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Un soleado día de la última semana de invierno, cuando parecía imposible que pudieran cantar los pájaros y estar el cielo tan azul y brillante, enterraron a Josh Deiner.

Todo el pueblo asistió al sepelio. Em sería la que dirigiría el tráfico, así que encabezó la procesión al cementerio. Estacionó fuera y dejó las luces puestas mientras se bajaba. Justo detrás iba la limusina de la funeraria. Cuando se bajaron los padres de Josh, Em tragó saliva. El señor Deiner estaba doblado de dolor, inclinado como un árbol viejo que caería en la siguiente tormenta, y Gloria la miró sin ver, sin reconocerla, con la cara tensa y los labios temblorosos.

Em sintió un profundo dolor en pecho al contener los sollozos.

Todos los compañeros de clase de Josh estaban allí, cada uno con una rosa blanca. Alyssa Pierson pasó por delante de ella, acompañada de sus padres, con las mejillas llenas de lágrimas. El señor Pierson saludó a Em, y ella murmuró «hola» por lo bajo. La señora Pierson la había llamado hacía algunos días para decirle que Alyssa estaba mejor y, de hecho, la adolescente parecía menos angustiada. Estaba devastada, por supuesto, como todo el mundo, porque aunque Josh no era el mejor muchacho del instituto, la dolorosa verdad era que dos personas estaban enterrando a su único hijo. Josh jamás llegaría a ser nada más que un niño imprudente que había roto el corazón de sus padres, arruinado sus vidas y dejado como único legado un «no seas como yo».
Emmaline se subió las gafas de sol y se secó los ojos.

Vio a los Styles y el corazón le dolió todavía más.

El rubio cabello de Harry brillaba con la luz del sol. Llevaba unas gafas oscuras y un traje. Era fácil verlo, ya que era más alto que la mayoría. ¿Los Deiner sabían que estaba allí? Por favor, ¡Dios!, que no hubiera otra escena como la que hubo en el hospital, cuando la señora Deiner le gritó. Estaba demasiado lejos para que ella supiera si tenía la terrible mirada vacía en los ojos que tantas veces había visto en los últimos dos meses. Aquel funeral debía ser angustioso para él.

Levi se detuvo junto a él como si estuviera haciendo guardia, guapo y solemne con el uniforme de gala. Dijo algo, y Harry movió la cabeza. Faith estaba justo a su lado, reconocible al instante por su pelo rojo y su vientre enorme, y puso la mano sobre el brazo de su hermano. Cualquier día de esos habría un nuevo bebé en la familia.

Algo que haría que Harry sonriera, porque esa sonrisa era una de las mejores cosas del mundo... ¡Ay, Dios!, ella la echaba tanto de menos en ese momento que por un momento le costó trabajo respirar.

El reverendo White empezó la oración. Em bajó la mirada. A sus oídos llegaba el llanto ahogado de alguno de los compañeros de clase de Josh.

—¿Em? —susurró por la radio la voz de Everett. Estaba en el otro extremo de la procesión, que se curvaba rodeando el cementerio.

—¿Qué? —musitó ella.

—Esto es muy triste. —Parecía como si estuviera llorando.

—Lo sé, amigo, lo sé. Aguanta.

Poco después, la multitud comenzó a caminar lentamente hacia los vehículos. Algunas personas se detuvieron en otras tumbas, se sacudieron la ropa o inclinaron la cabeza para orar. Un niño pequeño, de unos cuatro años, corría por delante de sus padres, riéndose. Agarró un molinillo de una tumba, y su madre corrió hacia él para quitárselo y dejarlo de nuevo donde estaba. A continuación, se arrodilló ante él para echarle un sermón.

¿Así había sido Josh? Su madre había dicho que siempre estaba haciendo travesuras, metiéndose en líos, pero que sonreía cada vez que se salía con la suya. A partir de ahora, Gloria Deiner tendría que ver a otros niños, y Em supo que siempre los compararía con su hijo, con el niño que había perdido.

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