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Harry llamó a la puerta del 3-C. Un segundo después, Hadley abrió.

—Hola —lo saludó—. Pasa.

Ella parecía diferente. Más joven y cansada. Ya no se mostraba radiante al verlo.

Había pasado una semana desde el incidente en la comisaría. Aunque la había visto todos los días, no habían hablado.

Pero iban a hacerlo en ese momento.

—¿Puedo ofrecerte algo? ¿Café? ¿Agua?

—No, gracias —respondió—. Siéntate, Hadley.

Al hacerlo, recogió un cojín y se tapó el estómago.

—Menuda locura, ¿no? El clima...
No lo había sido, al menos teniendo en cuenta que estaban en el oeste del estado de Nueva York. Por otra parte, la gente siempre hablaba del clima cuando estaba nerviosa.

—Hadley, ha llegado el momento de que sigas adelante —le dijo.

—Lo sé —confirmó ella con los ojos llenos de lágrimas.

Él se reclinó en el asiento.

—Si quieres, te llevaré de nuevo a Savannah.

—¿Por qué? ¿Por qué estás dispuesto a hacer eso por mí después de todos los problemas que te he causado?

«Buena pregunta.»

Él se encogió de hombros.

—No lo sé. Me siento responsable de ti. De nosotros. De que nuestro matrimonio no funcionara.

—Te engañé, Harry. Soy yo la culpable del divorcio.

Hadley no lo había admitido hasta ese momento.

—Nadie engaña a su pareja si no tiene una razón —dijo él, mirando por la ventana—. Tú no eras feliz, así que buscaste la felicidad en otro sitio. No es que te disculpe, Hadley, pero te entiendo. Te sentías sola y estabas aburrida, necesitabas más atención de la que yo te podía dar. —Supuso que era difícil que alguien le prestara toda la que necesitaba.

—Mis padres apenas me hablan, piensan que estoy loca —susurró—. Estaban seguros de que eras lo mejor que me había pasado en la vida.

—No estoy de acuerdo —dijo él—. Creo que ninguno era la pareja... perfecta para el otro. No importa lo que pareciera al principio.

Miró la lágrima que se deslizó por la mejilla de Hadley.
Si hubiera hecho un poco más de caso a personas inteligentes como Honor, sus abuelos, la señora Johnson o Connor O'Rourke, podría haber detectado las sutiles (y no tan sutiles) señales de advertencia. Si hubiera dedicado un poco más de tiempo a conocer a Hadley, habiendo pasado más tiempo allí con ella en vez de fines de semana de ensueño, la realidad hubiera salido a la luz. Y lo cierto era que tanto ella como él habían visto lo que querían ver y no la verdad.

—¿Por qué regresaste, Hadley?

Ella se secó los ojos.

—A mi alrededor, todo el mundo estaba casado, tenía hijos o un trabajo fabuloso. O todo a la vez. ¿Sabes cómo era mi vida? Trabajaba a media jornada en Bed, bath and beyond. Tengo treinta años y no he conseguido nada. Nos divorciamos antes del primer aniversario. Soy un fracaso.
Podría haberle recordado que trabajar mucho no era motivo de vergüenza, o que podría haber regresado a la universidad a estudiar cualquier otra cosa, pero sabía por experiencia que sus palabras caerían en saco roto. Hadley había tenido siempre una idea muy clara de cómo debía ser la vida, y si no era exactamente así, la consideraba un fracaso.

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