7-. Hogar

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Sin perder tiempo, la mujer subió las escaleras del sótano junto a Joey para luego buscar la puerta de salida de aquella casa; y una vez afuera, la luz del sol los deslumbró, puesto que llevaban un tiempo considerable sumidos en la oscuridad.

Finalmente, cuando sus ojos volvieron a adaptarse al entorno y ya se encontraban a unas cuantas cuadras de distancia, decidieron tomarse un par de minutos para descansar. Sus cuerpos seguían estando débiles debido al encierro y no podían tomar el riesgo de sobre esforzarse y colapsar.

—Aquí está bien —indicó ella, dejándose caer bajo la sombra de un frondoso árbol—. ¿Falta mucho para llegar a tu casa?

El niño negó con la cabeza.

—¿Dónde vives? Podríamos tomar un taxi para llegar más rápido, tus padres deben estar muy preocupados.

Joey permaneció en silencio.

—¿Por qué esa cara? ¿Dije algo malo? —la mujer fijó sus grandes ojos marrones en él, intentando adivinar lo que pasaba.

—No, es que simplemente no tengo padres.

—Yo no... Pensé que... —titubeó—. Lo siento mucho, chico.

—Me llamo Jonathan.

—Lo siento, Jonathan, con todo este asunto de la huida olvidé mis modales —por primera vez, la chica sonrió—. Mi nombre es Hailey.

—Está bien, supongo —el niño bajó la mirada y escondió las manos en la sudadera gris que le había dado Charlotte. A pesar de su cuerpo regordete, aún le quedaba algo grande.

—¿Tienes algún sitio donde quedarte?

—Puedo volver al orfanato, ahí estaré a salvo.

—¿Y luego qué harás?

—Lo de siempre —Joey se sentía cada vez más incómodo teniendo esa conversación y la expresión de lástima en el rostro de su interlocutora no hacía más que molestarlo—, tratar de descubrir por qué tengo tan mala suerte.

—Jonathan, escúchame —dijo Hailey—. No es mi intención hacerte sentir mal y lamento  mucho haberme entrometido en tu vida, pero me ordenaron llevarte a casa y debo hacerlo.

—Olvídalo, supongo que ya no importa. Será mejor que nos vayamos.

La mujer detuvo el primer taxi que vio, y a pesar de la mirada curiosa que les dedicaba su conductor —ocasionada principalmente por el aspecto lamentable que ofrecían ambos después de haber estado en cautiverio—, consiguió negociar para que el viaje entero no excediera el monto de diez dólares.

Durante el resto del trayecto, ninguno de los dos se molestó en hablar o intentar comunicarse con el otro. El ambiente se había vuelto hostil y lo único que pasaba por la mente del niño era volver con Charlotte. Y es que, aunque quizá ese no fuera el hogar cálido que tanto anhelaba, sabía que allí nadie le haría preguntas incómodas.

Al cabo de unos minutos de trayecto, el vehículo se detuvo frente a la puerta del orfanato y los ojos de Joey se encontraron brevemente con los de Hailey, que lo observaba a través del espejo retrovisor.

—¿Quieres que te acompañe dentro? —preguntó ella, a lo que el niño meditó la respuesta por unos instantes y se limitó a asentir. Entonces, la mujer le pidió al taxista que esperase allí estacionado y ambos bajaron del auto.

Mientras caminaban hacia la entrada del edificio, Hailey notó la tristeza que invadía el rostro de su acompañante y una idea pasó por su cabeza.

—Jonathan —titubeó—, ¿qué tan difícil es adoptar aquí?

Los ojos del niño se abrieron con curiosidad.

—¿Por qué lo preguntas?

—Lo estuve pensando y... un orfanato no es un sitio ideal para crecer —se mordió el labio dubitativa, buscando las palabras correctas para no ser malinterpretada—. Es que... pareces ser un buen chico y mereces al menos una oportunidad para crecer como persona, así que me gustaría adoptarte. Ya sabes... cuidar de ti y todo lo que eso conlleva—explicó ella—. Por supuesto, solo si estás de acuerdo.

—¿Lo dices en serio? —Joey la observaba con incredulidad. Era la primera vez que alguien, aparte de Charlotte, se interesaba en él de forma genuina.

—Claro que sí, ¿con quién tengo que hablar?

Sin siquiera detenerse a responder, el niño tomó a Hailey de la mano y se apresuró hacia la entrada del recinto, donde tocó el timbre repetidas veces. Casi de inmediato, se escucharon pasos provenientes del otro lado de la puerta y esta se abrió de par en par.

—¡Dios mío, Joey! ¡Estás bien! —exclamó Charlotte al reconocerlo—. ¿Qué te ocurrió? Estás todo lleno de golpes y...

—¡Charlotte! Te extrañé muchísimo —la interrumpió el niño, para luego abrazarse con fuerza a su cintura.

—Yo también te extrañé —admitió, devolviéndole el abrazo—. Y no quisiera sonar maleducada, pero... ¿quién es la señorita?

—Se llama Hailey, es quien me ayudó a volver y quiere adoptarme.

—¿Es eso cierto, Hailey? —Charlotte le dedicó una sonrisa cálida.

—Así es. Me gustaría brindarle un hogar a Jonathan. Uno donde no le falte nada y pueda contar con alguien que vele por él.

—Entonces pasa adelante, por favor —hizo un ademán para invitarla a entrar—. Te explicaré cómo funciona el proceso.

La mujer se apartó de la puerta para permitirles la entrada y los guió a través del pasillo que conducía a su despacho. Acto seguido, le pidió al niño que esperara afuera y se encerró en el interior junto a Hailey.

Aproximadamente media hora después, Hailey salió del despacho con una expresión neutra plasmada en su rostro.

—¿Cómo te fue? ¿Por qué tardaste tanto? —quiso saber Joey, lleno de curiosidad—. ¿Ya podemos irnos?

—Tuve que llenar la solicitud de adopción y responder a unas cuantas preguntas, no fue tan difícil —contestó la mujer—. Evaluarán toda la información que les di y luego nos dirán si estoy en condiciones para adoptarte.

—Oh, creí que ya podríamos ir a casa.

—Yo también, aunque por el momento debemos esperar la respuesta del servicio social.

En ese momento, la silueta regordeta de Charlotte se asomó por la puerta de la oficina y le indicó al niño que entrara; a lo que este se excusó con Hailey e hizo lo que le ordenaron.

—¿Dónde estuviste todo este tiempo? Me tenías tan preocupada —preguntó la mujer—. Incluso traté de reportarte con la policía, pero al no tener ningún tipo de identificación se negaron a buscarte.

Joey le contó la historia de cómo lo habían capturado y llevado al sótano, de cómo torturaban a los demás prisioneros y acerca de su rescate a manos de aquel chico desconocido, pero se aseguró de omitir cualquier cosa que tuviera tintes sobrenaturales para no parecer un loco.

—Esos hombres están completamente desquiciados, me aseguraré de denunciarlos por lo que hicieron...

Y mientras la mujer hablaba sobre la cantidad y la gravedad de los cargos que les iba a imputar cuando diera con ellos, el niño no podía evitar sentir cierta felicidad.

Al fin era libre de sus captores, y si todo marchaba bien, pronto tendría un hogar. Uno de verdad.

Canción: Angels Fall

Banda: Breaking Benjamin

JoeyWhere stories live. Discover now