Capítulo 5

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La alarma sonó sobre la mesita, y aparatosamente logré apagarla al segundo timbrazo. Eran las ocho de la mañana de un domingo, y yo tenía un gran día por delante. Había quedado con Marga, una fotógrafa potencial que había conocido durante mis primeros días en la ciudad. Gracias a ella, había descubierto lugares desconocidos para la mayoría de los turistas.

Con decisión, me levanté del sofá y noté un dolor agudo en el cuello. Vaya, y encima con tortícolis. Me acerqué al baño abrí el grifo de agua caliente, con suerte el agua se calentaría pronto, pero lo dudaba. Esa era una de los inconvenientes de vivir en un sexto piso, que el agua llegaba con dificultad y que le costaba mucho calentarse.

Salí del baño, casi sin hacer ruido, hasta mi cuarto y encendí las luces. Él no se había despertado –él, si él, ¿lo recuerdas? Dylan Hoyt, batería de los Go! Planet a quién había ayudado a escapar de una detención segura la pasada noche–, dormía como un tronco sobre mis sábanas favoritas. Dejé de mirarle –lo que me costó bastante, la verdad, todos los días tenía en la cama a un famoso músico de una banda conocidísima–. Ysolde, ¡para de fangirlear!, me dije a mí misma apartando la mirada.

Trasteé en el armario en busca de ropa que ponerme, y escuché su teléfono sonar. Y siguió sonando mientras yo apilaba la ropa que me iba a poner tras la ducha que me esperaba. Y haciendo una locura, me acerqué a él y le golpeé el brazo.

–Dylan, Dylan –le dije con voz baja, pues no quería asustarle. Pero como quien oye llover, Dylan pasó de mi cara y de su teléfono, y se revolvió entre las mantas dándome su espalda como respuesta. Y haciendo una locura, rebusqué en sus pantalones con cuidado –pero vaya, si no se había despertado habiéndolo llamado yo ni escuchando su móvil sonar, no creía que se fuera a despertar ahora–. Un flamante i-phone negro se alegró al verme, iluminando su pantalla y alternando las vibraciones. En la pantalla se leía “JORDAN”. Y como si no fuera ya una gran locura todo lo que había hecho de aquí para atrás, descolgué la llamada.

– ¡Dylan! ¿Se puede saber dónde te has metido? –una voz entre preocupada y enfadada me dio la bienvenida. Me aclaré la voz. Nerviosa, dudé.

–Hola, no soy Dylan. Soy Ysolde, y Dylan no está…– ¿cómo decirlo con tacto? –…no está disponible en este momento.

 –Ajá, así que no está disponible… ¿Y tú quien eres?, si se puede saber.

Y ahora, ¿qué digo?

–Mira, no me interesa, estoy cansado de esto. Dime donde está mi hermano e iré a buscarlo – ¿ha dicho su hermano?

–Doscientos cincuenta del Harbor Bulevar –dije atropelladamente, deseando acabar con esa conversación. Cansada de escuchar gritos a través del teléfono, lo aparté de mi oído, y vi que había acabado la llamada.

–Genial, francamente genial –dije dejando sobre mi mesilla el teléfono, no sin antes ver que tenía un montón de mensajes sin leer.

*****

Por fin había llegado el agua caliente, y sin esperar, dejé caer el agua sobre mí, dejando que mis músculos se aflojaran y descansaran de la incomodidad de dormir en un sofá.

La noche anterior había sido todo un espectáculo, pero al fin y al cabo, era eso lo que me había atraído de Los Ángeles. ¿Cuántas posibilidades había de que conociera a Dylan? Al fin y al cabo estaba en plena gira de su último disco. ¿Cómo era aquella canción? ¡Si! Aquella canción que le gustaba tanto, que tenía un ritmo movido y el estribillo era muy pegadizo…

Y comencé a cantar, un hábito en mí, mientras me enjabonaba el pelo.

–I've been up in the air na na na na. Stuck un the moment…

Of emotion I've destroyed*.

Mis ojos se abrieron, me giré –con cuidado de no romperme la crisma de un resbalón– y abrí un centímetro de la cortina de la ducha. Él estaba sentado sobre la taza del inodoro, con las piernas cruzadas a nivel de los tobillos y recostado sobre la precaria cisterna. No llevaba sus características gafas, y tenía un aspecto demacrado y envejecido –a diferencia de la impresión que ofrecen las miles de fotos habidas y por haber en el cibermundo–. Miraba hacia sus pies, con una expresión que no logré identificar.

–Podías haber esperado fuera –dije, y cuando levantó la mirada, corrí la cortina.

–Y tú podías haberme dejado en el parking.

Me llevé una mano a la cara. Ysolde, ¿dónde te has metido?

–Van a venir a buscarte.

–Acabo de hablar con mi hermano, está de camino –así que ese era Jordan, su hermano, que era vocalista de Go! Planets. Tanto famoso junto ¡y yo con estos pelos!

– ¿Puedes esperar fuera? –dije sacando apenas la cabeza por la cortina. Vi como sonreía. Una sonrisa triste, he de añadir.

Conseguí que saliera del baño para cuando ya había terminado de ducharme. Una vez estuve seca y vestida, salí del baño con el pelo húmedo y me dirigí a la cocina.

Y allí estaba él, trasteando con mi cafetera, con varios armaritos abiertos y un par de tazas de café.

–Estás en tu casa –dije, y se giró sorprendido. No me pasó nada desapercibida la mirada que barrió mi atuendo.

– ¿Quieres café y hablamos? –me dijo, expectante.

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Of emotion I've destroyed*: primera estrofa de la canción UP IN THE AIR, de THIRTY SECONDS TO MARS (el videoclip se encuentra en la cabecera del capítulo).

I've been up in the air
Out of my head
Stuck in a moment of emotion I've destroyed
Is this the end I feel?

Te puedes quedar [Resubido, sin terminar]Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum