23-. El Nombre

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Larissa.

Escuchar aquel nombre me transporta de vuelta al pasado, y entonces recuerdo cuando hace unos nueve años fui secuestrado por aquel grupo de dementes. Ella estaba allí conmigo.

—Así es, Jonathan. Nos conocimos hace mucho tiempo —dice, enrollando un mechón de cabello en su dedo índice—. Aunque nunca esperé que nuestro reencuentro fuera tan dramático.

—No lo entiendo, ¿qué haces aquí? Creí que vivías en Edmonton.

—Es una muy larga historia, así que será mejor que te relajes y lo conversemos en un sitio más discreto.

—¿Hablas en serio? ¿Después de todo lo que hiciste?

—Deberías darme las gracias, de no ser por mí ya estarías flotando boca abajo.

—¿Y qué crees que quería? Para eso salté.

—Tienes cuerpo de adulto, pero mente de niño —niega con la cabeza—. ¿Quieres o no quieres saber el propósito de mi visita?

—Dame una razón por la que debería seguirte —cruzo los brazos.

—Es lo más interesante que vas a escuchar este año, puede que incluso esta década —encoge los hombros—. Al fin sabrás lo que eres.


La mesera nos sirve un par de tazas de café oscuros y sonríe con amabilidad a la espera de una propina. Sin embargo, Larissa se limita a verla con desdén, y la pobre mujer vuelve cabizbaja al interior de la barra.

—Esto sabe a agua sucia, la próxima vez yo escojo el lugar —se queja Larissa, después de darle un sorbo a su taza—. Supongo que ya sabemos el motivo por el que está vacío.

—A menos que la historia sea espectacular, puedes estar segura de que no habrá una próxima vez.

—Lo es —sonríe—. Aunque es bastante extensa y... peculiar, dudo que te la creas a la primera.

—Tengo tiempo de sobra —bebo un trago de café y reprimo el impulso de escupirlo. La chica tenía razón, sabe a agua sucia.

—Perfecto, para empezar, ¿sueles ver las noticias?

—No, no me interesan los problemas ajenos.

—Entonces deja que te lo resuma —apoya los codos sobre la mesa y se inclina levemente hacia mí—. Ha habido una epidemia de posesiones en Canadá, y a pesar de que las autoridades lo ignoraron en un principio, terminaron pidiéndole ayuda a las iglesias locales para expulsar a esos entes —su sonrisa se amplía—. Al final los sacerdotes también fueron poseídos.

—¿Y qué tiene que ver ese montón de locos conmigo? No es mi culpa que sigan teniendo amigos imaginarios.

—Ahí está el detalle, no son imaginarios, y tampoco son lo que la gente cree —entrelaza los dedos de sus manos—. Son Sombras.

—¿Qué son esas cosas? ¿Demonios canadienses?

—No son demonios y tampoco son originarios de Canadá. De hecho, jamás debieron haber entrado en contacto con nuestra dimensión.

—Si es así, ¿de dónde se supone que salieron?

—No estamos solos en el universo, Jonathan —la chica se acerca un poco más y agrega en un susurro—: Nuestro mundo es solo una mota de polvo en el cosmos.

—¿Quieres decir que...?

—Vienen de un lugar bastante lejano, sí —vuelve a sentarse en su butaca—. Un sitio que comúnmente llamamos: "El Inframundo".

—Ya, ¿y esperas que crea que hay seres extradimensionales vagando por ahí en búsqueda de gente crédula para poseer? —suelto una carcajada—. Eso es ridículo.

—¿Sabes qué sí es ridículo? —clavó sus ojos en los míos—. Que lo diga alguien con alas de murciélago.

La sonrisa se borra de mi rostro y esta vez es Larissa quien sonríe.

—¿Ahora me dejarás terminar?

—Como sea —respondo con el orgullo herido.

—Bien, odio que me interrumpan cuando hablo —su cara toma una expresión neutra—. ¿Dónde me quedé?

—Dijiste algo acerca de otra dimensión...

—Gracias, ya recuerdo —se aclara la garganta—. El inframundo está habitado por entes horrorosos, indescriptibles y malignos; entre ellos las Sombras.

La historia empieza a interesarme, así que guardo completo silencio y escucho con atención.

—En condiciones normales, todos esos seres infernales permanecen confinados allí, sin ningún contacto con el exterior, y alimentándose de las almas corruptas que corren con la desgracia de caer en sus dominios.

Estoy tan concentrado, que le doy otro trago al café, y para mi desgracia, además de su mal sabor, ahora está frío.

—Poco después de la guerra entre Igmis y Eismis hubo una brecha dimensional, y cientos de Sombras se escabulleron hasta nuestro mundo para absorber la energía vital de las personas...

—¿Igmis y Eismis? —arqueo una ceja, confundido.

—Lo siento, olvidé que no estás familiarizado con los términos —se da una palmada en la frente—. Te lo voy a resumir de forma sencilla: al igual que tú y yo, hay muchísimas más criaturas aladas que dominan el fuego y nos hacemos llamar Igmis. Por otro lado, hay una especie muy similar que domina el hielo y es conocida como Eismis.

—Igmis —murmuro.

Luego de pasar gran parte de mi vida buscando una palabra que me describiera de manera exacta, finalmente la conseguí: Igmis.

—Eones antes de que se creara el concepto del tiempo, cada especie fue destinada a resguardar una zona específica. Los Eismis se encargaron de la entrada a la montaña sagrada, la morada de los dioses, y nosotros del inframundo.

Verdad o no, sonaba muy interesante.

—Por desgracia, gracias a las recientes guerras entre las dos especies, se descuidaron los dominios que juraron proteger y se produjeron los escapes que mencioné antes.

—¿Y qué tiene que ver esto contigo? O mejor dicho, ¿qué tiene que ver conmigo?

—A eso voy, te dije que odio que me interrumpan.

—Bien, me callo —resoplo.

La chica me mira por unos segundos con sus brillantes ojos verdes, y tras asegurarse de que permaneciera en silencio, prosigue.

—Para ser honesta, que una Sombra se alimente de alguien me da igual. El hecho de que ocurra en nuestra dimensión es lo que me alarma —Larissa adopta un tono mucho más serio—. No solo se trataría de gente haciendo estupideces bajo influencias del bajo astral, sino de un ejército infernal que tarde o temprano intentará dominar el universo.

—Buen discurso, aunque me veo en la obligación de recordarte que hace menos de dos horas estuve a punto de suicidarme y aún planeo hacerlo —cruzo los brazos—. Dudo mucho que algo de lo que dijiste me afecte después de muerto

—Eso crees, pero una vez que abandones este plano y veas que las Sombras lo dominan todo, desearás haberme ayudado —la chica esboza una sonrisa de medio lado—. O peor aún, cuando sean capaces de arrebatar almas puras de su descanso eterno y tomen a tu amada April, ahí sí que desearás haberme ayudado.

Sus palabras me dejaron helado. ¿Cómo se había enterado de lo de April? 

—Supongamos que acepto —me llevé las manos a la cara—. ¿Qué tendría que hacer para acabar con esas cosas?

—Una vez que aceptes, te contaré los detalles —Larissa se levanta de la butaca y camina hacia la salida—. ¿Vienes? —agrega, girándose hacia mí.

—Tú ganas, iré contigo.

Canción: Pitiful

Banda: Sick Puppies

JoeyWhere stories live. Discover now