Capítulo 21

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De camino al hotel no podía abrir la boca.

Si, ya lo sé. Sólo me había dado un beso en la mejilla, pero había sido tan inesperado y tan íntimo, que no creo que se pudiera diferenciar de un beso en la boca, o al menos me lo parecía.

Las palabras de Emma se repetían en mi cabeza, ¿estaría en lo cierto? La verdad es que no sabía en qué pensar, solo deseaba llegar al hotel para tirarme en la cama y olvidarme de todo.

Cuando llegamos al hotel, éste estaba desierto, habíamos llegado a más de las tres de la madrugada y sólo estaba el recepcionista, que nos saludo con un leve movimiento de cabeza. Dylan y yo subimos al ascensor y subimos hasta mi planta, donde se despidió de mi con otro beso en la mejilla y un “hasta mañana” casi susurrado, o así me lo había parecido.

Llegué a mi habitación envuelta en una nube, de la que no me podía bajar y cada vez estaba más alta. Así que me desvestí lo más rápido que pude, y sin pensar en nada más, me tiré sobre la gran cama y me metí entre las sábanas, deseando poder dormir ya que estaba muy cansada.

A la mañana siguiente me di cuenta de dos cosas; una era que había dormido de putísima madre en esa cama –me aseguraría que antes de que me fuera, preguntar en recepción que tipo de colchón estaba usando– y que, estaba colada por Dylan Hoyt. Y lo peor de todo es que él tenía la culpa, con sus atenciones y sus besos.

Me dije para mí misma que solo era un amigo, que debería de poner distancia y que tendría que olvidarme de lo que había oído o de lo que creía sentir.

Me levanté y me duché, dejando que el agua tranquilizara mis músculos tensos, y preparé mi mochila de cuero marrón para irme de callejeo por la ciudad. El día anterior había conseguido varios mapas, con los que poder trazar los recorridos que haría esa mañana. Tras coger la mochila y mi indispensable cámara, bajé al restaurante del hotel para desayunar.

Ya en el restaurante, vi que Dylan reía animado con un grupo de gente en una mesa, sin el deseo de interrumpir me senté en otra mesa yo sola y pedí mi desayuno.

Cuando devoraba un croissant –algo de lo que me arrepentiría más tarde– observé como Dylan charlaba con la gente de su alrededor. Parecía tan seguro de sí mismo que impregnaba sensualidad en todo lo que hacía, al beber de su taza o al caminar.

¿Caminar?

Mierda. Se estaba acercando a mí, y yo estaba mirándolo descaradamente. Se movía seguro y confiado, y al llegar a mi lado, me dijo:

–¿Porqué no te has sentado conmigo?

–La verdad es que no quería molestar, iba a tomar algo rápido e iba a conocer la ciudad.

Miró a mi mesa, que estaba llena de bollería, ¿algo rápido? Ysolde, idiota, idiota, idiota.

–Si, y ahora que ya he terminado –dije levantándome apresuradamente de la silla–, me voy. –dije intentando salir de ahí lo más rápido posible.

Me sonrió y con un gesto se despidió de mí, y yo salí del hotel muerta de vergüenza.

El sol estaba en la cumbre del cielo, por lo que tenía pocas horas para vagabundear de aquí para allá, así que me puse las pilas. Saqué uno de los mapas y siguiendo las indicaciones me dirigí hacia la derecha.

Las calles estrechas y empedradas me daban la bienvenida, y con ellas los cientos de balcones llenos de macetas con flores de colores. Así que pensé que las flores coloridas era algo habitual en esta ciudad. Seguí paseando y capturando instantes, y conseguí completar el itinerario para ese día en menos de dos horas. La salida había sido interesante y volví a hotel con la cámara repleta de imágenes de París.

*****

Habría de ser más directo la próxima vez. ¿Un beso en la mejilla? Tenía que ser más seguro e ir a por todas, dejarme de tonterías y conseguir de Ysolde más que un beso en la mejilla.

Cogí el teléfono y me paseé por las redes sociales. La noticia de que había vuelto al tour sacudió el universo fan, y recibí miles de felicitaciones en Instagram. Con curiosdad, exploré fotos donde me habían etiquetado los fans o donde me habían comentado –rara vez me había puesto a ver los comentarios de la gente–, y me llevé una sorpresa al ver una foto, bastante desenfocada, donde se me veía besando a Ysolde tras el concierto de ayer. Por suerte, ella salía de espaldas, lo que le daba tregua y mantenía su identidad oculta.

No quería que ella se viera perseguida y atacada por los miles de bulos y paparazzis que podrían amargarle la existencia. Así que desconecté el teléfono.

Nuestro siguiente concierto sería en Lyon, y había quedado con Jordan y Augustus para viajar hasta allí y poder ensayar antes del concierto. Llamaría a Emma, para que acompañara a Ysolde más tarde hasta allí, pensé. Y cavilando, me acerqué hasta la ventana.

Cuando miré hacia abajo, vi a Ysolde deteniéndose en un puesto de flores en frente del hotel. Tocaba las margaritas con gesto soñador, y luego entraba en el hotel. Eso me dio una idea.

*****

Era casi la hora de la comida, y yo me había pasado el resto del tiempo desde que volví al hotel, mirando las fotografías que había hecho y pasándolas a mi laptop. Estaban llenas de colorido y me encantaban. Cuando las hube copiado todas a mi ordenador, lo apagué y salí de la habitación para bajar al restaurante.

Al salir vi que en el suelo y enfrente de mi puerta, había una margarita preciosa. La cogí y la acerqué a mi nariz para inhalar su aroma. Entonces recordé que me había parado en un puesto de flores para tocar margaritas antes de regresar al hotel. ¿Quién me la había dejado allí?

Te puedes quedar [Resubido, sin terminar]Where stories live. Discover now