Huérfana

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Cal no supo en que momento se quedo profundamente dormido junto a Tessrin, lo único que supo fue que había despertado en medio de una pesadilla y que Tessrin era la protagonista. La rubia aun seguía inconsciente por la citronila, pero sus mejillas estaban rojas y su cuerpo se movía inconscientemente.

Asustando, se levantó rápidamente y salió corriendo en busca del recuerdo que la lastimaba. Buscaría la forma de salir de allí, tal vez alguno de esos sueños tenia la clave.

Al salir y correr por uno de los pasillos de la primera planta escuchó los gritos de Tessrin, furiosos y desenfrenados.

– Jamás vuelvas a tocar a Laia – Le amenazo a alguien en el comedor.

Cuando Cal entró a la estancia la escena lo petrifico de sorpresa. Tessrin estaba allí, imponente como jamás la había visto. Tenia cuernos, negros y grandes que sobresalían de su cabeza y contrastaban con su melena rubia. Sus alas alzadas, blancas pero a la vez irradiando luz, como si estuviesen pintadas con los rayos del sol estaban extendidas amenazantemente. El vio con claridad que sus álulas1 en realidad eran garras puntiagudas y que sus plumas primarias2 parecían ser cuchillas afiladas. Sus alas eran singulares, nada parecidas a las alas de Serafines que había visto antes y ni que decir de esos cuernos negros, ella no era normal, tenia el don cambiante de su padre.

Luego, como si fuese cámara lenta observó a una pequeña niña rubia, llorando en silencio detrás de ella, protegiendo su rostro con sus dos diminutas manos. Era Laia, tenia que serlo. No hubo tiempo para mirarla con más detenimiento, la voz tan conocida de Ianthe le hizo dar cuenta que la escena seguía continuando.

– ¿Y sino que? – Preguntó Ianthe amenazante aun que Cal pudo ver verdadero miedo en esos ojos celestes. Tessrin sonrió lobunamente y batió sus alas, tan fuerte y con tanta magia contenida que Ianthe fue lanzada hacia la pared mas cercana, rompiendo todo a su paso.

– Ya no soy una niña Ianthe y ya no te tengo miedo. – dijo mientras se acercaba a ella. La mataría, realmente lo haría.

Sin previo aviso Tamlin se tamizó en la estancia, justo entre las dos mujeres. Era él, pero a la vez no lo era. Estaba viejo, como solo un inmortal puede estarlo, su rostro pálido, como si hace mucho no hubiese visto la luz del sol y su ropa era una especie de túnica y pantalones hachos inusual en un guerrero. Lo único que tenia del Tamlin que él había visto la primera vez, era el hecho de que en ese momento estaba hecho una fiera, con los ojos desencajados, las garras salidas y unos cuernos similares a los de su hija. Le grito o más bien gruño, tan fuerte y gutural que los cimientos de esa casa temblaron.

Tessrin dio dos pasos hacia atrás, con la mirada de sorpresa. Como si hubiese visto un fantasma.

– Padre. – susurro y bajo las alas. Los cuernos se escondieron, luego sonrío – Padre – Volvió a decir, como si fuese una visión que poco a poco se hacia realidad. Acortó el espacio entre ellos, olvidándose de Ianthe, olvidándose de todo por su padre .

Sin previo aviso, Tamlin la golpeo en la mejilla, tan fuerte y tan brutal que la muchacha cayó al piso mientras su rostro comenzaba a sangrar. No había sido una cachetada cualquiera, había sido un zarpazo. Tessrin abrió los ojos como platos mientras se sostenía la mejilla herida. Tamlin siguió allí, quieto, observando a su hija con el mayor desprecio posible. Ianthe se paró como pudo y se puso a su costado.

– Te lo dije, te lo dije. – sollozó la mentirosa. – esta así desde que lo sabemos, como un perro rabioso sin control, ya no puedo.... Yo no puedo con ella Tam, quiero pero no puedo. – decía mientras Tamlin seguía inquebrantable, frío como piedra.

Una Corte de Venganza y Amor - Parte IWhere stories live. Discover now