Seraphin

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Cal

Había arañado el muro hasta que sus dedos sangraron y sus brazos estuvieron inservibles por tantas espinas incrustadas. Su espalda le dolía por haber tratado de sacar sus alas una y otra vez sin encontrar respuesta y su cabeza, dioses santos, le dolía tanto por haber intentado utilizar su magia, que ya ni si quiera podía mantenerse parado.

Estaba en el piso de rodillas, adolorido, asustado y sobre todo furioso. Su garganta sangraba internamente por haber gritado tanto, inútilmente, porque sus padres no lo escucharon.

– Ya te he dicho, hagas lo que hagas no vas a poder salir de aquí. – Habló Tessrin con aburrimiento. Aun sentada en esa roca con las piernas dobladas, se limpiaba las uñas con una pequeña daga de puño de oro, tan cuidadosa que ni si quiera lo miró cuando habló.

– ¿No voy a despertar jamás? – preguntó. La muchacha se encogió de hombros.

– Sabes tanto como yo. – Se limitó a decir. – ¿Podemos ir a mi casa? Ver este muro me deprime. – dijo de mala gana señalándolo con molestia y luego se revisó las uñas nuevamente.

– ¿No estas asustada? – preguntó casi frenético mientras caminaba hacia ella – ¡¿Entiendes que, si no liberamos nuestra magia en un periodo de tiempo, terminará consumiéndonos?! ¡¿Entiendes que podemos quedarnos aquí toda la vida?¡ –le gritó, la muchacha seguía viéndose las uñas y se tomó todo su tiempo para responder, como si el mayor de sus problemas fuese la suciedad. Él ya estaba frente a ella, respirando furiosamente.

– No, si y sí. – dijo con tranquilidad y dio un saltito, estando tan cerca de él que el muchacho podía oler su aliento de frutos silvestres. Lo retó con la mirada, sin ningún atisbo de ese brillo dorado alrededor de sus ojos, ahora tan solo eran verdes. – No vas a resolver nada estando aquí, arañando como un gatito. – le dijo mientras lo empujaba ligeramente con la daga. Cal cerró la boca con fuerza haciendo rechinar sus dientes. Tessrin era tan insoportable. ¿Cómo es que por un momento había creído que era buena?

– ¿Entonces que sugieres que hagamos? – preguntó aun con los dientes apretados y las manos como puños.

– Hablar tranquilamente en la seguridad de mi hogar. No tenemos magia, no tienes armas y por si lo olvidaste, todo lo que te haga daño aquí, te hará daño allá. – dijo señalando el cielo con la daga. – Y no pienso rescatarte de nuevo. Fue el peor error de mi vida.

– Créeme, rescatarte también fue el mío.

Tessrin

Los hombros de Tessrin se tensaron ligeramente, quería decirle la verdad, quería y su cuerpo se retorcía por dentro por no poder hacerlo. Se limitó a caminar en silencio, observando el horizonte. Esa horrible maldición la había convertido en un monstruo. Ezra no solo le había quitado la libertad en la tierra sino también en esa pesadilla, había querido decirle muchachas cosas, reconfortarlo y decirle que todo iría bien, pero de su boca no había salido nada más que odio. Quiso llorar de pura impotencia, pero la maldición también se lo impidió.

Caminaron por las llanuras secas durante minutos o quizás horas. Se dio cuenta rápidamente que el tiempo allí se movía de diferente manera. Aquella idea le dio pavor, si era así, ¿cuánto tiempo había pasado en el mundo real? ¿Más o menos tiempo que aquí?

Vio la mansión de su padre a lo lejos, tan grande y sin vida y tuvo ganas de huir de allí. Todas sus pesadillas estaban en esas habitaciones y en la caballeriza, donde su padre la había latigado más de una vez. Su cuerpo se estremeció con el recuerdo.

– Si esa es tu casa, comienzo a entender porque eres tan malcriada. – hablo Cal detrás de ella. Un comentario ofensivo que ella merecía por su comportamiento antipático, pero que aun así dolió como una estocada.

No soy así Cal, por favor date cuenta de eso.

– ¿Qué sabes de este lugar? – preguntó sin más.

– ¿Tendría que saber algo? ¿Además de que su tamaño me parece inapropiado? – Preguntó Cal mientras subían las escaleras.

La enredadera de su brazo comenzó a enrollarse haciéndole daño, recordándole que no podía decir nada.

– Si, tendrías. – fue lo más que pudo decir mientras el dolor se hacía más fuerte. Tomó aire, viendo hasta donde llegaría su valentía. – despues de todo – hablo mientras apretaba los dientes con fuerza – tu madre vivió aquí.

Las últimas palabras dolieron tanto que tropezó en las escaleras, pero no solo fue ella, también escuchó a Cal caer y maldecir por el dolor. Giró para verlo y lo encontró apoyado en uno de los barandales de mármol, drenado de todo color y agarrando con dolor su hombro.

– ¿Qué ha sido eso? – preguntó el.

– Quítate la camisa. – exigió ella, sintiendo en su pecho un miedo profundo que comenzaba a apoderarse de él. Cal se vio contrariado por su orden. – ¡AHORA! – le exigió y el muchacho rápidamente lo hizo. Al abrirse la camisa Tessrin vio su marca, la que ella le había hecho al salvarle la vida. La daga estaba cubierta de la maldición, una enredadera llena de espinas, rosas y ojos. El alma se le fue a los pies, recordando que el tenía su misma marca. Si le decía algo no solo ella sentiría dolor sino también él.

– Tengo la misma marca que tú. – habló observando la marca con horror. Se quedó en silencio durante un rato. – ¿Sabes de que trata la maldición? – preguntó.

Ambos sintieron nuevamente el tirón en el brazo cuando ella quiso hablar.

– Pero no puedes decir nada. – culminó.

Si, Cal, ¡si!

– O no quiero. – dijo Tessrin con frialdad y continuó su camino.

Empujó las puertas de la mansión con fuerza y estas cedieron dejando al descubierto la estancia amplia y extrañamente carente de vida. La estancia estaba fría y cada cuadro, florero y alfombra allí parecía muerto. Hasta la pintura de su madre frente a ella se veía triste.

Cal

Lo primero que vieron sus ojos en esa gran estancia fue la pintura de una mujer de cuerpo completo. Rubia y hermosa, se parecía mucho a Tessrin, con labios llenos y rostro delicado. Lo único diferente eran sus ojos completamente dorados y las alas grandes y pesadas que tenía a sus costados.

Una seraphin

Esa mujer era una seraphin. Miró a Tessrin con asombro mientras la muchacha se acercaba al cuadro y lo tocaba con sus pequeños dedos.

- Hola mami. – susurró.

Giró para observarlo, la tristeza se reflejaba en su mirada, pero cuando ella habló, la frialdad y molestia en su voz se hizo casi palpable.

– Hay muchas habitaciones arriba, elige cualquier a excepción de las del ala oeste.

– ¿Qué hay allí? – preguntó con verdadera curiosidad, pero la chica solo subió las gradas y desapareció por el pasillo.

Entonces lo supo, su primera tarea seria revisar esas habitaciones. 

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Disculpen por no publicar antes. La tesis y el trabajo me tenias atareada. 

Una Corte de Venganza y Amor - Parte Iحيث تعيش القصص. اكتشف الآن