La muerte de los hermanos de Tamlin

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Aquella casa había pasado por tanto durante tanto tiempo (quizás miles de años) que guardaba en sus cimientos muertes, tragedias y mucha, mucha rabia. Al igual que ella, Cal las vería, pesadilla tras pesadilla, poco a poco iría entiendo que es lo que hacían en ese lugar. Al final comprendería toda la rabia de su padre hacia su familia y sobre todo hacia él.

El único inconveniente eran las pesadillas que la tenían como protagonista. Aquellas en las que ella sufriría, pero Cal no podría interceder. Las recordaba a la perfección y tenía temor, tanto miedo de que volvieran a hacerse realidad una y otra vez hasta que Cal entendiera.

– La casa ha visto mucho y quiere mostrártelo. – habló  con los dientes apretador. El dolor de la enredadera era cada vez más intenso, pero tenia que decir algo por su propio bien, sino se quedarían allí por siempre. 

Cal hizo una mueca, estuvo a punto de decir algo, pero el grito de Tamlin lo dejó mudo.

– ¡¿Dónde está?!– preguntó con dolor y rabia. Se escuchó como caía de rodillas (había vuelto a su forma de Alto Fae) – ¡¿Dónde?! – rugió guturalmente. El dolor en esa pregunta hizo que Tessrin aguantara las lágrimas, solo lo había escuchado una vez así, solo una. Tan desolado por la desesperación de perder a su madre.

– Vamos. – Susurró Tessrin, tomó a Cal del brazo y lo sacó de allí con fuerza. Aquella escena era demasiado íntima y dolorosa como para verla completa.

– Mi madre escapó. Mi madre y él... ¿ella era su prisionera? ¿o su novia? – comenzó a balbucear, pero aun así se dejó llevar.

El hijo de Feyre parecía tener muchas dudas que ella no podía responder porque tampoco sabía la a ciencia cierta lo que había ocurrido. Lo único que sabía de esa historia era básicamente la que todos sabían: Feyre había llegado con Tamlin, Feyre rompió la maldición, Feyre escapó con Rhysand, él la volvió su amante y luego Feyre regreso para traicionar a Tamlin.

Llegaron a las escaleras y Tessrin se dio con la sorpresa de que no estaba el cuadro de su madre y que la estancia era completamente diferente. Así que la casa también cambiaba cuando venía una pesadilla. Al frente de la puerta principal había una mancha negra en el piso, como si alguien se hubiese echado allí y se hubiese carbonizado en vida. También había algunos empleados y un muchacho de caballera rojiza.

– ¿Qué ha pasado? – preguntó en un susurro casi inaudible, el hombre pelirrojo. Tenía una especie de ojo dorado que lo hacía mucho más guapo de lo que ya era.

– La señorita Feyre enloqueció cuando la dejaron encerrada, estaba envuelta en llamas, nadie podía tocarla. – habló uno de los empleados, su cara parecía la de un ratón con nariz de botón. Temblaba de miedo mientras se agarraba las manos con nerviosismo.

– ¿Quién se la llevó? – preguntó con preocupación el pelirrojo.

– La Morrigan. La tomó entre sus brazos y solo en ese momento la señorita Feyre dejó de arder. – habló otro de los empleados tan asustado como el anterior.

– Mierda. – susurró el pelirrojo.

Eso fue todo, la pesadilla había acabado y como si un velo de seda cayera frente a sus ojos, todo volvió a la normalidad. La estancia volvió a ser fría y polvorienta y el gran cuadro de su madre apareció detrás de ella.

Así que así había sucedido. Su padre la había encerrado en esa casa, al igual que a ella. Por un segundo sintió empatía con la madre de Cal. Sabia en carne propia cuan desesperada había estado mientras su padre le obligaba a quedarse en esa horrible casa. Entendía perfectamente la sensación de desolación que la puso al borde de la locura y, aun así, odiaba a Feyre Archeron con todo su ser, por haber convertido a su padre en el monstruo inseguro y lleno de rabia que era ahora.

Una Corte de Venganza y Amor - Parte IWhere stories live. Discover now