3-. Persecución

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3 meses después

Charlotte corrió a toda velocidad por el pasillo del orfanato, y aún jadeando, golpeó la puerta de la habitación con los nudillos. Después de unos cuantos segundos esperando, esta se abrió de par en par y pudo ver cómo la figura regordeta de Joey asomaba su rostro.

—Hola, Charlotte —la saludó con una sonrisa—. ¿Estás bien? Pareces cansada.

—Olvídate de mí —jadeó, quitándose la sudadera y extendiéndola hacia él—. Abrígate con esto y huye tan lejos como puedas.

—¿Qué ocurre? —los brillantes ojos azules del niño la observaron con curiosidad.

—Tres hombres armados acaban de entrar y te están buscando —la voz de la mujer temblaba con nerviosismo—. Debes irte antes de que te encuentren.

—¿Y qué hay de ti? ¿No vendrás?

—Tú eres quién me importa justo ahora —Charlotte besó su frente, sonrió con nerviosismo y lo ayudó a ponerse el suéter gris—. Ahora vete, cariño, trataré de ganar tiempo.

Joey dudó por un momento, pero al ver la expresión preocupada de la mujer se dio cuenta de que no era el momento adecuado para hacer preguntas y actuó con rapidez.

—Gracias por todo —murmuró, segundos antes de darse la vuelta y salir corriendo.

Avanzó por el pasillo con tanta velocidad como su cuerpo regordete se lo permitió, y después de unos instantes que se le hicieron infinitos, alcanzó la puerta trasera del edificio. Acto seguido, giró el pomo y salió al patio, donde se dio cuenta de que estaba lloviendo a cántaros.

Resignado a empaparse, el niño se cubrió la cabeza con su capucha, buscó algún escondite con la mirada, e inmediatamente sus ojos se posaron en la copa del árbol donde solía pasar la mayoría de las tardes.

Sin perder tiempo, comenzó a trepar por el tronco, utilizó las ramas para apoyarse durante el ascenso, y una vez que hubo llegado a la parte más alta, ocultó su cuerpo entre el espeso follaje.

Al cabo de un par de minutos, vio cómo la puerta que llevaba al interior del orfanato se abría y de su interior salieron tres hombres vestidos con sudaderas y pasamontañas negros. Dos de ellos eran bajitos y corpulentos, mientras que el tercero era alto y de complexión atlética.

—Tiene que estar por aquí, es imposible que haya podido llegar tan lejos por sí solo —dijo el más bajo, que a su vez parecía ser el líder.

—Entonces lo haremos salir de su escondite —gruñó el otro sujeto, sosteniendo su escopeta recortada—. No tiene otra opción.

—¡No! —el líder lo obligó a bajar el arma—. ¿Estás loco? El sonido de los disparos llamará la atención de todo el vecindario. 

—Tengo una mejor idea —el flaco levantó ambos brazos a la altura del pecho y una lluvia de estalactitas arrasó con todo lo que se encontraba a la altura del suelo.

—Bien pensado, Luke —el líder le dio una palmada en la espalda—. Ahora apunta más alto.

Luke obedeció y una ráfaga de granizo devastó la parte inferior del árbol donde Joey se escondía, por lo que este último se vio obligado a subir las rodillas hasta el pecho para estar más protegido. Y por si no fuera suficiente, la lluvia hacía que las ramas adoptaran una textura resbalosa y se hiciera más difícil mantener el equilibrio.

—Solo queda un sitio por buscar —indicó el líder, señalando la copa del árbol.

—Tranquilo, papá, yo me encargo —Luke volvió a alzar los brazos y esta vez apuntó directamente hacia el escondite de Joey.

Todo ocurrió en cuestión de unos pocos segundos. El niño se dejó caer de la rama donde estaba, para luego aferrarse al tronco y deslizarse hasta llegar al suelo. Casi al mismo tiempo, una cantidad considerable de estalactitas destrozó el follaje donde se había estado escondiendo hacía unos instantes.

—¡Lo tenemos, Craig! —gritó el hombre de la escopeta, dirigiéndose a su líder—. Voy por él.

—Alto ahí, Mel —replicó este último—. Recuerda que no debemos matarlo.

Mel gruñó decepcionado, a la vez que un fuerte escalofrío recorría la columna de Joey. Si el objetivo de aquellos hombres no era matarlo, ¿entonces qué planeaban hacer cuando lo atraparan?

A pesar de que sus oportunidades de escapar eran prácticamente nulas, el niño echó a correr tan rápido como pudo, temiendo darse la vuelta y encontrar a aquellos sujetos detrás de él, pisándole los talones. No obstante, para su sorpresa, ninguno de ellos se movió de su sitio. Simplemente se limitaron a observarlo huir bajo la lluvia.

El peso de la ropa empapada hacía que perdiera velocidad y se le hiciera más difícil moverse, además de que el barro donde se le hundían los pies amenazaba con hacerlo perder el equilibrio y causarle una fuerte caída.

«Tú puedes, Jonathan, tú puedes», repitió para sus adentros mientras luchaba por no resbalarse. «Pase lo que pase no los dejes capturarte».

—¿De verdad planeas escapar de nosotros? —se burló Luke, caminando en su dirección—. Puedo alcanzarte fácilmente.

—Suficiente juego, si seguimos perdiendo tiempo vamos a llamar la atención de toda la localidad —sentenció Craig—. Mel, llévalo a la camioneta —se dirigió al hombre de la escopeta—. Luke, ayúdame a cubrirlo.

«Que no se acerque, por favor»,  suplicó Joey, sintiéndose cada vez más fatigado. «Tengo miedo».

El niño escuchó pasos a sus espaldas, intentó avanzar mucho más rápido, y de repente, su cuerpo se detuvo por completo. Trató de abrir la boca y gritar por ayuda, pero se le hizo imposible. Sentía cómo una fuerza invisible lo paralizaba y le impedía realizar cualquier tipo de movimiento.

—No olvides cubrirle el rostro —la voz del líder se escuchó por encima del aguacero—. No podemos tomar ningún riesgo.

Segundos después, Joey sintió que alguien se posicionaba detrás de él, le ponía un saco negro en la cabeza y lo cargaba contra su voluntad.

—Bien, Mel. Te cubrimos —afirmó Luke—. Ya es hora de volver a la guarida.

Dicho esto, un enorme cansancio se apoderó del niño quien, sin siquiera notarlo, perdió el conocimiento.

Canción: Into the Fire

Banda: Asking Alexandria

JoeyOnde histórias criam vida. Descubra agora