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Unos días después, Emmaline se encontraba sorbiendo su tercera taza de café. Era su día libre. Ángela y ella habían estado hasta tarde la noche anterior con las «Traicionadas y amargadas», que habían aceptado a Ángela como miembro honorario aunque dijeran que era «demasiado guapa y demasiado agradable» para pertenecer al club.

El grupo era un hervidero de noticias: Jeanette O'Rourke iba a irse de crucero con Ronnie Petrosinsky, El Rey del Pollo. Allison se estaba planteado volver con el desesperante Charles, que había demostrado su amor enviándole una caja envuelta para regalo que contenía los fragmentos de un bote de galletas. Shelayne anunció que acababa de ser aceptada como madre adoptiva, y hubo más abrazos, unas cuantas rondas de Peach Sunrise y una botella de champán.

Y, por último, Em mantuvo un elocuente silencio sobre cómo era Harry en la cama. Silencio que provocó muchas especulaciones apasionadas (y muy distintas).

—Está sonrojada —señaló Grace, que regresaba desde la cocina con una jarra llena de Peach Sunrise—. Ya sabéis lo que eso significa. Harry es de los guarros, guarros... — Viniendo de un miembro de la tercera edad, eso provocó carcajadas en las demás.

—Quizá sea el momento de cambiarle el nombre al club —sugirió Ángela—. Ninguna de vosotras me parece particularmente amargada o traicionada.

Eso hizo dudar a las demás.

—Podéis llamaros «Las muchachas del Peach Sunrise» —sugirió Ange—. Estos cócteles son maravillosos, Grace.

Sin duda, eso hizo que la reunión fuera todavía mejor. Ninguna mencionó el libro que todas habían olvidado leer, pero claro, eso nunca era lo importante.

Ángela, por supuesto, se levantó de la cama sin rastro de resaca después de esa noche. Emmaline no fue tan afortunada. Sargento estaba levantado después de decidir que quería más a su hermana (desgraciado infiel), y ladraba con entusiasmo ante cualquier cosa que Ángela decidiera hacer. «Y fuerte», pensó Em, haciendo una mueca.

Diez minutos después, las dos tuvieron antojo de chocolate y se dirigieron a la panadería de Lorelei, Sunrise Bakery. El olor de los pasteles fue como un canto de sirena.

—¡Oh! —exclamó Ángela—. ¡Mira eso! Es una tienda de vestidos de novia. Vamos a entrar, Emmaline.

—¿Por qué? —dijo Em.

—Estaba pensando en que deberías buscar un vestido —dijo su hermana—. Para cuando te cases con Harry. Siempre he odiado ese vestido triste que te compraste.

—No era triste —replicó Emmaline.

—Por favor. Parecía un vestido para el baile de club de campo del año 1983 —dijo Ángela—. No, esta vez tienes que llevarme a comprarlo. Insisto.

—¿Cómo sabes cómo es un baile en el club de campo? Además, no voy a casarme pronto.

—Por favor. Harry está loco por ti. Te lo pedirá en cuestión de semanas.

Emmaline abrió la puerta de la panadería y se tropezó de lleno con el hombre en cuestión.

—¡Harry! Precisamente estábamos hablando de ti —dijo Ángela.

—¿Ah, sí? —Miró a Emmaline como si tratara de ubicarla.

—Harry, ¿qué te parece? —insistió Ángela—. ¿Blanco o marfil? ¿Qué te gusta más?

—No le hagas ni caso —dijo Emmaline.

Harry miró al otro lado de la calle, donde refulgía un vestido de novia en el escaparate de FELICES PARA SIEMPRE. No sonrió.

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