13-. Segunda Oportunidad

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Después de varias horas caminando sin parar, observé fascinado cómo el sol aparecía en el cielo y su luz empezaba a cubrir las calles, dándoles así un brillo casi mágico. A medida que transcurría el tiempo, la calzada se llenó de las personas que salían de sus casas para ir a trabajar o estudiar; y las tiendas le abrieron las puertas al público. Era una escena colorida y fascinante, al menos para alguien que había pasado gran parte de su vida encerrado en un orfanato.

Sin embargo, lo que realmente llamó mi atención en esos momentos fue el mostrador de una panadería venezolana. Su aroma hacía que mi hambre aumentara de manera incontrolable, y estaba cargado de tantos postres, que me tomó unos cuantos segundos poder contarlos en su totalidad.

Mi estómago rugió con muchísima fuerza, y entonces recordé el dinero que Charlotte me había entregado unas horas antes. Sin pensarlo mucho, entré al local y pedí un par de cosas del mostrador. La cajera facturó con rapidez y me senté a comer en una de las mesas, para luego retomar el paso.

Necesitaba avanzar tanto como fuera posible con la luz del día y conseguir un refugio seguro para poder pasar la noche. Después de todo, la aventura apenas comenzaba.



El sol comenzaba a irse para darle paso a la luna, y fue allí cuando me di cuenta de que no había buscado un sitio para pernoctar por haber estado fantaseando con todo lo que haría al llegar a mi destino.

«Justo lo que faltaba, me voy a morir congelado», pensé mientras recorría la escena con la mirada.

Hacía rato que me había alejado del centro de la ciudad. Ahora me encontraba a un par de horas de sus afueras, y según las indicaciones del mapa que había traído conmigo, faltaban unos pocos kilómetros para llegar a la frontera de la siguiente provincia.

Me dolían las piernas a causa del largo trayecto y cada paso que daba era mucho más difícil que el anterior. Por otra parte, sabía perfectamente que necesitaba un techo donde dormir hasta que amaneciera, de lo contrario, corría el riesgo de sufrir hipotermia.

Caminé unas cuantas calles más, jadeando de cansancio, y pude divisar que, en el interior de un callejón, se hallaba un grupo de gente calentándose con una pequeña fogata. Y a pesar de que aquello no me inspiraba demasiada confianza, decidí acercarme por pura curiosidad.

Al observar con más atención, supe que se trataba de personas sin hogar que se juntaban alrededor del fuego para no morir de frío. Vestían chaquetas desgastadas, guantes sin dedos, gorros, pantalones llenos de agujeros; y la mayoría se había dejado crecer la barba a la altura del pecho. No obstante, cuando quise ver mucho más de cerca, pude olfatear la peste que desprendían y retrocedí conteniendo las arcadas.

Aquellos sujetos llevaban demasiado tiempo sin tomar un baño y me vi obligado a huir para no vomitar el poco contenido de mi estómago. Por suerte, el haber presenciado esa escena me dio una idea de qué hacer para pasar la noche.

Recorrí otras dos cuadras, entré a un callejón completamente solo, y me refugié bajo el techo de un local de comida china. Acto seguido, revisé los basureros cercanos en busca de cartón o cualquier otro material inflamable, apilé todo lo que conseguí en una pequeña montaña, y le prendí fuego usando mis habilidades.

La fogata evitaría que pasara la noche con frío, y el techo me protegería de una posible lluvia. Así que, después de cerciorarme de que no hubiera nadie más en las inmediaciones y acomodarme tan bien como fuera posible, cerré los ojos y el cansancio hizo que me quedara dormido casi de inmediato.



Me despertaron los gritos de un hombre asiático que parecía trabajar en aquel lugar. Este llevaba puesto un pulcro delantal blanco, y me miraba de arriba a abajo, probablemente preguntándose por qué había un adolescente acostado frente a su local.

—Lamento haber molestado —le dije, poniéndome de pie—. Pero este fue el único sitio que conseguí para dormir.

Tomé mi mochila, y con suma rapidez, salí corriendo de vuelta a la calle principal. Eran aproximadamente las seis de la mañana y la gente empezaba su rutina una vez más. 

Evadí a unas cuantas personas que seguramente iban camino al trabajo y pasé junto a varias tiendas que apenas estaban abriendo. Al igual que el día anterior, mi vista se posó en la vitrina de una panadería, y sin pensarlo mucho, entré para comprar el desayuno. Apenas hube terminado de comer, salí del local y retomé el paso.

Si mis cálculos no fallaban, ya debería estar a medio día de Saskatchewan, lo que significaba que entraría a una zona más rural. Si todo marchaba a la perfección, podría ir a pie durante las horas de luz y aprovechar la oscuridad para volar hasta la frontera entre Manitoba y Ontario. A partir de allí me vería obligado a seguir caminando, puesto que era una zona mucho más poblada.

Me esperaban unos cuantos días andando, eso sin contar el tiempo que me tomaría encontrar la dirección exacta de April. Nueva York era un estado muy grande y localizar a alguien sin tecnología podría tardar más de dos semanas.

Respiré hondo y repasé mentalmente el mapa de Canadá que traía en el bolso. Dentro de poco me vería rodeado de bosques, lo que sería perfecto para que nadie me viera mientras volaba. El único problema era que los bosques se hallaban infestados de osos y lobos, y probablemente no tendría más opción que dormir a la intemperie.

Y cuando llegara, ¿nuestra relación seguiría siendo como antes? ¿Querría seguir estando conmigo, o habría conseguido una compañía mucho más interesante durante mi ausencia? E incluso si no era así, ¿estaría su familia de acuerdo con que estuviera cerca de mí?

Aquellas preguntas me mantuvieron despierto durante las noches previas a mi partida, sabiendo que este viaje podría estar lleno de distintos peligros, e incluso llegar a ser una pérdida completa.

Sin embargo, si eso era necesario para llegar hasta mi objetivo, entonces valía la pena. Acababa de abandonar lo más parecido que tenía a un hogar por ella y no esperaba nada menos que encontrarla de nuevo.

Al fin y al cabo, a veces decir adiós es una segunda oportunidad.

Canción: Second Chance

Banda: Shinedown

JoeyWo Geschichten leben. Entdecke jetzt