11. Aborten misión

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23 de octubre, 2015


Xian

Está por sonar el despertador. Lo sé porque la maldita cosa suena cada maldito día a la misma maldita hora. A Brooke le gusta levantarse temprano, una hora y media antes de ir al trabajo. Incluso los fines de semana no duerme hasta tarde. Le encanta relajarse en la bañera escuchando un audiolibro, cocinar algo nutritivo que involucra mucha fruta, y desayunar en silencio. Medita todas las mañanas en el balcón y riega las plantas.

A mí me gusta dormir. Me levanto de la cama cinco minutos antes de salir por la puerta.

Ahora falta menos de un minuto para que suene dicho despertador y mi ansiedad ya formó un nudo en la boca de mi estómago. Cuando regresé ayer por la noche tras la deprimente caminata por Central Park, estaba tan cansado y furioso que golpeé la almohada hasta dormirme. No rompí objetos porque hoy en día toda sale fortuna y me costó mucho equipar este departamento, que era solo mío antes de que ella se mudara.

Podría haber ido a dormir al sofá, pero ella sabría que algo marchaba mal y me hubiera despertado para hablar, porque así es Brooke, todo comunicación, aunque le faltó contarme que se veía con otro…

El despertador suena. Me tenso cuando se revuelve en su lado de la cama. Se gira y apoya una mano en mi pecho mientras se estira para apagarlo. No sé por qué está en mi mesa de luz si lo odio tanto. Lo apaga y descansa el mentón sobre su palma, mirándome somnolienta.

Me sonríe.

Odio que disfrute hablar conmigo. Odio que lo diga en voz alta. Odio que me quiera. Odio que lo demuestre con cada pequeño gesto. Odio que me toque. Odio que me haga sentir como si fuera el único.

Odio amar todas las cosas que odio de ella. Sobre todo, odio sentir que podría perdonarle cualquier cosa. Si confesara que me engañó, ¿cuál sería mi respuesta?

—Debes estar hambriento —dice—, ayer te traje la cena del restaurante japonés del que te hablé, pero ya estabas dormido y no quise despertarte.

Estoy hambriento, pero de la verdad. Quiero morder sinceridad, masticar aceptación y defecar la asquerosa superación.

—Déjame compensártelo. —Deposita un beso sobre mi corazón—. Te haré un desayuno digno de un premio de cocina.

«Felicitaciones, ganaste el premio a la mejor infiel del año».

Sale de la cama y se ata la bata. Odio amar su cuerpo y odio amar lo linda que se ve con el cabello revuelto como si ese hubiera sido el escenario de la tercera guerra mundial.

Odio amarla y amarla y amarla.

Cuando oigo cerrarse la puerta del baño, exhalo. Fijo mis ojos en el techo antes de tomar su almohada y ahogar un grito en ella. Pronto la suelto porque tiene su perfume y odio lo mucho que me gusta.

Odio odiar tanto, si es posible.

Como si fuera un niño teniendo un berrinche, pateo las sábanas para salir de su enredo y voy a la cocina. Necesito cafeína o alcohol. Tal vez un café irlandés, de esos que tienen whisky. Suelo ser gruñón y malhumorado por las mañanas, así que no me sorprende que Brooke no haya notado que estoy enojado.

Me siento en uno de los taburetes y espero a que salga. Ayer, de camino aquí, me imaginé un millón de maneras para confrontarla, pero ahora estoy escaso de ideas. ¿Qué le digo? ¿La acuso de forma directa? ¿Le hago una pregunta cuya respuesta sé para ponerla a prueba? ¿Hago un chiste al respecto? Identifico lo que no quiero hacer: a pesar de que me miente, no deseo echárselo en cara. No quiero quitarle la sonrisa.

¿Qué está mal conmigo? No lo sé, pero no es normal preocuparse por cómo se sentirá tu novia cuando la acuses con argumentos válidos de ser una adúltera. Debería priorizarme a mí, pero no puedo. Tal vez porque sé que Brooke es la única persona que querría casarse conmigo o porque soy consciente que no es fácil estar conmigo. Tal vez porque pienso que merezco a alguien como ella. Después de todo, soy un mal partido.

—¿Tostadas o waffles? —pregunta mientras busca una taza para prepararse un té.

Me digo que debo ser firme. No importa si muero solo. No puedo estar con alguien que me engaña. Soy un desastre, pero no merezco esto.

La ira se acumula. Cada segundo que pasa es un segundo que tienen las palabras en la punta de mi lengua para rebosarse en indignación.

Estoy por enviarla al infierno.

En cuanto se gire, se lo diré.

Estoy tan concentrado en eso que me termino sobresaltando cuando mi teléfono suena con la llegada de un mensaje. Hago malabares para no caer del taburete. Una vez que me aferro a la mesada, estiro el cuello y leo lo que envió el gnomo.

 Una vez que me aferro a la mesada, estiro el cuello y leo lo que envió el gnomo

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¿Pero qué...?

—Entonces... —Brooke se gira y me mira expectante—. ¿Tostadas o waffles?

Me aclaro la garganta.

—Tostadas, cariño —pido en un hilo de voz.

Quiero golpear algo. Ella me guiña un ojo antes de darme la espalda para cocinar.

Más vale que Pretzel tenga una brillante explicación.

Más vale que Pretzel tenga una brillante explicación

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El elevador de Central ParkWhere stories live. Discover now