36-. La puerta roja

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La noche está bastante despejada, y a excepción del sonido que hace el viento al deslizarse entre las hojas de los árboles cercanos, todo se encuentra en absoluto silencio. Las puertas del cementerio fueron cerradas hace unas cuantas horas, y en su interior solo estamos Larissa, un vigilante que duerme a pierna suelta, y yo.

—¿Estás segura de esto? —pregunto, sosteniendo mi respectiva pala—. No creo que sea buena idea.

—¿Conoces otro método para traer a alguien de vuelta a nuestro mundo? —la chica arquea una ceja, y respondo negando con la cabeza—. Entonces dedícate a desenterrar a quién yo diga.

Caminamos por un estrecho sendero de tierra rodeado de lápidas, a la vez que ella se dedica a leer sus nombres con detenimiento.

—Aquí —indica, clavando la pala sobre un montículo de tierra—. Este es el primero.

Sin decir nada más, empezamos a cavar tan rápido como podemos hasta que, cinco minutos después, nuestras herramientas impactan contra una superficie dura.

—Parece que dimos con el ataúd —digo, deteniéndome.

—Así es —replica mi compañera—. No intentes abrirlo o el ritual fallará —agrega, inclinándose para dibujar un triángulo de tierra en su superficie.

—¿Qué haces?

—Lo sabrás en un rato, por ahora ayúdame a encontrar a los que faltan.

Pasamos las siguientes horas recorriendo la zona, leyendo los nombres de los difuntos y cavando las tumbas seleccionadas. Y por supuesto, en todas y cada una de ellas, la chica dibujaba el mismo símbolo.

Finalmente, nos detenemos, y veo cómo mi compañera saca una pequeña hojilla de su bolsillo. La sostiene entre sus dedos con cuidado, y sin pestañear, se hace un pequeño corte en la palma de la mano. A continuación, utiliza la sangre que brota de la herida para dibujarse un triángulo en la frente y otro en el pecho.

—Te toca —extiende la hojilla hacia mí.

Asiento levemente, la tomo y hago lo propio.

—¿Ahora qué sigue? —inquiero, sintiendo un leve ardor en la cortada.

—Vamos a desdoblarnos para traer de vuelta a quienes desenterramos.

—¿Eso es posible?

—Creí haberte dicho que había estado aprendiendo artes oscuras alrededor del mundo —se acomoda el cabello detrás de la oreja—. Sea como sea, no es tan fácil como suena.

—¿Qué tan complicado puede ponerse?

—En el mejor de los casos, no podríamos revivir a nadie y volveríamos con las manos vacías —se encoge de hombros—. En el peor, nos quedaríamos atrapados en el inframundo para siempre.

—Te dije que no le temo a la muerte.

—Morir es algo natural, pero bajar hasta allá no lo es. Si eres retenido por mucho tiempo, es probable que no logres regresar a tu cuerpo y quedes vagando o a merced de los seres malignos que allí habitan.

—Creí que lo peor que podía pasarme era morir a mitad del ritual.

—No necesariamente, aunque la buena noticia es que no es la primera vez que hago esto. Conozco distintas maneras de entrar y salir del reino de los muertos.

—¿Y qué pasará cuando las almas vuelvan a sus respectivos cuerpos? La mayoría de estas personas lleva casi nueve años bajo tierra, probablemente están descompuestos —me rasco la nuca—. ¿Se supone que vuelvan a la vida como zombies o cómo funciona?

—En el caso de humanos corrientes se necesita realizar algún tipo de sacrificio, pero al tratarse de Volavek no es necesario —explica Larissa—. Al regresar a nuestro cuerpo físico, todos nuestros poderes se activan de forma automática; y entre ellos la regeneración. De esta manera, desaparece cualquier herida o daño en cuestión de horas, e incluso minutos.

Mientras habla, la chica se aparta de mí y se acuesta boca arriba en la tierra.

—¿Qué se supone que haces? ¿Debo imitarte?

—Es hora de desdoblarnos —extiende los brazos a los costados y cierra los ojos—. Te aconsejo que te acuestes o al menos que tomes asiento. Puede que esta vez tardemos unas cuantas horas en volver.

—Como digas —recuesto la espalda de una lápida y cierro los ojos. Instantes después, estoy en el plano astral, viendo mi cuerpo físico de frente.

—Por acá —oigo la voz de mi compañera a mis espaldas—. Sígueme, y hagas lo que hagas, quédate cerca.

Tan pronto como hubo dicho esto, empezamos a correr a lo largo del cementerio. Para mi sorpresa, a diferencia de cuando estábamos en el mundo físico, ahora puedo apreciar que no estamos solos, y que unos cuantos sujetos con muy mal aspecto nos observan desde arriba de las tumbas.

—¿Quiénes son ellos? —pregunto, cada vez más incómodo.

—Muertos —contesta Larissa—. Por lo general, tienen poco tiempo de haber fallecido y aún no lo saben. Pero hay unos cuantos que simplemente se quedaron estancados en nuestro mundo y no pueden trascender. Son inofensivos.

—¿Estás segura?

—No tengas miedo, no hacen nada —afirma—. Solo ignóralos y avanza.

Decido hacerle caso, y tan rápido como podemos, llegamos al final del lugar, donde se erige una puerta ancha de color rojo.

—Pase lo que pase, no te alejes mucho de mí —sentencia mi compañera—. Desde que crucemos hasta que volvamos, nuestras vidas correrán peligro.

—¿Acaso vamos adonde creo que vamos? 

—Sí, nos dirigimos al más allá.

Canción: Dancing Dead

Banda: Avenged Sevenfold

JoeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora