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—¿Qué tal estuvo la boda, agente Em? —preguntó Tamara cuando Emmaline entró en el sótano de la iglesia luterana.

—No vamos a hablar de eso —dijo ella, sonriendo a los adolescentes que ayudaba.

—Fue una mierda, ¿verdad? —intervino Dalton.

—Más o menos, sí. ¡Sargento, mira! ¡Son los niños! ¡Han venido a verte! —Soltó al cachorro, que no dejaba de menear la cola, y observó con una sonrisa cómo el animal se cruzaba entre las piernas de los adolescentes con el pollo de goma chillón en la boca.

Una de las razones para adoptar a Sargento fueron esos adolescentes en riesgo de exclusión. Además, por supuesto, de que estaba soltera y le gustaba que hubiera alguien esperándola en casa, y también porque era policía y podía convertir al cachorro en un perro policía (o no, porque sin duda carecía del gen «soy un perro grande y doy miedo»).

Sin embargo, para ese propósito, para que esos cuatro duros, aburridos y cínicos adolescentes la toleraran, el perro era perfecto.

—Cory, así que te han hecho un parte de nuevo, ¿eh? —dijo ella, dejando a un lado la caja de galletas que había recogido en la panadería de Lorelei ese mismo día.

—Le dijo a la señora Didier que...

—Ya lo sé, Tamara. ¿Cory? Ya tenías problemas con la señora Greenley. ¿La situación ha llegado a un punto crítico?
Cory se encogió de hombros. Le habían hecho un parte después de sugerir que la directora del instituto de Manningsport era, de hecho, un hombre. Un hombre feo, y había utilizado algunas coloridas palabras para describir cuán feo y escaso era lo que indicaba la masculinidad de la señora Didier. Luego tiró el pisapapeles de la directora a la basura, con ganas. Como si fuera una pelota de béisbol. El resultado era que habían hecho un parte.

—Supongo que sí —comentó Em—. Y todos tenemos momentos así, Cory, en los que nos gustaría romper algo. Pero no es aceptable que nos dejemos llevar.

—A menos que seas idiota —añadió Tamara, que se estaba mordiendo el barniz de uñas azul del pulgar y miraba las galletas.

—Que te jodan —dijo Cory. Agarró otra galleta, se la puso entre los dientes y dejó que Sargento se comiera la mitad para, a continuación, tragarse ella la otra parte. Los niños eran brutos. Aunque Em había hecho lo mismo la otra noche, así que no estaba en situación de juzgar.

—Entonces, Cory, ¿qué pasa con ese parte? —preguntó, tratando de centrar el tema.

—Amigo, te van a expulsar —intervino Dalton.

—Fuiste tú el que robó un automóvil —dijo Cory.

—Sí, pero tú eres más listo —indicó el otro muchacho—. Podrías tener una beca y todo. A mí me espera una vida de delincuencia. ¿Verdad, agente Em?

—Muy mal, Dalton. Cory, tiene su parte de razón. Podrías aspirar a una beca. Pero si no encuentras la manera de controlarte, tu genio ganará toda la vida.

—Lo sé —murmuró Cory—. Es que no puedo evitarlo. —Hizo una pausa—. Iba a tirar esa cosa por la ventana y en el último minuto la lancé a la basura.

Ah, un pequeño progreso.

—Está bien, has dado un paso en la dirección correcta. Has hecho la elección menos destructiva.

—Quizá consigas una pegatina —intervino Kelsey Byrd.

Em siguió hablando.

—Hay pequeñas cosas, como respirar hondo muy despacio, que te pueden ayudar. Comer bien, respirar aire fresco. Son clichés porque es cierto. Quizá podrías unirte al club de boxeo.

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