que hasta ese momento él no sabía que existía entre él y la sirena.

Y sin poder dar credito a sus ojos, vió como los de ellas cambiaban apenas una fracción de segundo a algo más. A unos ojos completamente humanos. Pero no humanos como los que fingía tener. Eran sus ojos pero eran los de alguien más, dos rostros en el mismo rostro de Hardy, jugando entre las sombras que proyectaban las lámparas extrañas de Marge.

Con la misma reverencia que Hardy había empleado, levantó sus dedos, acercándolos a sus mejillas y dejándolos vagar por sus labios llenos. Y lo asaltó un deseo embriagador, no por aquella sirena que revolvía sus propios dedos en su camisón, sino por algo dentro de ella, antiguo y misterioso, algo que le decía que ellos ya se conocían, ahora, antes y con toda seguridad después. Pudo sentir el tiempo temblando a su alrededor, ondulando las formas de la habitación, transformándola en un bosque blanco, en una estancia calurosa arrojando luces desde una chimenea, en un barco en medio de una tempestad, en un salón lleno de manos rozándose, en un lago lleno de seres brillantes, en escenas que nunca había visto con sus propios ojos pero si con otros distintos que le pertenecían tanto como los que estaba usando para observar ese quiebre en el universo.

Y luego se detuvo.

Dejó que el frenesí del momento muriera de a poco, escuchando sus propias respiraciones agitadas volver a la normalidad, y soltó sus dedos de los labios de la sirena poco a poco, esperando y deseando que una vez más ocurriera algo fenomenal.

—¿Qué acaba de ocurrir?— dijo Lady Margaret rompiendo la magia en el aire. Magia que era obvio, ella también había visto.

—No tengo idea—dijo Hardy, brusca y distante, bajándose de un salto del escritorio y dando enormes zancadas fuera de la habitación.

Thorn se apresuró detrás de ella como si un imán lo jalara desde el centro de su estómago, pero Marge le tomó la muñeca antes de lograr cruzar el escritorio.

—Déjala. Necesita pensar muchas cosas, incluyendo que acaba de pasar—Thornbird relajó sus hombros, resignado a dejarla ir por esa noche.

—Ven a dar un paseo conmigo Will, tenemos mucho que hablar—

—¿Tengo otra opción?—

—Tienes un montón, pero haz feliz a tu tía y demos un paseo. Mi jardín es fresco a esta hora.

Bajaron las escaleras en silencio, Huracán sintiendo las miradas de sus antepasados en los cuadros, no más con rencor, pero con una emoción que él quiso creer, era parecida al perdón.

Huracán Thornbird - Los Seis Reinos #2Where stories live. Discover now