Un duro secreto

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Narra Ike

Todo comenzó una tarde, días después de que se concretara mi contratación en el castillo de Hyrule, cuando se me encomendó la tarea de escoltar a la princesa Zelda por el desierto hasta llegar a la ciudadela de Gerudo. Era un asunto de diplomacia, cosa que en realidad no me incumbía en lo más mínimo. El rey decidió que yo debía acompañar a la joven y aunque Impa y algunos miembros de la guardia se mostraron renuentes al principio, tuvieron que aceptar.

Tenía una sola orden:
"Proteger a la princesa Zelda con mi vida". Esto implicaba que debía mantenerla a salvo, que si en algún momento ocurría algo malo, yo tenía morir antes de dejar que algo le sucediera.

Íbamos en grupo, con algunos caballeros juramentados, el maestre de armas y algunas mujeres de la servidumbre, por supuesto también nos acompañó la futura capitana de la guardia. Las jornadas no fueron largas, pero el camino era sinuoso y los climas extremos. Fue interesante para mí viajar a lo largo de todo el territorio. Me intrigaba la idea de conocer nuevos lugares y encontrar oponentes con los cuales probar mi fuerza, continuar entrenando y demostrar mi valía ante el reino. Aquella misión era una prueba de fuego, si conseguía cumplirla a la perfección, la princesa terminaría de aceptarme como su guardaespaldas y el resto de la corte tendría la certeza de que yo era alguien de fiar.

A pesar de que yo no pude acceder a la ciudadela Gerudo por las leyes internas de las mujeres de aquella raza en las que se enfatiza que ningún hombre puede poner un pie ahí, escolté a la princesa a lo largo de todo el camino. Opté por caminar detrás de ella, como en alguna ocasión lo hice con la reina Elincia en Crimea, pero al recibir una mirada de desconcierto de su parte, decidí caminar a su lado, y al no existir un pero de su parte, continué con mi tarea en silencio.
Al principio era incómodo, los miembros de la guardia no se lo esperaban, mucho menos Impa, pero nadie hizo alguna objeción por lo que continué caminando a la par de la princesa.

No fue fácil ignorar que ella parecía nerviosa. Repetía una y otra vez las palabras que debía recitar cuando se encontrara con la matriarca de la tribu.

—¿Está todo bien?—pregunté tratando deliberadamente de averiguar qué ocurría.

—Sí...—respondió de inmediato.
Mi intuición me decía que me ocultaba la verdad, pero tampoco la presionaría para que me revelara el motivo de su angustia.

—En realidad, estoy algo nerviosa—soltó de repente. Me detuve un segundo, aquella actitud de la muchacha comenzaba a preocuparme.

—Es la primera vez que mi padre me encomienda que visite a los líderes de cada raza para convocarlos a la reunión anual del concilio real. Él era quien lo hacía, año tras año... pero supongo que ahora considera que estoy lista para hacerlo. Desde que la guerra en los países del norte estalló, él tiene otras cosas en las que pensar—explicó Zelda.

—Apuesto a que sí-respondí. Enseguida me di cuenta de que aquella no había sido la mejor respuesta. —Pero, descuida, lo harás bien, tengo fe en que harás un excelente trabajo con la líder de las Gerudo— alenté. -Y posteriormente con los demás líderes-.

—Eso espero, porque la reunión del concilio real será pronto y tengo mucho miedo de decepcionar a mi padre y fallar en mi entrenamiento como princesa—agregó.

Después de una breves palabras de aliento, opté por cambiar de tema, talvez así podía aligerar un poco sus pensamientos, charlamos sobre las diferencias geográficas de la región. Me fue imposible evitar comparar el desierto con las llanuras de Sacae que alguna vez crucé en el continente de Embla. Al mencionarlo, ella sonrió, declarando que le gustaría poder ir algún día.

Durante la noche, acampamos en cerca de un antiguo coliseo, el silencio nos rodeaba y a pesar de que ella se mostró sumamente amable, parecía reservada y pensativa, todos tenían altas expectativas sobre ella, especialmente el rey.

Ike y Zelda "Amor Prohibido"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora