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Emmaline decidió abrazar sus raíces californianas a la mañana siguiente y salir a correr por el sendero de la playa.
Era temprano. Su reloj interno seguía con el horario de la costa este y se imaginó que estaría a salvo. Además, siempre le había gustado correr. No era demasiado rápida y no recorría largas distancias, pero el simple hecho de correr tenía algo, y ni siquiera era necesario hacerlo demasiado bien para que fuera eficaz.

Sus carreras y una clase de kickboxing semanal la mantenían en forma para su trabajo. Si dejara de comer como un jugador universitario de fútbol seguramente adelgazaría un poco y tendría una talla cuarenta y dos, más o menos. Pero el tiempo que había pasado con Kevin mientras perdía peso le había hecho odiar las dietas en todas sus formas. Además, Ben & Jerry's quebrarían sin ella.

En realidad, jamás había tenido problemas con su figura. En general, le gustaba cómo era: alta, con los huesos grandes, fuerte.

Pero cuando estaba cerca de gente como Naomi se sentía grotesca. Colleen O'Rourke también era preciosa, delgada y perfecta, pero era diferente.

Cada vez que Em veía a Naomi era en una especie de pose con la que hacía hincapié en sus brazos perfectos y musculosos o en su vientre plano.

Colleen, en comparación, era normal.

Además, Naomi quería que la gente se sintiera incómoda con su aspecto. Era su trabajo aprovecharse de las personas y hacerles pensar que la necesitaban para dirigir todos sus movimientos.
Sin duda, lo había conseguido con Kevin.

El mismo Kevin que cada mañana le había dicho a Em, cuando se despertaba a su lado, qué había hecho para tener tanta suerte.

—Déjalo ya, Neal —se dijo a sí misma.

Se puso unos pantalones cortos, un sujetador deportivo y una camiseta de Ben & Jerry's. A continuación, se calzó sus Nike y salió.

No había nadie cerca. La gente de la clase de yoga no estaba a la vista, gracias a Dios. Un camarero con cara de sueño le brindó una sonrisa superficial y le preparó un té. «Maldita sea. Por supuesto, sin cafeína.» Cada vez era más difícil creer que la gente pagara por alojarse allí.

Aparte de eso, el lugar era precioso. Em corrió por el sendero hacia el Pacífico. Las coreopsis estaban en flor y salpicaban el camino con pequeños y alegres puntos amarillos.

Se detuvo en lo alto del acantilado.

El cielo seguía siendo azul oscuro, pero una línea de color rosa rompía el horizonte. Aunque había algunos vehículos cerca, podía oír el mar, y el pelo le ondeaba con la brisa.

No echaba de menos el sur de California, pero sí aquellas vistas.

Comenzó a correr de nuevo. No iba escuchando música ese día, quería oír a los pájaros. El sendero era ancho y con curvas, flanqueado por el espeso follaje de la zona. No hacía calor. Como mucho, unos diez grados.

Había sido bastante agradable estar sentada con Harry la noche anterior, incluso aunque él estuviera en el agónico trance posterior a un trastorno de estrés postraumático. Él lo superaría antes si lo reconociera. Ella, a fin de cuentas, era hija de psicólogos, y en casa tenía bastantes libros sobre estrés, traumas y reacciones de la gente.

Pensaba que podía ayudar en las llamadas complicadas que debía responder como agente de policía.
Un coyote atravesó el sendero delante de ella. Un animal pequeño y escuálido si lo comparaba con los que la esperaban cuando volviera a casa.

Miró el reloj. Haría veinte minutos en esa dirección y otros tantos de vuelta... Eso serían casi ocho kilómetros (de acuerdo, más bien siete). ¿A quién le importaba? Cualquier actividad justificaría por completo un viaje a la ciudad para degustar unos donuts en Nance's Coffee Shop, si todavía no había cerrado... ¡Por favor, Dios, que siguiera abierto!

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