La deuda de muerte

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Por unos segundos creyó que se había quedado ciego, hasta que la cordura regresó a él y le hizo entender que eso era solo un sueño. Se encontraba en las tinieblas, el único lugar al que iba cada vez que alguien moría.

Escuchó un grito desgarrador que le heló la sangre y le hizo temblar el cuerpo. Si bien había ido más de una vez a ese lúgubre lugar, el grito de la Banyaen siempre era aterrador.

A pesar de que ya habían pasado más de 5 años, recordó la primera vez que apareció allí. La madre de Melrin y Lira había desaparecido sin dejar rastro alguno, la habían buscado hasta el cansancio, pero nadie había visto a la humilde cocinera.

Despues de tres días, el príncipe y los dos pequeños hermanos estaban durmiendo en su habitación. Él había consolado a Lira hasta quedarse dormida y aun que el intentaba no hacerlo, cayó rendido también. Al abrir nuevamente los ojos, ya no estaba junto a sus amigos, estaba solo en medio de las tinieblas. Al principio estaba confundido, pensando que era una pesadilla, pero el lamento de la Banyaen, tan fuerte y real, le hizo darse cuenta que eso estaba muy lejos de ser una pesadilla, eso era de alguna manera real. Esa noche La Banyaen canturreo una y otra vez:

En el bosque primavera,

fue engañada y apresada,

torturada y degollada.

Por tonta, allí padecerá.

Al despertar, se dio cuenta que había estado hablando dormido, no solo porque tenía la boca reseca sino porque los ojos marrones de Lira lo miraban en plena oscuridad.

El debió haber previsto que esa pequeña de cabellera rojiza iría en busca de su madre. El debió de haberlo hecho, porque Lira era la mestiza más valiente que él había conocido a su corta edad.

El debió, pero no lo hizo y fue demasiado tarde cuando lo entendió. Melrin y él fueron en su búsqueda, pasaron la grieta que separaba las cortes y se adentraron en el bosque prohibido de la Corte Primavera. De más está decir, que ese día terminó muy mal.

La Banyaen volvió a gritar, sacando a Caladriel de sus pensamientos. El muchacho sabía qué hacer, comenzó a caminar guiándose en medio de la oscuridad solo por el canturreo.

El lamento comenzó a hacerse mucho más fuerte y claro:

Ha traicionado a su padre,

Y la traición se paga con sangre,

Canturreaba con una voz gutural.

Caladriel se acercó mucho más a ella. Estaba completamente a oscuras, pero cuando la mujer volteó y se encontró con él, pudo ver con mucha claridad unos ojos tan dorados como el sol, tan fuertes y penetrantes que lo paralizaron. Solo había visto unos ojos así una vez. Las garras de la bestia le tomaron el rostro sin previo aviso, fríos y alargados dedos atraparon sus mejillas.

– Cumple tu deuda de muerte. – dijo una voz masculina. – cúmplela o morirá.

Abrió los ojos de golpe, con el cuerpo perlado de sudor. Su habitación olía a duraznos y fresnos.

¡Fresnos! ¿Cómo era posible que sintiera ese olor? Miro por las cortinas de su ventana y la briza marina entro a la estancia borrando cualquier otro aroma.

Su pecho quemó en ese momento, justo encima de su corazón. Observó la runa que lo marcaba, el único vestigio de que las lenguas de hierro casi lo habían matado. Tenía la forma de una daga negra, marcada con las estrellas. Ahora brillaban, como si el propio cielo estuviera ardiendo sobre él.

Se paró rápidamente y se vistió a toda prisa. Había una fuerza extraña que tiraba de él, como si el tatuaje en realidad fuera un vínculo que lo jalaba.

– Cumple tu deuda de muerte. Cúmplela o morirá.

Las palabras retumbaron en su cabeza haciendo que el muchacho se apresurara aún más. Pero se sentía perdido ¿A dónde demonios tenía que ir? ¿por donde tenía que comenzar a buscar?

Recordó por un breve segundo el aroma de duraznos y fresnos y lo supo. Solo había un lugar que tenía ese aroma.

Se paró en el borde del alfeizar y vio el hermoso e imponente mar de Velaris frente a él. El cielo aun tenia tonalidades purpuras que se mezclaban con la oscuridad del mar. Aún faltaban horas para el amanecer, así que, si iba a hacerlo no había tiempo que perder. Desplegó sus imponentes alas y se lanzó al vacío. Sintió la brisa fría en su rostro mientras se dirigía a tierras Ilyricas.

Despues de su tormentoso Rito de sangre, había decidido no volver a esas tierras oscas por un largo tiempo, pero allí estaba, volando hacia sus pesadillas.

Tardó horas en llegar a las montañas Ilyricas, sintiendo que su pecho se tensaba cada vez más y más. Sabía que ella estaba allí, lo sentía en sus huesos y en la runa que ardía en su pecho. Voló por las montañas rocosas, recordando cómo había perdido amigos allí, como había ganado nuevas cicatrices y como poco a poco se había ido convirtiendo en el guerrero que era.

Ensimismado en sus pensamientos, solo el fuerte tirón de su pecho le recordó que ya había llegado. Bajo él, estaba el pequeño valle de duraznos y fresnos, descendió en picada, guiándose ahora ciegamente en su marca.

Al tocar piso, una extraña sacudida recorrió todo su cuerpo, por todos los Ilyricos que habían muerto en ese valle malicioso. Recordó como el Rito de sangre podía volverte loco, como muchos bajaban hasta el valle para resguardarse del frio y para alimentarse, pero todo en ese valle era mortal. El agua tenia veneno y los duraznos que siempre crecían allí, te hacían alucinar. Al final eran los arboles de fresno los que te incitaban a matar.

¿Cómo es que ella había llegado hasta allí? ¿había alguna grieta? ¿Algún puente entre la Corte Primavera y la Corte Noche que él no conocía?

Un mal presentimiento se apodero de su pecho mientras caminaba.

Al cabo de unos minutos se encontró parado frente a una pared de roca sólida, con una pequeña cueva. Tomó aire, ella estaba allí, tenía que estarlo. Nuevamente sintió el tirón en su pecho y avanzó. Al principio era solo una cueva oscura de roca sólida y fría. Poco a poco el sintió como el ambiente se calentaba y el piso ya no era de tierra sino de madera, las paredes eran ahora de piedra liza y aun que él no podía ver nada por la trémula oscuridad, pudo sentir frente a él, el tirón más fuerte.

Choco contra una pared. No, no era una pared, era una puerta. La abrió y el olor a sangre le golpeo el rostro como una pared invisible. Parpadeó un par de veces, para acostumbrarse a la luz y lo primero que vio fueron los cuerpos, por todos lados, desmembrados, empalados y acuchillados. Lo segundo que vio, fue un par de alas en el piso. Caladriel tuvo nauseas al verlas, eran alas blancas arrancadas de la espalda de algún ser grande, con tanta fuerza que se veían cartílagos puntiagudos sobresaliendo de ellas. Aguantó las ganas de vomitar, jamás había visto algo como eso, la escena sacada de uno de las peores pesadillas de un Ilyrico. El mismo infierno estaba frente a él. Al retomar la compostura pudo contar a por lo menos 10 personas allí, jóvenes que habían muerto con rostros llenos de horror, cada uno con un infierno más grande que el anterior. Caminó entre ellos, revisando cada uno de los cuerpos. Aun manteniendo la fe de que uno de ellos siguiera con vida, de que ella siguiera con vida.

El calor de los cuerpos le hizo darse cuenta que la masacre había sido reciente y que obviamente había sido brutal. Evito tocar las alas, entender que posiblemente habían sido arrancadas de alguien que aún seguía con vida le causaban tanta repugnancia que no pudo evitar vomitar. Se agarró el estómago tratando de tranquilizarse, aquella escena le traía muchos recuerdos malos.

Siguió en la búsqueda de algún ser vivo en esa horrible sala y cuando ya estaba por perder las esperanzas la escuchó. Una respiración entrecortada y leve. Caminó hacia la zona más clara, donde la luz de la luna iluminaba la estancia con mayor intensidad. Había un cuerpo que aun respiraba. Corrió hacia ella, tenía el cuerpo cubierto de sangre, Caladriel no podía definir si era suya o de alguien más porque lo único que veía era un cuerpo empapado en sangre.

Se arrodilló ante ella y le quitó los cabellos de encima, a pesar de toda la sangre, esa melena rubia seguía intacta. Caladriel contuvo el aliento mientras la observa con detenimiento.

Era ella. 

Una Corte de Venganza y Amor - Parte IWhere stories live. Discover now