Capítulo 9

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El viento azotaba con gran intensidad contra los cristales de las ventanas, la llovía pronto dio comienzo y la poca luz de las farolas iluminaban las calles frías del pueblo. Aquel pueblo que la vio nacer, donde pasó su infancia y parte de su adolescencia antes de tomar la decisión de irse lejos y vivir como una reina. Años después tuvo que volver para enfrentarse a su mayor temor, la muerte.

Con sus manos rojas a causa del frío Alejandra tocó la puerta, su cuerpo tiritaba del frío que sentía. Al abrirse la puerta y ver a su madre postrada en la silla de ruedas su corazón dio un vuelco. Natalia miraba a su hija con algo de asombro, a su vez feliz de que después de tanto tiempo se hubiera dignado a volver a su hogar.

―Alejandra mi amor.―Las lágrimas rodaban por el rostro de una madre que ya había perdido las esperanzas de ver a su hija. El milagro había ocurrido, más dichosa no podía estar de tener entre sus brazos a su hija.

―Mamá perdóname, perdóname mamá.―La voz casi no le salía de la emoción de verse en los brazos de su madre, había creído que su madre la miraría mal e incluso la echaría de casa por lo mal que se ha portado siempre con ella. Era todo lo contrario, su madre la está abrazando diciéndole que la quiere.

―Ven pasa, estás helada y mojada. Date una ducha y cámbiate mi amor.

―Pero que santo se ha caído para que vengas a casa, Alejandra.

―Silvia, si no quieres que esté aquí, me marcharé.

―No hermosa quédate, esta también es tú casa aunque nunca hayas venido.

―Silvia, perdóname por no haber sido mas generosa contigo y mamá, por haberlas tenido tanto tiempo abandonadas sin querer responsabilizarme de nada.

―Alabado sea el señor por darte lucidez, tarde pero te ha llegado.

―Silvia, necesito hablar contigo.

Silvia miró a su hermana con detenimiento intentando averiguar qué era lo que se escondía en esa mujer desaliñada, con sus ojos rojos e hinchados, su piel estaba pálida y apenas podía pronunciar dos palabras seguidas sin fatigarse. Silvia comprendió en ese instante que algo malo le estaba sucediendo a su hermana. Si no ¿A qué iba a regresar a  casa?

Sentadas en la cocina con una vaso de café cada una, Alejandra miraba al vacío pensando cómo le iba a dar la noticia a su hermana.

―Alejandra, qué te ha ocurrido para qué vengas a casa. ¿Qué problema tienes?

―Silvia, me estoy muriendo.

―Venga ya, esto es una broma, si necesitas esconderte de algún amante, hazlo, total no va ser la primera vez que lo haces, pero no te inventes esas cosas.

―Silvia, es verdad. Mira lee los informes, aunque no te vas a enterar de nada, están en alemán.

―A-le-jan-dra no puede ser... ―El corazón de Silvia pareciese que se había parado por un segundo al enterarse de aquella noticia tan trágica.

―Silvia, escúchame un momento, sé que esto no es fácil para nadie yo aun ni me lo creo, intento asimilarlo. Pero ese no es mi mayor preocupación, estoy embarazada y quiero vivir para darle la vida a mi hijo.

―¿Embarazada? ¿Pero y el padre de tú hijo?, Alejandra por Dios explícame que te ha pasado.

―Silvia no te alteres, no puedo o más bien no quiero explicarte mucho sobre mi vida, siento mucha vergüenza y este castigo es poco para el que me merezco. Este hijo que llevo en mis entrañas es de mi marido, pero él no sabe nada. No preguntes más Silvia, solo prométeme que nunca te separas de mi hijo si nace.

La Ambición De QuererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora