Capítulo 27

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Me encanta mi nuevo pisito, pensé para mí. Era más bien pequeño, más que mi apartamento anterior, pero era lo que había conseguido con tan poco tiempo, y estaba preparado para empezar a vivir, ¿qué más podía pedir?

La mudanza había sido corta y no había necesitado la ayuda de nadie, tal y como mi pequeña mudanza del apartamento la vez anterior, solo que con la diferencia de que esta vez iba a vivir sola, pese a gustarme la compañía de Haley, tenía que afrontar que ella ahora vivía en pareja y muy contenta por lo que sabía.

Así que puse en mi nuevo armario mi limitada ropa, y me dejé caer en una cama sin vestir y miré hacia mi techo, que era de un blanco soso. Pensé que a mi habitación le vendría un color nuevo, algo que fuera más conmigo, tal vez tendría un gran proyecto que hacer en cuanto estuviera del todo instalada. Me tentaba vestir un mono y liarme a brochazos contra las paredes, nunca había sentido mucha pasión hacia la pintura aun tratándose de arte, pero intuía una buena forma de descargar tensiones gracias a ella.

Tensiones que hacían que sintiera mis músculos pesados y flojos, y Dylan en mi mente dando vueltas.

*****

La noche anterior

La cena con mi madre fue tal y como me la estaba imaginando. Fue digno de un partido de tenis, pelota para allá, y pelota para acá.

En el lado derecho mi madre, aproximadamente cincuenta kilos –con suerte, porque estaba muy delgada, siempre lo había estado–, un tirante moño sujetándole el pelo y evitando que nada la distrajera de su verdadera misión, yo.

En el lado izquierdo yo, aproximadamente ochenta kilos de puro músculo y café, vestido para la ocasión y sin escudo con el que defenderme de los empellones de mi santa madre.

Si llego a saber que esta cena se convertiría en una lucha sin cuartel, no le hubiera cogido el teléfono. Prefería más a Ysolde entre mis brazos, rendida, que rendirme ante mi madre y su agotadora batalla contínua.

–Ya te lo he dicho muchas veces –decía mientras devoraba su plato completamente vegano, adicción adquirida por mi hermano–, pero un hombre como tú no puede vivir solo, necesitas a alguien contigo.

–Mamá, ya sabes que las cosas de la casa las controla Graciela –dije intentando huir del tema, como siempre–, sin ella no podría vivir.

–Dirás que sin ella te ahogarías en la basura.

Mi madre como siempre nunca ha optado por la sutileza, te clava los colmillos donde sabe que tu carne es más susceptible.

–La verdad es que Graciela es un regalo divino, veinticuatro horas, siete días a la semana –dije, agradeciendo sinceramente a la mujer que llevaba mi casa con mano izquierda.

Mi madre no se rendía, es más, afilaba su espada para seguir hurgando en la herida con más saña.

–Ya sabes que no me refiero a eso, Graciela es tu asistenta, pero no tu compañera de vida. Deberías de estar buscando una, ya que a tu edad y más siendo cual es tu profesión, no muchas mujeres estarían dispuestas a vivir con un hombre como tú.

Tocado, hundido y arrastrado por la corriente hasta el más frío y oscuro abismo del mar. Resultado: mamá gana, como siempre.

Dejo mi tenedor sobre el plato, cansado. Mi madre puede hacerte sentir el ser más puñetero sobre la faz del universo, pero no por ello le falta razón. Tengo que admitirlo, tengo cuarenta y dos años y vivo solo, actúo como si no tuviera más de treinta, nunca pasa una mujer por mi cama dos veces y nunca me había sentido tan vacío como ahora. Ahora que he conocido a Ysolde, ahora que empiezo a experimentar lo que son los verdaderos sentimientos.

Al ver mi gesto cansado y taciturno, mi madre posa su mano sobre la mía.

–Sabes que te lo digo por tu bien, cariño. Sé que por tu carácter no puedes admitir que tienes necesidades, pero las tienes hijo mío.

La miro y no puedo evitar pensar en Ysolde, en ella y su piel resplandeciente cuando le da el sol, en como finge estar seria pero yo noto que está a punto de morirse de la risa, en su boca junto a la mía...

–Mamá... –y conforme digo estas palabras, sé que en algún momento puedo llegar a arrepentirme de haberlas pronunciado–, creo que ya he conocido a alguien.

Pese a su entrenada cara de póker, sé que lo que acabo de decirle le pilla totalmente de improviso.

–¿Qué me dices? ¿Pero como no sabía yo nada de esto?

–Es todo un poco improvisado, y va lento mamá, no me atosigues –sé que si no paro sus caballos, la invitaría mañana mismo a comer para conocerla–.

–¡Ah! ¡Qué contenta me pones! –no puede evitar dar pequeñas palmaditas de alegría, y a mí se me encoge el corazón al verla tan contenta–. Cuéntame algo de ella, ¿cómo es?

*****

Aún faltaba mucha magia en la casa como para dejarla habitable para mí, pero por algo había que empezar. Ya estaba toda mi ropa en el armario, que era poca, y lo siguiente que tocaba era una visita a los centros comerciales para dotarla de todos los cachivaches que una casa necesitaba.

Pero antes, yo y las paredes de mi habitación teníamos una cuenta pendiente, y era el color que debían tener. No me decidía si por colores claros u oscuros, si todas las paredes de un color o cada una de uno diferente. Tampoco sabía que quería en el techo, pero lo quería cambiar de ese blanco soso y aburrido a algo imaginativo y con color. Quería un cambio drástico y total.

Y así es como se lo dije a Dylan cuando lo llamé para que viniera a casa. Yo, mientras, ataviada con un mono de plástico blanco inmaculado, esperaba con doce cubos de pintura de diferentes colores y varias brochas que pronto acabarían sucias hasta las cencerretas.

Dylan llegó antes de lo previsto, casi como si estuviera listo antes de que yo le avisara. La verdad es que con Dylan todo es así, como si siempre estuviera preparada para él, como si notara segundos antes su llegada al modificarse el aire en energía, o eso me pasaba a mí al menos. Sé que soy una tonta por creerme esta fantasía, pero era mi fantasía y quería vivirla como viniera.

Su cara al verme con el mono puesto fue de guasa total, muy habitual en él en lo que a mí se refería.

–No te descojones que hay otro mono para ti –le dije, y pensaba que ya había ganado el punto cuando me dijo:

–También puedo quedarme desnudo, elige tú.

Vale, ahora estaba teniendo serias dudas de que él y yo fuéramos a pintar nada, salvo mis oscuros deseos sexuales de colores vívidos y cálidos.

–¡Toma! –le lancé un mono, y esperé a que mi pulso bajara para poder estar con él en la misma habitación y no echarme sobre él.

Con una media sonrisa que me dejaba rendida se puso el mono mientras yo esperaba en mi habitación. Él entro como siempre, como si fuera un felino peligroso de una selva desconocida, nunca lo admitiría, pero su seguridad al andar es algo que me ponía a cien y que le envidiaba al mismo tiempo.

–¿Por dónde empezamos?

Te puedes quedar [Resubido, sin terminar]Where stories live. Discover now