15-. La ciudad que nunca duerme

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A nivel estético, las calles neoyorquinas no eran tan diferentes de las canadienses, aunque el ambiente que se respiraba en ellas sí que contrastaba. Al fin y al cabo, el flujo de personas en Nueva York era muchísimo más grande, había muchos más vehículos circulando, y por ende, mucho más ruido.

A pesar de que faltaban un par de horas para que saliera el sol, la energía que manaba de aquel lugar era inmensa, y gracias a eso, supe a qué se debía el famoso título de "la ciudad que nunca duerme".

Recorrí varias cuadras con lentitud, a la vez que observaba los alrededores con detenimiento. Había muchísimos más edificios que en Edmonton, aunque estos contaban con un estilo mucho más opaco y monótono, además de que todos parecían estar hechos de manera uniforme.

Por cuestión de unos pocos milímetros, logré evadir a un hombre joven que venía en mi dirección, y este ni siquiera notó que estuvo a punto de tropezarse conmigo.

«Parece que va en modo automático, al igual que los demás habitantes», dije para mis adentros, esquivando a una señora de mediana edad que caminaba con prisa.

Ahora que había llegado a mi destino, solo debía asegurarme de encontrar un refugio seguro para dormir unas cuantas horas, y entonces me enfocaría en la búsqueda de April.

Después de media hora entrando y saliendo de distintos callejones, di con un edificio alto y grisáceo ubicado cerca del centro de la ciudad, con sus respectivas escaleras para incendios en un lateral, y un enorme cartel de"se alquila" colgando de una de las ventanas de los últimos pisos.

Inmediatamente, me acerqué a la entrada, pulsé el intercomunicador para llamar al casero y este no tardó en aparecer.

—Diga —espetó con cara de pocos amigos. Se trataba de hombre de estatura media, robusto y de facciones cuadradas. Vestía una camiseta blanca con manchas amarillentas en las axilas, pantalones desgastados y un par de zapatos deportivos negros.

—Vengo por la oferta de alquiler —señalé la ventana con el índice—. Quisiera tener más información al respecto.

—Son trescientos dólares al mes, incluye los servicios de agua y electricidad, lo demás corre por tu cuenta.

¿Trescientos dólares? Era más de lo que podía pagar por un simple techo. 

«No vas a cobrarme nada y puedo mudarme a partir de hoy», envié la orden directo a su mente con la esperanza de que funcionara.

—Pero no te preocupes, no voy a cobrarte y puedes mudarte a partir de hoy.

No podía creerlo. ¡Había funcionado! ¡El truco había funcionado!

—¿Podrías llevarme al apartamento? —añadí en voz alta.

—Claro, sígueme —indicó el hombre, apartándose de la puerta para cederme el paso.

Lo acompañé a través del estrecho pasillo del edificio para llegar al ascensor y el casero pulsó el botón para ir al piso nueve. Las puertas se cerraron emitiendo un ruido metálico y este empezó a elevarse con una lentitud exasperante.

«Está decidido, utilizaré las escaleras», pensé. «Esta cosa se va a caer de un momento a otro.»

—No hay porqué asustarse, suena así todo el tiempo —dijo el hombre, que pareció notar mi incomodidad—. Ya te acostumbrarás.

«Preferiría escalar desde afuera y entrar por la ventana antes de volver a subirme a esta lata del demonio.»

—Eso espero —respondí, tratando de ignorar las sacudidas que daba el artefacto.

Una vez que hubimos llegado a nuestro objetivo, el elevador se detuvo de golpe para permitirnos salir, y el casero me guió al interior de mi nueva casa.

Se trataba de un apartamento muy pequeño que se componía de paredes color beige, suelo de madera, un baño con cerámica azul barata y algunos muebles parcialmente dañados por la humedad.

«¿Y así planeaba cobrarme? Debería pagarme él a mí por vivir en este agujero.»

Sin embargo, decidí permanecer allí por dos sencillas razones: mis poderes mentales no estaban totalmente perfeccionados y quizá no funcionaran con otro casero; y además, este era el sitio ideal para pasar desapercibido.

«Suficiente, déjame a solas», traté de plantar el pensamiento en su cabeza temiendo que no fuera igual de efectivo que antes.

—Aquí está tu copia, te dejo a solas —el sujeto me entregó un llavero sencillo justo antes de salir a toda prisa de la estancia.

Cerré la puerta con doble seguro, para luego tirar el bolso en una esquina del cuarto, quitarme la ropa y tomar una larga ducha de agua caliente. Después de aquel trayecto, lo que más deseaba era bañarme e ir a dormir.

Cuando hube terminado, me dirigí a la habitación y preparé mi área de descanso. Acomodé la mochila a modo de almohada y saqué algo de ropa de su interior para protegerme del frío.

—Supongo que con esto bastará, al menos por ahora —me tendí boca arriba sobre el gastado suelo de madera—. Mañana empieza la búsqueda.

Estaba tan cansado que ni siquiera recuerdo haberme quedado dormido. Solamente cerré los ojos por unos segundos, y a partir de ahí, todo se oscureció.

Canción: Misery Loves my Company

Banda: Three Days Grace

JoeyWhere stories live. Discover now