8-. Quiero

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Al igual que cada tarde, Joey se dedicaba a contemplar la ciudad desde la copa del árbol más alto del orfanato y dejaba que sus pensamientos divagaran libremente. Solo que esta vez era distinta. Se había completado el papeleo para su adopción, y al final del día, Hailey vendría a revisar si la solicitud había sido aprobada o no.

Llevaba años soñando con aquel momento, y ahora que estaba a punto de hacerse realidad, un torbellino de sentimientos lo invadía. Por un lado, si las cosas marchaban bien, iba a extrañar muchísimo a Charlotte, pero por el otro, podría tener una familia que lo quisiera y cuidara de él. Aunque si declinaban la solicitud, seguiría siendo el raro del orfanato, el niño que nadie quería llevarse a casa...

—Sé que nunca te pido nada y que tal vez no te interese escucharme, pero por favor, ayúdame con esto —murmuró juntando las palmas de sus manos. No sabía muy bien cómo funcionaban las oraciones ni cuál era la manera correcta de llevarlas a cabo, pero no estaba de más hacer el intento. En esa situación tan desesperada cualquier ayuda sería bien recibida—. Quiero tener una mamá que esté siempre conmigo y me cuide —una lágrima corrió por su mejilla regordeta—. Quiero un sitio al que pertenecer, quiero tener un hogar.

A medida que transcurrían los minutos, el cielo fue adoptando el clásico tono rojizo del atardecer, tiñendo así toda la ciudad. Una bandada de pájaros pasó volando a unos pocos metros de donde se encontraba Joey y este los siguió con la mirada hasta que se perdieron en el horizonte.

—Quisiera ser tan libre como ellos —suspiró.

En ese momento, Charlotte apareció por la puerta del patio y lo llamó a viva voz.

—¡Joey! ¡Hailey acaba de llegar! ¡Ven rápido!

Sin perder tiempo, el niño se desplazó por las ramas de los árboles, llegó al tronco y se deslizó sobre él para así caer de pie sobre el césped.

—Oh, ahí estabas. Debí suponerlo —Charlotte sonrió amablemente—. Necesito que vengas a mi oficina. 

Recorrieron los pasillos de aquel enorme lugar con paso rápido hasta llegar a su objetivo, y una vez estuvieron dentro del despacho, la mujer cerró la puerta a sus espaldas. Tomó asiento al otro lado del escritorio y puso una pesada carpeta sobre él.

—Lamento la tardanza, quería que Jonathan estuviera presente —se excusó.

—No pasa nada, siento que es lo justo —asintió Hailey.

A diferencia de cuando la había conocido, hoy la chica lucía muy hermosa. Vestía un pantalón de mezclilla azul claro, una blusa negra y un par de botas a juego; también se había maquillado y su cabello rubio ceniza le caía sobre los hombros.

—Como saben, la solicitud de adopción fue realizada hace casi una semana —empezó Charlotte, abriendo la carpeta que tenía al frente—, y por fortuna, logramos conseguir una respuesta rápida del departamento encargado.

—¿Qué respuesta? —inquirió la chica, frunciendo el ceño.

—La petición fue denegada.

Aquellas palabras hicieron que una parte de sí que Joey consideraba insensible se rompiera al mismo tiempo que un torbellino de emociones se desataba en su interior. ¿Por qué no podían dejarlo ser feliz? ¿Qué había hecho mal?

—¿Qué? ¿Cómo? No puede ser posible —refutó Hailey—. Soy mayor de edad, cumplo con la ley, pago mis impuestos y cuento con suficientes recursos económicos como para hacerme responsable de Jonathan.

—Sí, eso es cierto. Solo que hay un detalle que no se pudo pasar por alto al momento de tomar la decisión final.

—¿Qué cosa?

—Se trata de una adopción monoparental, lo que por desgracia no la hace elegible para esto. Al menos a nivel legal.

—¿Y acaso no estar casada es un delito? —la voz de Hailey se escuchaba cada vez más cargada de ira—. ¿Le van a quitar el futuro a un niño solo porque no tengo un maldito papel que me una a alguien?

—De verdad lo lamento, pero no hay nada que podamos hacer —respondió Charlotte, bajando la mirada—. Le aseguro que si alguien quiere ayudarlos soy yo. Incluso traté de disputar el caso, pero no existe ninguna ley que nos ampare para este tipo de situaciones.

—¿Por qué? —sollozó Jonathan—. No es justo.

—Joey, escucha... —la mujer intentó calmarlo.

—¡No! ¡Ya escuché suficiente! 

Hailey quiso consolarlo, pero al intentar tocar su hombro, este se apartó con brusquedad.

—No puedo creer que cuando al fin alguien se preocupa por mí no lo ayudas —le gritó a Charlotte—. Durante los diez años que tengo aquí nadie se ha interesado en adoptarme, y cuando al fin aparece esa persona, se lo impides.

—Lo intenté, te juro que lo intenté, pero no soy yo quien tiene la última palabra.

—¿Y no hay nada que puedas hacer al respecto? —preguntó, sabiendo cual sería la respuesta.

—No, esto se escapa de mis manos.

—Bien, entonces supongo que ya no tengo por qué quedarme —espetó, saliendo de la oficina, para luego correr por el pasillo.

«Necesito irme, eso es lo único que necesito», pensó mientras se dirigía a la puerta principal del recinto.

Esta no tenía puesto el seguro, por lo que consiguió abrirla sin problemas y salió a la calle. Era noche de luna llena, hacía frío y caía una ligera llovizna que no hacía si no empeorarlo; aunque eso le daba igual al niño, que solo quería huir tan lejos como fuera posible. Y a pesar de que eran contadas las ocasiones en las que había dejado aquel lugar, la ira lo cegaba.

Se cubrió el rostro con la capucha del suéter y avanzó con rapidez  por la calzada. Con suerte podría pasar desapercibido entre los transeúntes y llegar a algún sitio alejado donde nadie lo molestara. Claro, eso solo si Charlotte o Hailey no lo encontraban primero.

Al cabo de unos minutos caminando sin parar, Joey había llegado a una zona totalmente desconocida para él. Montones de tiendas coloridas adornaban ambos lados de la calle y algunos rascacielos se alzaban imponentes sobre Edmonton.

No obstante, de entre todas aquellas edificaciones, hubo una en particular que llamó la atención del niño. Se trataba de un edificio bastante antiguo que, a juzgar por su apariencia, pudo haber sido un depósito durante su vida útil.

«Quizá nadie me moleste ahí dentro», razonó, yendo en esa dirección.

Aunque, estando a medio camino, logró divisar algo mucho más interesante que robó toda su atención: varias siluetas aladas que sobrevolaban el callejón vecino.

«Tengo que ver esto con mis propios ojos», por unos instantes se olvidó de la rabia que lo invadía, y lleno de curiosidad, decidió ir a averiguar lo que estaba pasando.

Canción: Until the End

Banda: Breaking Benjamin

JoeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora