Tessrin

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Caladrial retomó el conocimiento horas más tarde. Cuando el cielo ya estaba aclarando y la brisa fría del amanecer se hacía sentir. Su cuerpo tembló mientras se recostaba y veía una fogata frente a él. El olor a fresno le chocó tan fuerte que tuvo que hacer una mueca de asco.

Confundido observó a los costados y vio a la muchacha de cabellera rubia calentándose frente a él.

– ¿Pero qué demonios? ¡Estás quemando fresno! – preguntó alarmado.

Ella asintió con la cabeza. Se había amarrado los cabellos en un moño, dejando al descubierto sus orejas curvas. La sangre le cubría parte del rostro y el cuerpo, pero ya estaba seca. El color había regresado a sus mejillas y a pesar de que las costras seguían en su piel, tenía un mejor semblante.

– El fresno no mata a menos que se te incruste en la piel. – habló ella mientras calentaba sus manos con completa normalidad. – Y para que no te alarmes, también puse la piel de ese durazno venenoso en tus manos. – habló, señalando las manos de Cal con una de sus dagas.

– ¿Qué? –Gritó mientras veía sus manos. Sus puños y yemas en piel viva estaban cubiertos ahora por pliegues de durazno.

Cal había enloquecido al entender que había dejado las alas de la muchacha en ese santuario. Corrió a recogerlas, pero al llegar al final de la cueva descubrió que la puerta estaba cerrada. Intento abrirla inútilmente, se arrancó las uñas y piel de las manos al tratar de hacerlo, pero era demasiado tarde. Aquella magia extraña que conectaba esos dos lugares ya se había desvanecido.

– Pero por el caldero estás loca, voy a morir. – habló mientras se sacaba las pieles de durazno. La muchacha se movió tan rápido que en un parpadeo ya estaba agarrando sus manos. Impidiendo que se sacara los pliegues de fruta.

– Para. – dijo con tranquilidad y el muchacho lo hizo secamente. – Tenemos este mismo durazno en casa, padre planto muchos en el pasado para matar a aquellos desertores que escaparan al bosque. – habló con normalidad – Mi madre los estudio, intentando encontrar otra utilidad. Resulta que, si los comes son letales y te causa alucinaciones horribles, pero si lo pones sobre heridas, son un buen antiséptico y sedante. Y ahora que ambos estamos drenados, creo que es una buena solución para que no lloriquees por tus manos. – Culmino con una ligera sonrisa aun que la tristesa aun seguía reflejada en sus ojos.

Caladrial se ruborizo y se soltó de su agarre.

– No deberías de hacer tanto por mí. – dijo sin poder mirar sus intensos ojos verdes con reborde dorado. Tessarin retrocedió un poco y se sentó a su costado.

– ¿Y por qué no? Si me salvaste la vida.

– Pague una deuda, eso es diferente. – hablo.

Esta malhumorado, pero no con ella, sino con él mismo. ¿Cómo había sido tan tonto de dejar las alas de aquella muchacha? Jamás se lo perdonaría. Sabia cuán importantes eran alas para los Ilyrico y los Serafin, entendía que eran su orgullo y ella... Dioses, ni si quiera podría darles una sepultura digna.

– Hiciste más que eso. – dijo con tranquilidad mientras miraba la fogata y lanzaba pequeños trozos de hierba hacia el fuego.

En silencio vieron como la madera se consumía mientras el cielo se hacía más claro. Ninguno sabía que decir. ¿Cómo se iniciaba una conversación con alguien que había perdido tanto?

– No entiendo cómo, pero sé que estamos muy lejos de casa. – inicio ella. – Este de aquí. – Dijo señalando el cielo con la daga – No es el cielo de la Corte Primavera.

Así que eso era, allí habían estado. En la corte prohibida, la Corte Primavera. La gente decía que el Alto Lord de esas tierras había decidido cerrar sus puertas a cualquiera, se había consumido por el dolor y la traición de alguien. Cal no sabía toda su historia, en casa no se hablaba de él, los libros de historia no decían porque es que se había cambiado de bando en la guerra y luego había regresado y nadie parecía contento de responder sus preguntas. Pero él no era tonto, entendía que había una rivalidad con su padre y que los ojos de su madre se tornaban oscuros cuando se nombraba a Tamlin. El por qué, aun no lo sabía.

– No, estamos muy lejos de allí. – dijo con calma. – estamos en tierras Ilyricas. En la corte Noche. – habló con tranquilidad. La muchacha se hecho en la hierba observando el cielo con detenimiento.

– Ahora entiendo por qué las estrellas se ven tan cercanas. – Tomó aire y lo miró a los ojos. – ¿puedo saber el nombre de quien me salvo? – preguntó.

Cal la miro confusa. Quizás si él hubiese estado en esa misma situación preguntaría como es que habían llegado allí o cómo diablos él la había encontrado. Pero en cambio, la chica quería saber su nombre.

– Caladrial. – hablo. Ella sonrió con tristeza y miró nuevamente al cielo.

– Cal – susurró mientras observaba las estrellas desaparecer con el amanecer. Y el joven príncipe sintió una extraña sensación en el pecho, no era solo el tatuaje que lo marcaba, era algo más. Como si hubiesen dicho por primera vez su nombre. – Cal, no debiste salvarme. – concluyo con tristeza.

Cal la observó como si le hubiesen lanzado un balde de agua fría.

– ¿Qué? – pregunto con confusión.

– Que llegaras a mí no fue casualidad. Fue una trampa. Tu padre corre peligro Cal, necesito hablar con él. 

Una Corte de Venganza y Amor - Parte IWhere stories live. Discover now