Recuerdos de Cal

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Se quedaron con las manos entrelazadas por un largo instante y Cal sintió por primera vez, que realmente no quería perder a Tessrin. Aun si a veces la detestaba, quería tener la oportunidad de conocer realmente a su compañera y también quería que ella lo conociera. Había hecho tanto por él, que por lo menos merecía una tregua en ese infierno.

– Quiero contarte sobre mi familia. – hablo con tranquilidad mientras la alejaba de la ventana y le entregaba un jarabe de citronila que había sacado de la enfermería. Ella no dijo nada. Acepto el jarabe y tomó un sorbo. Seria mejor que estuviera adormecida cuando las torturas pasaran, así no las sentiría.

– Habla. – dijo con sequedad mientras se acomodaba en la cama.

Le contó sobre sus padres y su familia. Hondo en detalles, como que su madre amaba pintar y que durante su cumpleaños 7 le había regalado muchas pinturas y un cuarto solo para colorear. Pero Cal no había heredado el don de la pintura y había acabado manchando todo la habitación en algo que su madre llamo "arte abstracto". Le contó cuanto los amaba, pero también cuanto lo habían protegido y no le habían dicho. Se dio cuenta con algo de sorpresa que estaba resentido con ellos. Intentó hundir ese sentimiento en lo más profundo de su ser y prosiguió.

– El día de las Lenguas de Hierro, mamá estaba encolerizada, quería ver el mundo arder por lo que me habían hecho, pero yo creía que no había sido la culpa de las Lenguas de Hierro, había sido mi culpa por no saber defenderme, por no querer entrenar como todos los niños Ilaryanos de mi edad.

Tessrin frunció el ceño.

– Supongo que eres algo inútil sin la magia. – dijo ella con tranquilidad. Cal lanzó una carcajada seca. La primera vez que lo hacia en mucho tiempo. Tessrin sintió una explosión en el pecho de felicidad al escuchar esa risa, pero la maldición le impidió sonreír.

– Era, si claro que era. Pero ya no. Ese día, después de que me habían curado, decidí ir al campamento Ilaryano. ¿Sabes lo que es verdad? – le preguntó. Tessrin se encogió de hombros. Había escuchado de ellos. Grandes hombres con alas negras y membranosas. Guerreros natos que no eran Fae del todo, pero que aún así tenían magia. Muy similares a los de la raza de su madre, los Serafines y aún así muy distintos.

– Se que son unos animales. – habló y Cal asintió con la cabeza.

– En esos campamentos la gente muere si no es fuerte. Por eso mi madre no quería que fuera, pero yo ya había tomado una decisión. Quería ser como tu.

– Maldito idiota. – dijo Tessrin. – Te puse la runa para protegerte y lo único que hiciste fue ir a un campo de concentración para intentar probar ser más fuerte – gruñó Tessrin tan rápido y con tanta molestia que Cal se sorprendió al escucharla hablar con tanta intensidad. Cal le sonrío ligeramente. Ya había decidido que no se molestaría.

– Si bueno, mi madre dijo algo parecido, pero aún así decidí ir. Y resulta que fue peor de lo que esperaba, mucho, mucho peor. – Tessrin frunció el ceño y Cal pudo ver un tinte de preocupación en sus ojos. – Yo creo que si hubiésemos vivido las pesadillas en ese lugar, Dioses del cielo, no hubiésemos sobrevivido ni un mes. En fin, cuando la Banyaen me llamó, yo estaba en casa, recuperándome de mi Ritual de Sangre, recién había llegado a casa. – El rostro de Cal demostró tanta melancolía y derrota que el corazón de Tessrin se marchito un poco. ¿Se estaba dando por vencido? Realmente hablaba como si lo hiciera, como si la opción de regresar no existiera. Tessrin quiso sacarlo de allí y utilizó toda su fuerza de voluntad para hacer una pregunta neutral.

– ¿Qué es un ritual de sangre?

– Te amarran las alas y te despojan de todo. Lo único que puedes utilizar es tu habilidad y tu ingenio para salir de las montañas. Ni si quiera puedes utilizar magia.

– No parece muy difícil.

– Pero lo es, no es fácil cazar en las montañas. Tampoco es fácil mantenerte caliente en invierno sin magia. Sin contar que la mayoría quiere matarte por el solo hecho de ser el hijo de Rhysand y ni que decir de que las bestias que habitan esa zona están hechas para matar Ilaryanos. Obviamente recuerdas el claro donde te deje. Esa es una de las primeras paradas. Todo allí te transmite seguridad y resguardo y eso es lo que mata a la mayoría en ese lugar.

– El durazno es alucinógeno, el fresno mortal y de seguro que el agua también era veneno. – habló Tessrin. Recordó la primera vez que había visto ese lugar. Para ella había sido uno de los lugares mas hermosos y tranquilos que había conocido en su vida. El cielo le pareció más cercano que en su corte y las estrellas tan brillantes y vivas que parecían bailar. Había sentido en ese momento que esa era su casa, que siempre había estado destinada a estar allí, pero Ezra se lo había quitado todo.

– Si. Muchos murieron allí, otros murieron después, por el frío o por las peleas estúpidas de machos. Al final solo logramos salir 7 de los 30 que entramos. Después de eso solo quise regresar a casa, pero ahora creo que desearía volver allí.

– ¿ Por qué? – preguntó con verdadera curiosidad. Los ojos de Cal brillaron.

– Pues obviamente necesitamos un ejercito y tu necesitas demostrar que eres digna de ese ejercito. – Habló con seriedad. Tessrin se estremeció. Cal no estaba perdiendo la fe, él tenia la certeza de que ellos saldrían de allí, de que salvarían a su hermana, de que acabarían con Ezra. Un atisbo de felicidad, completamente genuino y puro le comenzó a calentar el pecho, hasta que se dio cuenta de que le faltaba lo más importante. La sensación de sentir la falta de sus alas sobre su espalda, la sensación de que jamás las volvería a tener, con o sin maldición la golpeó. No se había puesto a pensar en eso, por que no lo había sentido real hasta ese momento.

–No tengo alas.– Dijo con sequedad. – Ezra las arranco y tu sabes que no volverán a crecer.

Cal no sabia si era posible o no, pero en ese instante sintió su dolor por la falta de sus alas y el creciente odio a el hermano de Tessrin. ¿acaso podía ser posible odiar tanto a alguien que ni si quiera conocía?

No sabia que hacer o decir, fue solo un instinto, le tomó la mano y entrelazó sus dedos.

– No es necesario que tengas alas para partiles el culo. – dijo mirando al frente. – Y se que lo harás Tessrin. – continuó y esta vez Tessrin si sintió su mirada. Apoyo ligeramente su rostro en el hombro del pelinegro y se quedo allí por un largo instante, sintiendo como la cetronila comenzaba a hacer efecto.

– El día que me quitaron las alas, ese día dejé que muriera mucha gente a mi cargo. No creo ser la persona indicada para tener a tu gente. – le susurró mientras el sueño que producía el sedante se la llevaba poco a poco. Cal apretó más su mano.

– Indicada o no, mereces todo lo que yo tengo. Compañera. 

Una Corte de Venganza y Amor - Parte IWhere stories live. Discover now