25-. Fuego

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Después de casi una semana caminando de día, volando por las noches y durmiendo bajo la cobertura de los árboles; finalmente estábamos en Edmonton, y lo primero que llamó mi atención fue que la esencia que emanaba de aquel lugar era completamente distinta a la que había conocido durante mis primeros años de vida.

Describirlo con palabras es en extremo complicado, pero supongo que basta con decir que tan pronto como llegamos sentí la urgencia de dar media vuelta y abortar la misión. A pesar de que aún faltaban un par de horas para el anochecer, las calles se encontraban prácticamente vacías y sus pocos transeúntes evitaban detener el paso, como si algo los persiguiera.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué está todo tan callado? —pregunto, escrutando los alrededores con la mirada.

—Es peor de lo que recordaba, parece que ya han obtenido el control sobre muchas más personas —responde Larissa, caminando junto a mí.

—¿Puedes ver alguna de esas cosas? Dudo que haya alguien a la intemperie en al menos dos kilómetros a la redonda.

—Son criaturas amorfas que se deslizan entre las sombras, de ahí viene su nombre —explica—. Para los humanos es casi imposible distinguirlas a simple vista.

—¿Y cómo se supone que nos enfrentemos a algo que no vemos?

—Claro que las vemos...

—Acabas de decir que no.

—Me refería a los humanos comunes. Nuestra especie tiene una excelente visión, y con suficiente entrenamiento, incluso podemos observar paisajes o seres de otros planos sin la necesidad de transportarnos hasta allá.

—Nunca he visto nada extraordinario como para dar fe de ello.

—Eso es porque la vista extradimensional requiere mucha práctica, a menos que seas de los pocos afortunados que nacen con ese don ya desarrollado —la chica se encoge de hombros—. No te sientas mal, de los miles de Igmis que he conocido, solo tres tenían esa facultad, y el único de ellos que quisiera reclutar para nuestra causa murió hace un tiempo.

Mientras hablamos, noto cómo los ojos de Larissa cambian de su característico verde intenso a amarillo claro.

—Discúlpame un instante, necesito asegurarme de que ninguna Sombra nos aceche —la chica se gira en todas las direcciones—. Apenas tengamos la oportunidad me encargaré personalmente de tu entrenamiento, necesito que estés preparado para lo peor.

—¿Por qué presiento que solo me trajiste como carnada para el enemigo?

—¿Por qué no dejas de decir estupideces y me dejas continuar mi búsqueda? —sus ojos amarillentos se encuentran con los míos durante unos cuantos segundos—. Si nos encuentran antes que nosotros a ellos será por tu culpa, y puedes estar seguro de que si eso sucede, dejaré que te hagan lo que quieran.

Larissa se adelanta varios pasos a mí, contemplando cada rincón con detenimiento.

—Supongo que no han salido porque aún hay luz solar —me rasco la nuca.

—Es posible, aunque si han poseído humanos eso no les afecta en lo absoluto.

De repente, escuchamos un conjunto de espantosos alaridos y un grupo de unas veinte personas se acerca a nosotros desde el otro extremo de la calzada. La ropa que traen puesta se encuentra sucia, rota y desgastada mientras que las múltiples heridas en su piel indican que han tenido enfrentamientos previos.

—Por favor, dime que solo son un grupo de drogadictos que vienen a pedir dinero —digo dando un paso atrás.

—Ojalá fuera así de fácil, Jonathan.

A medida que se aproximan noto que sus ojos tienen un peculiar tono rojizo, su piel es excesivamente pálida como si estuvieran padeciendo de una enfermedad grave y sus rostros no muestran ninguna expresión.

«Mejor ellos que yo», pienso, preparándome para calcinarlos con una enorme llamarada.

«Calma, no debemos hacerles daño», la voz de Larissa retumba en mi cabeza. «No tienen conciencia de sus acciones, están bajo el control de las Sombras.»

«Qué mal por ellos», uno de los sujetos se acerca a mí, y antes de que pueda tocarme, le conecto un puñetazo en la quijada.

«¡Alto!» Indica mi compañera, agarrándome el brazo. «Esas cosas no sienten el dolor de sus contenedores y pueden luchar por horas de ser necesario.»

«¿Y qué se supone que hagamos? Estos tipos no vienen con buenas intenciones», retrocedo y me doy cuenta de que otro grupo se acerca desde la retaguardia.

«Huir, no podemos meternos en una pelea con tantos al mismo tiempo», la chica se quita la chaqueta que lleva puesta y un par de enormes alas negras se materializa en su espalda. «Hazme caso, no podemos tomar riesgos innecesarios.»

Siguiendo su ejemplo, me quito la sudadera, la amarro a mi cintura y también logro sacar un par de alas de mi espalda. No obstante, justo antes de que podamos alzar el vuelo, varias de esas personas se abalanzan sobre nosotros. Les conectamos cientos de golpes y nos defendemos tan bien como nos es posible, pero aun así nos mantienen pegados al suelo.

—¡Suéltenme, malditos! —grita Larissa, pateando a alguien en el cráneo—. ¡No me toquen!

—Ya me harté, los haré sufrir —levanto las manos hacia ellos y suelto una enorme llamarada, a lo que los atacantes retroceden aterrorizados.

—¡Ahora! —ordena mi compañera, aprovechando la oportunidad para escapar.

Inmediatamente, bato mis alas y salgo disparado detrás de ella, sintiendo las miradas iracundas de los poseídos.

«Eso estuvo cerca», digo para mis adentros.

«Y aún no has visto nada», afirma Larissa.

Canción: Rebirthing

Banda: Skillet

JoeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora