3. Viernes de investigación

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9 de octubre, 2015


Preswen

Si fuera hombre, ¿cuál sería la contraseña de mi teléfono?

Pruebo con el clásico 12345, luego con nombres de páginas para adultos que involucran más de una X y, por último, trato con todos los equipos de fútbol americano y básquetbol que conozco. Estoy segura de que voy a bloquear el teléfono hasta que se me ocurre intentar con comida: pizza, hamburguesa, hotdog. Nada funciona. ¿Bebidas? La cerveza, vodka y vino me decepcionan por primera vez. Incluso recuerdo que dijo tener un gato y busco en internet los nombres para felinos más comunes.

Es inútil.

—¿Por qué no usas contraseñas normales y fáciles de hackear?

Caigo sobre mi espalda y me hundo en el colchón, mi frustración o ambos. Clavo los ojos en la araña de cristal que tantas veces me he quedado mirando, la mayoría mientras Wells y yo estábamos poniendo en práctica el misionero.

Él es muy básico para mi gusto en la cama, pero... «¡Eso, Preswen! ¿Qué cosa básica no probaste?».

—No sé si algunos son imbéciles, poco creativos o demasiado vanidosos. —Sonrío al introducir «Xian».

El aparato se desbloquea.

Pensar en el infiel de mi novio me recordó que la contraseña de su laptop es Wells. A veces la uso para trabajar. La de su celular no la sé porque nunca tuve que usarlo para algo ya que siempre cargo con el mío y porque, hasta ahora, no me consideraba una novia controladora. Para lo único que tomaba su móvil era para sacarme fotos y llenarle la galería a propósito.

Sin embargo, las cosas cambian con el tiempo, al igual que las personas.

Si hace dos semanas atrás me hubieran preguntado cuánto confiaba en mi pareja, hasta me hubiera reído con el planteo. Desde que lo conocí lo vi como un libro abierto. Existían capítulos difíciles de interpretar, aunque no imposibles, o eso creí. Los autores crean imágenes, pero los lectores las modificamos a otras que nos agradan más. Fue mi culpa confiar que él sería tal cual a la idea que tenía en mi cabeza —tampoco es la gran cosa porque tengo un estándar tan bajo que lo único que busco es que me sea fiel—, para al final descubrir que ni siquiera se animaba a mirarme a la cara para romper conmigo.

Ahora intento recordar cada palabra impresa en el libro que lleva su nombre. Hago el esfuerzo de encontrar los indicios de la infidelidad y las pistas que antes ignoraba por estar demasiado embelesada con la fantasía que invocaba la lectura.

—¿Por qué tienes el fondo de pantalla negro? —Giro y me tumbo sobre mi estómago—. Debes odiar tu vida o tener la sensibilidad ocular de una abuela.

Le echo un vistazo a las aplicaciones. Es muy organizado. En YouTube tiene tres playlists tituladas: «Para cuando estoy harto de la gente», «Para no dormirme en el metro y que me roben hasta los calcetines» y «Nochecita con la novia». Mi reflejo en la pantalla se muestra sorprendido porque la última dura 4 horas. ¡Mucha ambición, incluso excesiva! Está popularizado que cuanto más dura el sexo, mejor. Es mentira. No tendría que durar 5 minutos, pero tampoco horas y horas. Uno se queda dormido si la sesión avanza a paso de abuelo.

Dejo atrás mi análisis de sexóloga no autorizada y prosigo. No tiene ninguna solicitud en Facebook, lo cual no me sorprende. El hombre es la reencarnación de un ogro mitológico. Sigo navegando y encuentro Netflix instalado. Es amante de los musicales dramáticos que involucran el cliché de la chica persiguiendo su sueño y encontrando por accidente un amor que niega al principio: Coyote Ugly, Noches de encanto, Mamma Mia!

—Esta debe ser la flor a la que la abeja Wells le ha estado mostrando su súper aguijón. —Silbo al entrar en la galería.

Cabello de Rapunzel, piel de durazno y más curvas que una pista de carreras. Es preciosa, lo que me lleva a la conclusión de que la perra es de buena raza.

—Trágate las lágrimas, Press —me aconsejo al sentir un escozor en los ojos.

A pesar de que estoy indignada y tan furiosa como para derribar un equipo de fútbol americano por mi cuenta, es la decepción la que cae sobre mi corazón, lo aplasta y reduce a fragmentos que ningún tipo de pegamento puede volver a juntar.

La realidad me acaba de abofetear demasiado fuerte. Aunque soy consciente que nada de esto es mi culpa -ni siquiera de Brooke-, sino de Wells por no poder contener su órgano viril dentro de sus pantalones o ser lo suficiente decente como para decirme que nuestra relación ya no le bastaba, es imposible no sentirme triste.

Lo conocí un primer martes de octubre hace varios años. Ambos éramos fanáticos de Amir Dallimus, un escritor de ciencia ficción que estaba haciendo una gira por la ciudad. Como buena lectora gasté cada centavo que tenía en comprar la trilogía completa y los separadores para que los firmara. Lo que ocurrió fue que llegué tarde, lo cual podemos agradecérselo al caótico tránsito de Nueva York. Vi a Amir marchar en su camioneta último modelo y quedé observando mi reflejo en la vidriera de la librería, luciendo como un niño al que le acababan de arrebatar su paleta o su Iphone 10 Plus teniendo en cuenta que la juventud ya se idiotiza con la tecnología desde temprana edad en la actualidad.

Pensé que ese día era uno de los peores de mi existencia, pero junto a mi reflejo apareció el de alguien más. Era Wells con su pícara sonrisa y esos benditos ojos mieles que te daban hambre de amor. Prometió regalarme sus ejemplares autografiados si accedía a salir en una cita.

No dudé en aceptar. Un lector hace lo que sea por la dedicatoria de su autor favorito.

Me sueno la nariz con las sábanas de la cama, incapaz de ponerme de pie mientras sigo viendo las fotos de Brooke y recuerdo cómo comenzó todo entre la abeja y yo. Esta actitud masoquista que adquiero no me gusta en absoluto, pero no puedo evitar obsesionarme un poco con la cantidad de imágenes y videos de ella. Es tan hermosa que mi autoestima recibe una paliza de ese equipo de fútbol que quise taclear.

Cuido no dejar las mucosidades de mi lado de la cama. Entonces, cuando estoy a punto de hacer de mi colchón uno de agua, encuentro lo que en un principio debería haberme enfocado en hallar. Tras una investigación de quince minutos ya sé dónde trabaja la novia del antipático pelirrojo.

Sonrío con el maquillaje corrido y alcanzo mi teléfono para llamar a Humberto.

Oficialmente la primera parte del plan Brells Quimmers ha comenzado.

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El elevador de Central ParkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora