Nada es para siempre

360 71 20
                                    

Hardy caminó tambaleándose por uno de los múltiples puentes que conectaban los túneles con la ciudad que se extendía frente a ellos. Su caballo hacía la marcha más difícil, relinchando y jalando de las correas insistente, mientras que la sirena lo obligaba a caminar hacia delante, incapaz de mirar a cualquier otro lugar. El abismo se le antojaba incómodo, y las ráfagas particularmente heladas que lo atravesaban le parecían el presagio de una tormenta en alta mar, sibilantes y persistentes.

Thorn por otro lado, avanzaba a grandes pasos, con la destreza de quien sabe mantener el equilibrio en el mar, obligando a Hardy a mantener un paso que le era simplemente imposible seguir sin trastabillar de vez en cuando.

La sirena sin embargo no se quejó ni una sola vez, para sorpresa de ella misma y desagrado de Will, cuyos pensamientos parecían no ponerse de acuerdo en si querían que Hardy se quejara o se mantuviera en silencio.

Will alcanzó en poco tiempo el borde de la ciudad, dejando atrás el puente pero aminorando intencionalmente la marcha, sin mirar si Hardy venía tras él pero deseando fervientemente hacerlo.

Aun así no lo hizo, y esperó paciente hasta que los jadeos de la sirena resonaron claros tras de él. Ahí, en ese lugar donde todo lo que brillaba parecía antinatural, se le antojó que la palabra paraíso se usaba con demasiada ligereza. No era la primera vez que Will recorría esas calles, pero donde William Van Blast había visto belleza, Huracán creía ver la entrada al mundo de los muertos. Sirena y Capitán caminaron sin mirarse ni cruzar palabra, pero absorbiendo ese submundo con admiración. Hardy sintió que había algo curiosamente siniestro en esa mezcla de colores y bullicio en una amalgama de lenguas que no se esforzó por distinguir, presa de un desagradable sofoco.

Primero pensó que su agobio se debía a las enormes casas esculpidas a partir de estalagmitas, que parecían engullir todo como un bosque de corales muertos. Luego pensó que se debía a la multitud de corazones cuyos latidos retumbaban en su mente como un terrible dolor de cabeza. Llegó a pensar incluso que podía deberse al silencio apabullante que emanaba Thorn, a quien aun después de todo ese tiempo, no podía escuchar ni sentir con su mente. Pero no lograba dar con la razón de esa sensación.

Caminaron y caminaron, quebrando por calles llenas de comercio ambulante, que mostraban sus mercancías a un público variopinto y curioso.

—¡Dedales, hilo y agujas de hueso!

—Vea usted buen señor, tengo estas pieles traídas directamente de los reinos del norte....

—La joyería de Onix es algo muy autóctono, pero si lo que quiere es algo más exótico, me parece que estos pendientes de aguamarina son lo que busca.

Hardy se detuvo en seco, provocando confusión en su caballo que no entendía ni dónde estaba ni que se supone que debía hacer. Pero la sirena estaba demasiado apabullada con la sola mención de una piedra de aguamarina. Cerró los ojos y buscó con su mente entre toda la multitud, pero no encontró lo que buscaba.

Ahí bajo tierra, en ese lugar llamado Rolfner, no había ni una sola gota de agua.

—William—llamó la sirena con la voz seca. Huracán escuchó su nombre un poco más adelante y volteó a ver a Hardy con el ceño fruncido.

—Que quieres—espetó mientras zarandeaba la correa de su propio jamelgo para que este parara.

—Estoy sedienta—dijo Hardy, por toda respuesta.

Huracán resopló pero avanzó hasta encontrar una estalagmita lo suficientemente firme para atar las riendas de su caballo. Luego hizo lo mismo con el de la sirena y tomándola de la mano la llevó hasta unas pequeñas vasijas naturales que llevaban en ellas un líquido rosa.

Huracán Thornbird - Los Seis Reinos #2Where stories live. Discover now