16-. Central Park

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Desperté la mañana del día siguiente con la boca pastosa y el cuerpo aún adolorido a causa de todo el esfuerzo físico que había estado haciendo, por lo que tuve que hacer un gran esfuerzo para incorporarme y caminar hasta el fregadero de la cocina. Abrí la llave y bebí hasta quedar completamente satisfecho.

—Tan solo espero que el agua de este chiquero sea potable —murmuré—. Lo que menos necesito es contraer alguna enfermedad.

Volví a la habitación, me senté en el suelo y extraje todo el contenido de mi mochila, buscando el papel donde estaba escrita la dirección de April. Finalmente, lo hallé escondido entre las páginas de mi poemario favorito, y entonces recordé aquellas tardes en el orfanato, conversando acerca de poesía con April.

—Este era su favorito —sonreí, al llegar al poema llamado "Ángel", y no pude resistir la tentación de leerlo.

"Después de errar miles de veces, la vida me cedió un acierto. ¿Cómo no amarla si causa algo en este cuerpo muerto?" Rezaba uno de los versos finales.


—¿En qué crees que se haya inspirado el autor para escribir eso? —había preguntado April, mirándome con sus hermosos ojos avellana.

«En alguien como tú», pensé, sonriendo.

—No lo sé —respondí, sonrojándome—. De seguro en alguna tontería romántica —traté de hacerme el indiferente, aunque no funcionó.

—Nunca has sido bueno disimulando —la chica se echó a reír y contemplé su sonrisa atontado—. Dime, ¿en qué piensas?

«En ti. En que pronto te irás. En que volveré a ser el chico raro que siempre está solo.»

—Es por lo de la adopción, ¿cierto? —arqueó una ceja, y me limité a asentir como respuesta—. Lo sé, yo también te voy a extrañar —la sonrisa se borró de su rostro y me dio un fuerte abrazo.

«No quiero que te vayas nunca de mi lado. Te necesito», repetía mi mente una y otra vez.

—¿Vendrás a verme con tu nueva familia? —un atisbo de esperanza se reflejó en su rostro.

—Sí, iré a verte cada vez que pueda —contesté, consciente de que nadie me adoptaría.

—¿Y en ese entonces me dirás en qué pensabas hace unos segundos?

—Tal vez...

—¡Promételo, Jonathan! —interrumpió, frunciendo el ceño. Solo usaba mi nombre completo cuando estaba molesta—. Cuando volvamos a vernos me dirás en qué pensabas.

—Está bien, lo prometo —suspiré—. Solo espero que no te rías.

—¿Reírme? ¿Acaso es un chiste? —sus ojos se abrieron con curiosidad.

«Depende, ¿tú también sientes algo más que amistad por mí?»

Desde el instante en el que esos sentimientos por ella habían aparecido, moría de curiosidad por saber si se trataba de algo mutuo; y aunque leer su mente hubiera sido mucho más fácil, prefería respetar su privacidad.

—Yo...

Antes de que pudiera terminar la frase, se activó la alarma en el reloj de April.

—Debo ir a empacar, pasarán por mí dentro de dos horas —se disculpó—. Nos vemos cuando termine —agregó antes de levantarse y volver al interior del orfanato, a lo que cerré el poemario con tristeza.

—Versos en el Exilio —leí las letras en la portada—. Una vez más quedamos tú y yo, viejo amigo.


Saqué el papel con la dirección de April del poemario y le eché otro vistazo. Acto seguido, me puse un par de pantalones oscuros, una camiseta negra sin ningún diseño, los únicos zapatos que había traído y mi sudadera gris. Tomé las llaves y salí del apartamento.

Esta vez opté por usar las escaleras en lugar del ascensor, y bajé los peldaños de dos en dos hasta llegar a la planta baja. Me dirigí a la calle, y a partir de allí, fui con rumbo a mi zona de búsqueda: Central Park.

A partir de ese momento, me dediqué a observar a las personas con la esperanza de encontrar a April entre la marea de neoyorquinos que caminaban a mi alrededor.

Sin embargo, el ritmo de la ciudad era tan veloz y monótono al mismo tiempo, que la gente parecía una masa gris y amorfa en la que apenas se podía distinguir a uno del otro.

«¿Y qué si pasé junto a ella y no la vi?»

Todo habría sido más fácil de haber podido materializar mis alas y rastrearla desde los aires, pero era imposible hacerlo sin que las miles de personas que me rodeaban se dieran cuenta. Y lo que menos necesitaba era llamar la atención de nadie.

Avancé esquivando a varios sujetos que iban absortos en sus teléfonos, entré a distintas tiendas, e incluso me atreví a asomarme en algunos de los barrios cercanos a la dirección que obtuve, solamente para descartar posibilidades.

«Suficiente exploración. Ya es hora de ir al punto exacto», me ordené a mí mismo.

Recorrí unas cuantas cuadras con rumbo a la residencia que había obtenido del archivo de Charlotte, al mismo tiempo que me obligaba a respirar hondo para calmarme. Los nervios empezaban a invadirme, y entonces llegó a mi mente la tormenta de preguntas que intentaba ignorar.

¿Y si no me reconoce? O peor aún, ¿qué si me olvidó? ¿Y si no siente nada por mí, o simplemente ya no quiere ser mi amiga? ¿Qué haré si ocurre alguna de esas cosas?

«Calma, Jonathan, vas a estar bien», repetí por milésima vez. «Apenas han pasado unas semanas desde que se fue, no puede haberse olvidado de ti con tanta facilidad.»

Según las señalizaciones de las calles, ya faltaba menos de una manzana para dar con el edificio donde vivía April. Me temblaban las manos con nerviosismo, se me formó un nudo en la garganta, e incluso estuve a punto de dar media vuelta y regresar a mi apartamento. Pero luego de aquel largo viaje hasta Nueva York, como mínimo debía ir a dar la cara.

Finalmente, la dirección me condujo hasta un condominio de unos quince pisos de altura pintado de azul claro, y en el callejón de su lado izquierdo, se hallaban las escaleras para incendios.

Puesto que no contaba con ninguna manera convencional de acceder, no tuve más opción que subir por estas últimas, observando cada ventana con la esperanza de encontrar a April.

Y fue en el sexto piso cuando finalmente pude verla.

Canción: Song #3

Banda: Stone Sour

JoeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora