32-. El dolor de una madre

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Observo las paredes y puertas con suma curiosidad, sin tener ni la menor idea de adónde puedan conducir. ¿Recuerdos de la infancia? ¿Traumas? ¿Miedos? Sea como sea, solo hay una forma de averiguarlo.

Avanzo unos cuantos pasos y me dirijo hacia la puerta más cercana; una hecha de madera clara y rústica, con el pomo de color dorado y algunas manchas de sangre en la cubierta. Sin hacerle mucho caso a este último detalle, la abro y entro dubitativo.

Ahora estoy en una pequeña habitación con las paredes pintadas de beige, suelo de granito y una gran ventana al fondo. En el medio del lugar se halla una cama matrimonial, y sobre esta, se encuentra sentada Larissa.

—No puedo creerlo —murmura, sosteniendo entre sus dedos algo que no puedo distinguir.

—¿Qué ocurre? —le pregunto, sin obtener respuesta—. ¿Estás bien?

Sin embargo, la chica parece no notar mi presencia. En lugar de eso, se lleva una mano a la boca, y algunas lágrimas bajan por sus mejillas. Luce asustada, como si hubiera sucedido algo realmente malo.

Decido acercarme más para poder entender la situación, y al posicionarme detrás de ella, me doy cuenta de que sostiene una prueba de embarazo. Y según el manual que yace a su lado, el resultado es positivo.

—No, por favor, no —solloza—. No estamos listos.

Sin previo aviso, la puerta del cuarto se abre con un leve rechinido, y un chico moreno, alto y delgado entra. Este lleva el cabello corto y una barba de pocos días.

—Cariño, ¿qué tienes? —inquiere, visiblemente preocupado—. ¿Te sientes bien?

—No... —a pesar de sus intentos, Larissa no puede parar de llorar—. Hay algo que debes saber —levanta la prueba para que su pareja pueda verla.

El pobre sujeto palidece, traga saliva, y la mira a los ojos aterrado.

—¿Estás segura de que seguiste las instrucciones correctamente? —pregunta él, después de varios segundos de silencio incómodo.

—Sí, las leí repetidas veces y no cometí ningún error.

—Está... Bien.

—Lo siento, de verdad lo siento. No quería que esto pasara —la chica se aferra a la camiseta de su pareja—. Pero no me dejes, te necesito más que nunca.

—No te voy a dejar —el sujeto da un paso al frente, toma a Larissa por la barbilla y besa su frente—. Si en verdad estás embarazada, seremos una bonita familia, ya lo verás.

Aquellas palabras parecen haberla calmado, puesto que para de llorar, sonríe y abraza al chico por la cintura con todas sus fuerzas.

De repente, la imagen se desvanece por completo para dar paso a una nueva que dura breves instantes. En ella, veo a la chica con una enorme barriga, probablemente debido al embarazo, y a su pareja abrazándola por la espalda. Solo que apenas puedo distinguir los detalles.

Casi de inmediato, pasamos a estar en una habitación diferente. Está pintada de azul y blanco, y una enorme cuna yace en el centro. Apoyada en ella se encuentra Larissa, con una expresión neutra plasmada en su rostro.

—Siento haber sido tan mala madre, Crystal —dice, llevándose las manos a su vientre plano—. Ni siquiera pude traerte a este mundo.

La chica alza la mirada por unos instantes, y eso basta para observar las enormes ojeras que tiene bajo los ojos. Al parecer no ha dormido mucho últimamente, está muchísimo más flaca que en la escena anterior y su piel ha adquirido un tono pálido, casi amarillento.

—Me pregunto si te parecerías más a tu papá o a mí —esboza una sonrisa ligera—. O quizá tendrías un poco de cada uno.

Su voz suena más dulce de costumbre, pero eso no impide que esté cargada de dolor. El dolor de una madre que perdió a su hija.

—¿Larissa? ¿Estás ahí? —la llaman a viva voz.

Entonces, el chico de antes cruza la puerta, le dedica una mirada rápida, y se acerca a ella con paso firme.

—Ya hemos hablado de esto, cariño. No fue tu culpa —dice él, rodeando su cintura con un brazo—. Ven a comer, la cena ya está lista.

—No, quiero quedarme otro rato con Crystal.

—Ambos sabemos que ella no está aquí —el sujeto baja la mirada. Es obvio que también le duele la pérdida.

—¡No vuelvas a decir eso! —ruge Larissa, apartándolo de un empujón. El chico cae al suelo sentado y la mira incrédulo—. Ella está en este cuarto con nosotros.

—Suficiente —se pone de pie, avanza con rumbo a la puerta, y sentencia—: No tengo porqué soportar tu maldita locura. Me largo.

La chica ni siquiera parece oír aquellas palabras. Simplemente se acomoda el cabello detrás de la oreja, y empieza a cantar una canción de cuna, como si su bebé pudiera escucharla.

Es imposible no sentir la tristeza y el dolor que la invaden, al igual que sé que no hay nada que pueda hacer para ayudarla.

Esta versión de Larissa es muy distinta a la que estoy acostumbrado. No es la mujer fuerte, inteligente y atractiva que todos vemos por fuera, sino una madre que perdió algo irremplazable, y aunque lucha por superarlo, los fantasmas de aquel recuerdo permanecen en su mente. Y siempre estarán allí para atormentarla.

Nuevamente me encuentro en la recepción de la base Igmis, donde todos los demás están tan enfocados en su entrenamiento, que ni siquiera apartan la mirada de la de su compañero.

Sin embargo, los ojos verdes de Larissa están clavados en mí y una furia indescriptible brilla en ellos.

«Si cuentas una sola cosa de lo que viste, te mataré con mis propias manos, Jonathan», la amenaza retumba en mi cabeza. «¿Entendido?»

Canción: One-X

Banda: Three Days Grace

JoeyWhere stories live. Discover now