La Banyaen

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Cal

Un día la había visto fuerte, un día hace cinco años, esa misma chica lo había salvado de una muerte horrible. Y aunque ella lo desconociera, verla luchar de esa manera tan delicada, pero a la vez letal, había iniciado un cambio radical en la vida de Cal. Gracias a ella, él había decidido entrenar, ser fuerte y alejarse de la proteccion de su madre. Bajo todo pronóstico había decidido ir a entrenar en los campos Ilyricos y había sobrevivido para contarlo. Sin ella, él no hubiese iniciado ese viaje. Sin ella, él no sería quien es ahora. Se lo debía todo y allí estaba, frente a él, luchando por su vida, aferrándose a ella con toda la fuerza y fiereza que le quedaba.

– Te voy a salvar. – le susurró.

Mientras reunía toda su energía, una sensación cálida se apoderó de él y fue avanzando poco a poco hasta llegar a sus manos. Su padre le había enseñado a curar con magia. Le había contado sobre la vez que curo a su madre en una celda, con tan solo mirarla. Cal aún no tenía tanta fuerza como para hacer eso, aun le faltaban años de práctica, pero sabía que podía mantenerla con vida.

En ese momento la magia ya estaba en sus manos. Crepitante como siempre, había aprendido a mantenerla a raya, para que no fuera letal. Puso sus manos encima de ella con cuidado. No había tiempo ni luz para poder revisar cada una de sus heridas a fondo, solo sabía que tenía que comenzar a cerrarlas o se desangraría. Se guio por la magia, sintió aquellos lugares fríos en su cuerpo, lugares donde estaba perdiendo sangre: brazos, piernas, estomago...

Se quedó paralizado al sentir que su espalda estaba básicamente helada. Tragó saliva con fuerza, listo para curar su espalda.

Escuchó un sonido justo frente a él. Su cuerpo se tensó y al levantar la cabeza, cada parte de él estaba listo para atacar.

El aire se le escapó de los pulmones al ver quien se había movido. Al fondo de la estancia, no muy lejos de él, había un cuerpo, las manos en lo alto, clavadas a la pared con grandes estacas de hierro y el cuerpo desplomado en el piso. Era una mujer con cabellera castaña. Su cabellera le caía por un costado del rostro, dejando al descubierto un rostro conocido, La Banyaen. Con una herida mortal en el cuello, de la cual brotaba sangre como un río silencioso. Su corazón latía tan despacio que ni si quiera lo había llegado a percibir.

– Nos traicionó – susurró la mujer mientras botaba sangre por los labios y la herida del cuello con más rapidez. Sus ojos grandes ya no eran dorados como en su sueño, era celestes como el agua, inyectados de tristeza y desolación. – Teníamos fe en él y nos traicionó.

El joven príncipe por fin vio todo su cuerpo maltrecho y si no hubiese sido por la impresión, hubiese vomitado en ese mismo instante. ¿Cómo seguía con vida? Si estaba desmembrada por la parte baja y la sangre formaba un gran charco a su alrededor.

– ¿Quién fue? ¿Quién los traicionó? – Preguntó mientras daba un paso hacia adelante, dispuesto a darle una muerte rápida y digna.

La Banjaen miró hacia la muchacha que estaba detrás de Caladrial y lloró. Un llanto desgarrador que hizo tronar los oídos de Cal. Las ventanas se rompieron y miles de pedazos de vidrio cayeron como lluvia sobre la estancia. Cal cayó al piso, protegiendo a la muchacha con su cuerpo. Sus alas se desplegaron, cubriéndolos a ambos como escudo.

– Mi vida está amarrada a este santuario – Rugió con dolor y rabia – Por ella...por ella... – volvió a decir fuera de sí. – ¡Llévatela! – Volvió a gritar y sus lamentos no pararon.

Cal tomó a la muchacha entre sus brazos mientras la habitación de piedra retumbaba cada vez más fuerte por el grito desgarrador de La Banyaen. No duraría mucho.

Se metió por la puerta que daba al valle y tan solo corrió.

El grito se fue perdiendo a medida que el salía de la cueva, al punto en que dejo de escuchar los lamentos y sintió la briza cálida del valle. Había regresado.

Cayó de rodillas, agotado por lo que había visto. Se sentía enfermo en ese momento. ¿Quién había sido capaz de hacer tal barbaridad? De dejarla de esa manera, en ese horrible estado.

La muchacha entre sus brazos se movió ligeramente, sacándolo de sus pensamientos. Aun inconsciente, parecía tener más fuerza que antes. La recostó en el piso con sumo cuidado y luego la volteo para ver su espalda.

Por unos segundos dejó de respirar, observando con completo horror la herida que tenía en su espalda. Dos grandes cortes desiguales en la espalda, llenos de cartílago roto y carne destrozada.

Le habían arrancado las alas.

Tesrin

Cuando Tesrin abrió los ojos, lo primero que vio fue el cielo oscuro encima de ella. Un hermoso cielo estrellado, tan claro como el agua. Podía ver cada una de las constelaciones. Nunca había visto un cielo así, con estrellas tan brillantes, como si de alguna manera estuviera más cerca al cielo.

Supo al instante que no estaba en la Corte Primavera. No, ya no estaba allí, aunque tampoco entendía como había llegado a ese hermoso lugar. Tal vez había muerto. Tal vez ese era el cielo que veían los dioses.

Se recostó y siento un dolor punzante en la espalda. Instintivamente se tocó la alas y las lágrimas cayeron por sus mejillas mientras se mordía los labios con fuerza.

Sus alas, sus alas realmente habían sido arrancadas. El dolor del recuerdo la abrumó y aun que no produjo ningún sonido, sus lágrimas siguieron cayendo por sus mejillas.

Los recuerdos eran borrosos. Habían iniciado la rebelión, habían luchado, los habían traicionado y habían perdido.

Dioses

Sintió la sangre en sus labios y se dio cuenta que había estado mordiendo todo ese tiempo su labio inferior. Se relajó un poco y trató de empujar los recuerdos de la traición, de Ezra arrancándole las alas, de su padre observando en silencio y de su gente siendo masacrada.

Se levantó con dolor, cada musculo, hasta el más pequeño le dolía. Observo un bosque de duraznos y fresnos frente suyo.

Ese no podía ser el cielo. Se dijo a sí misma porque todo parecía extrañamente letal en él. Miró a su costado y observó el cuerpo de alguien más.

Sus ojos se abrieron como platos.

Lo reconoció al instante, esos labios carnosos y esa piel pálida que hacia contraste con esa cabellera negra y brillante que se risada en las puntas, tapando ligeramente sus ojos. Esas pestañas gruesas y largas que cerraban sus parpados. Y a pesar de que no los veía, Tesrin sabía que debajo de ellos había unos ojos azules, penetrantes y oscuros, letales y hermosos como el océano. 

No, definitivamente ese no era el cielo, era todo lo contrario. Se encontraba en el mismo infierno. 

Una Corte de Venganza y Amor - Parte IWhere stories live. Discover now