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Lo bueno era que Pops seguía vivo.

Lo malo..., todo lo demás.

Los últimos días habían transcurrido como una tensa sucesión de cafés malos y peores sueños. Cuando iba al hospital, Harry comprobaba siempre los pasillos para no ocasionar a los padres de Josh Deiner más molestias de las que ya tenían. Cuando por fin regresó a casa la primera noche se encontró una ventana rota en la habitación amarilla de arriba.

Había pegado una hoja de plástico sobre ella. El silencio reinante en la casa le agobiaba. Agradeció los extraños maullidos de Lázaro. Luego se echó en el sofá y se quedó dormido con el teléfono colocado sobre la mesita de café al volumen más alto posible. Se despertó alrededor de las cinco de la tarde con el gato dormido sobre su pecho.

Había un pastel de café en el mostrador y la cafetera estaba preparada para hacer café. Eso había sido obra de Emmaline.

Sintió remordimientos, pero ¡joder!, estaba cansado de sentirse culpable. Emmaline había silenciado su móvil. Él no tenía teléfono fijo y ella lo sabía. ¿Y si Pops no hubiera superado el ataque? ¿Y si le hubiera robado la oportunidad de despedirse de su entrañable y viejo abuelo?

Em no tenía ningún derecho a decidir cuándo podía recibir llamadas.

Ninguno.

De acuerdo, eso solo no era para tanto. Ella no sabía que a Pops le iba a dar un ataque al corazón.

Pero ¿por qué había detenido a Hadley? ¿Había sido necesario? Harry era muy consciente de que su ex era la reina del drama, pero ¿por qué había tenido que humillarla así? Cuando la vio con aquella ropa tan grande, los ojos llenos de lágrimas, él... ¡maldita sea! No sabía qué había sentido. Pero no podía dejarla allí.

La llevó al apartamento en Opera House, llamó a Frankie y le pidió que fuera. Mientras Hadley estaba en la ducha le hizo un sándwich de queso y esperó a que llegara Frankie. Hadley estaba pálida y parecía que no quería hablar. De hecho, estaba seguro de que se sentía avergonzada. Y algo más. Fuera lo que fuera, él solo quería volver con su abuelo, y en el momento en que llegó su excuñada se volvió a subir a la pickup y regresó al hospital.

Desde entonces, había estado sobrecargado de responsabilidades familiares. Como todo el mundo sabía, su padre era un blandengue, así que Harry pasaba tanto tiempo con él como le era posible: los dos John Styles más jóvenes vigilando al de más edad.

También tuvo que estar pendiente de las cuestiones relacionadas con Blue Heron, el dominio de Honor, asegurándose de que su hermana no estuviera demasiado hundida. La siempre capaz Jessica Dunn parecía poder defender el fuerte. Llamaba a Faith dos veces al día, porque estaba en un momento delicado y quería asegurarse de que no se preocupaba demasiado, y además estaba cuidando de Goggy. Y pasó por casa de Pru para ver cómo estaba Abby, que jamás había perdido a nadie cercano.

Luego se dirigió de nuevo a Blue Heron para filtrar el vino y comprobar el sedimento, dado que era casi el momento de embotellarlo y esas cuestiones no podían esperar. Hizo algunas llamadas, pasó a ver a Hadley (que había estado durmiendo un montón, según Frankie) y más tarde regresó al hospital y, finalmente, a casa.

Tres días después del infarto, Pops pudo regresar al apartamento donde vivía en Rushing Creek. Ahora tenía que tomar Sintrón y Atorvastatina, contra el colesterol, y recibió instrucciones para dejar de consumir queso, helado, leche entera y, según sus palabras, «todo lo que sabía bien».

Estaba más débil, pero Jeremy se había referido a él como «increíblemente saludable» a pesar de sus horribles niveles de colesterol. Harry hablaba con sus abuelos todas las noches, ya que, a pesar de las protestas de Goggy, también estaba preocupado por ella. Ninguno de sus abuelos era un jovencito, y el susto que se habían llevado con Pops se lo había recordado a todos.

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