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El sábado por la tarde, cuando Harry Styles  regresaba del hospital de Corning a Blue Heron, los viñedos que poseía y administraba su familia, sintonizó un programa de entrevistas en la radio. No sabía muy bien de qué iba, pero oír voces le resultaba reconfortante.

Se le ocurrió que seguramente era porque se sentía muy solo. Al parecer, un gato maltrecho no era suficiente compañía y debería estar con gente.

Pero acudir a la Taberna de O'Rourke la noche anterior había sido como bajar al infierno, con toda aquella gente dándole palmaditas en la espalda e invitándolo a cervezas.

Le habían preguntado cómo estaba, cómo iba Josh, le habían dado las gracias al tiempo que le aseguraban que era un hijo de puta valiente y que en el pueblo seguirían comentando lo ocurrido durante años. Eso hizo que le sudaran las palmas de las manos.

Aun así, sonrió y dio las gracias a la gente por todo lo que decían, porque en el fondo sabía que le estaban diciendo cosas agradables que consideraban elogios, y sabía que cuanto más tiempo se alejara de las cosas normales, más difícil sería. Estaba bien. Todo iba bien. Todo estaba bien.

Se quedó todo el tiempo que pudo tolerar. Colleen O'Rourke, que era como otra hermana a añadir a las tres que tenía, le dio un abrazo y, por lo que sabía, se lo había devuelto. Pero una vez que llegó a casa se sentó en el sofá, con Lázaro a su lado, sin tocarlo, y allí se quedó.

Así que estar con su familia, hacer cosas normales, era bueno. Adoraba a su familia. Estar con ellos no era como bajar al infierno. Bueno, al menos no del todo.

Puso el intermitente, a pesar de que estaba solo en la carretera. Siempre prudente.

Ojalá pudiera ver a Josh. Ir cuando sus padres no estuvieran. Solo para verlo.
¡Mierda! Tenía que dejar de hacer eso.
En una ocasión, cuando estaba construyéndose su casa, se había acercado un lince, atraído por el olor de las albóndigas que llevaba en la mochila.

Cuando entró en el salón, al animal le dio un ataque de pánico y huyó hacia la puerta cerrada, contra la que se golpeó una y otra vez.

Eso era lo que le ocurría a su corazón en ese momento. Que tropezaba una y otra vez contra las costillas. Sintió las manos resbaladizas sobre el volante, pero estaba bien; no era necesario que se detuviera, estaba bien. Estaba bien.

Parecía haber miles de vehículos delante de la casa de Honor. Harry y sus hermanas, Prudence, Honor y Faith, habían crecido allí, en la Casa Nueva, construida en el siglo XIX.

Ahora era su hermana mediana, Honor, la que vivía allí con Tom, su marido, y Charlie, el adolescente que habían medio adoptado.

Su padre, John Styles, y su madrastra, la señora Johnson —aunque técnicamente era la señora Styles, nadie la llamaba así—, vivían en un amplio apartamento sobre el garaje.

Hoy era el día de la fiesta del bebé de Faith.

—Hola, tío Harry. —El hijo de Pru, Ned, se acercó a él cuando se bajó de la pickup—. ¿Por qué estamos aquí?

—No tengo ni idea —dijo Harry—. Por solidaridad con Levi, imagino.

Los hombres de su familia —su padre, su abuelo, sus tres cuñados y su sobrino no oficial, Charlie— estaban escondiéndose como valientes en la cocina mientras una oleada de risas femeninas surgía desde el salón.

—¡Harry! —lo saludó su padre—. ¿Una copa de vino?

—Gracias, papá. Hola, Levi, ¿qué tal estás?

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