Capítulo 8

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Haley, Charlie, Ricardo y yo entrábamos en mi restaurante favorito. Teníamos mesa reservada para cuatro y yo me moría de ganas de celebrar a la fiesta de mi futura inauguración.

Había invitado a Charlie porque era el vecino atento, el que siempre te prestaba azúcar o sal cuando se te agotaba y  ¿por qué no decirlo?, estaba muy bueno. Era moreno y de ojos azules, con una sonrisa perpetua en su rostro, y ¿qué decir de su cuerpo? Un adonis, un dios griego, un… un…, vale, ya se me han acabado los sinónimos. Y también porque se preocupaba por nosotras y nunca había intentado nada, ¿estaríamos ante un espécimen nuevo? ¿Una especie de caballero andante? No, qué va. Haley tenía una teoría, y era que Charlie era gay. Para ser sinceros, no había visto salir de su casa a ningún chico, pero tampoco a ninguna chica. Pero me transmitía buenas vibraciones y también me alegraba la vista, ¿es eso un crimen?

Ricardo era el amigo de Haley, y amigo es no es decir toda la verdad, era su lío, su affair. ¿Qué qué estaba haciendo allí? Yo que sé, Haley hace conmigo lo que quiere y acabé invitándolo por sugerencia suya–¿o debería decir obligación? –.

Pues total, estábamos los cuatro sentados y pidiendo la cena. Bueno, eso lo hacíamos Charlie y yo, porque Haley y Ricardo andaban concentrados en ellos mismos, tanto, que el camarero tosió a fin de ser percibido.

Tras un buen filete –eh, no penséis mal–, pedí tarta de chocolate como postre. Si, ¿por qué no? Un buen trozo de pastel –que se iría a aposentar rápidamente a mi culo– pero que proporcionaba una descarga de felicidad en mi cerebro, lo que era muy placentero, casi erótico.

–¿Cómo está tu amigo?

–¿Mmmm? –dije concentrada en el sabor del chocolate derretido.

–El de anoche –me dijo Charlie. Se me abrieron los ojos y dejé la cuchara en el plato.

–¿Qué amigo? –preguntó Haley. Vaya momento para dejar de jugar al pulpo, pensé.

–Pues es –piensa Ysolde, piensa– aquel chico que conocimos en la fiesta de –¿qué fiesta? No me salía nada.

–¿De Jhonathan? –dijo Haley, con una ceja levantada.

–¡Si! –dije aliviada–. Pues nada, está bien.

–Me alegro, aunque –dijo Charlie– no me parecía digno de confianza.

–¿Quién? ¿El bueno de Jhonathan? –Haley rio al otro lado de la mesa– ¡pero si es un trozo de pan!

La mirada escéptica de Charlie me hizo desviar la mía, y concentrarla en mi plato y mi pedazo de pastel. Volví a coger la cuchara.

–Durmió en casa, pero esta mañana, encontrándose mejor, se ha ido.

–¿Durmió en casa?¡ Eso me lo tienes que contar!

Nada, que entre uno y la otra no me iban a dejar comer el resto del pastel.

–No es nada de eso, tuvo una mala noche y le dije que podía quedarse en casa. Sólo eso –dije intentando dar por zanjado el asunto metiendo otro pedazo de pastel de chocolate en mi boca. Haley sabía que desde que había llegado a Los Ángeles, no había tenido, digamos, compañía masculina. ¿Compañía masculina?, mi mente se reía de mí. Si, he usado un sinónimo, o más bien un eufemismo. Me refiero a relaciones sexuales ¡Ala, ya lo he dicho!

–Me alegro de que sólo pasara eso –me dijo Charlie, apoyando su mano en la mía y acercándose a mí con una mirada que no supe reconocer. De no pensar que es gay, pensaría que estaba flirteando conmigo. ¿Por qué no lo estaba haciendo, no?

Tras pagar la cuenta y abandonar el restaurante, cogimos un taxi –si, se lo que vas a pensar, que teniendo coche, ¿para qué un taxi? – para no ser ninguno el sobrio conductor. En condiciones normales, hubiera sido yo la voluntaria para tal misión, pero hoy quería desmadrarme y disfrutar.

El ambiente en MOONLANCE era la hostia –uy, perdón–, corrijo, era la pera limonera. La gente se amontonaba en la entrada en una larga fila, larga larga ¡eh! Pero gracias a los contactos de Haley –quien se había pateado todos los locales– conseguimos entrar antes que nadie, sin necesidad de pagar en estraperlo o de enseñar más carne de la que ya mostrábamos.

La música era rítmica, movediza y me pedía a gritos bailar. Y a pesar de que huía de las grandes acumulaciones de gente, en esta ocasión iba a obviar ese detalle y simplemente me iba a dejar llevar. Agarré de la mano a Haley, y me la llevé a la pista. Allí bailamos hasta sentir como el sudor mojaba nuestra piel, la música nos envolvía y nos dejábamos llevar por las notas.

Tras una parada en la barra para conseguir unas bebidas, busquemos con la mirada a Charlie y a Ricardo. Los dos estaban parados en el mismo lugar en el que los dejamos, pero con unas cervezas. Haley y yo  nos acercamos y les instamos a bailar, ardua tarea que no conseguimos realizar. Atontada por el ron que empezaba a correr por mi sistema, volví la mirada  a los reservados, que se hallaban en la parte superior de la discoteca.

–¡Haley! ¿Por qué no nos consigues un reservado? –ella me sonrió.

–Eso está hecho –y se volvió buscar al gerente.

–¿Bailas? –me preguntó Charlie, dejando sobre una mesa su cerveza.

–¡Por supuesto!

Tras dejar mi bebida junto a la suya, nos deslizamos entre las parejas que llenaban la pista. Juntos, nos movimos al son de la música, que cada vez iba subiendo el tono y pedía movimientos más descarados. Já, descarados a mí. Me balanceé contra Charlie, y él contra mí. Súper compenetrados bailamos durante varias canciones, hasta que empecé a notar la incomodidad de mis zapatos de tacón.

–Vamos a descansar un rato –le dije al oído, el asintió con la cabeza. De vuelta a Ricardo y Haley, Charlie colocó su mano en mi espalda con gesto protector.

–Tenemos reservado, es el 18B.

Subimos las escaleras que llevaban a la galería de privados, y preguntemos a una de las camareras que por qué lugar se iba  al nuestro –pues la escalera se bufurcaba en dos direcciones.

–Es el penúltimo a la derecha.

Fuimos hasta él, quizás yo iba más adelantada que los demás, pero comprendedme, necesitaba sentarme cinco minutos, y lo necesitaba ya. Escuchaba las risas de Haley detrás de mí, y me volteé para mirarla. Vestía un corto diseño caro estampado de flores y unos tacones de vértigo –y yo me quejaba de los míos, que no eran ni la mitad– y reía con descaro tras su pelo revuelto.

Pensé que ese era un momento especial para hacer una foto y capturar ese momento. A falta de mi Canon, usé mi teléfono para conseguirlo. Encendí el flash, enmarqué y di un pequeño paso hacia atrás para centrarlos bien en la imagen. Pero tropecé con alguien que había detrás de mío, alguna persona que estuviera en algún reservado colindante al mío –porque ya estábamos a punto de llegar al nuestro– que hizo que la foto estuviera borrosa y movida.

Me di la vuelta para pedir disculpas –ya que era yo la que estaba andando de espaldas– y allí estaba él. Con miles de diferencias. En vez de una ropa informal como lo era su camiseta de tirantes negra, esta vez llevaba un traje negro y camisa. Sin sus gafas era más reconocible, lo que se demostraba por la compañía que tenía, un puñado de fans –y digo fans porque señoritas de compañía no me parecían–, y no se veía demacrado ni ojeroso, si no descansado y, si, atractivo –que no es que no fuera atractivo antes, pero habiendo consumido sustancias ilegales, no tenía buena cara–.

–Hola –dijo sorprendido.

–Hola –le dije conmocionada, y si, también con las mejillas ardiendo.

Te puedes quedar [Resubido, sin terminar]Where stories live. Discover now