5. Pactar con demonios

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Preswen

—No me está engañando.

Suspiro al borde de creer que es una causa perdida. Intento seguirle el paso aunque sus piernas miden más que dos Preswen Ellis apiladas una sobre la otra.

—Tu estado de negación alcanzó un punto crítico. Creo que no hay psicólogo que logre ayudarte a aceptar nuestra luctuosa e irreversible realidad.

Esquivo a una madre tirando del brazo de su hijo, niño que a la vez tira de la mano de otra niña que está aferrada al codo de otro y, dicho otro, guía a la cría más pequeña que sostiene entre sus manos un celular. No sé en qué momento les permitimos tener teléfonos a seres que apenas pueden caminar o limpiarse el trasero solos.

—Hemos sido engañados. Tenemos cuernos de carnero.

—No soy un carnero, Pretzel.

Colapso contra su pecho cuando se gira. Trastabillo hacia atrás pero él ni siquiera hace el intento de sujetarme, así que tiene suerte de que pueda recuperar el equilibrio, porque de otra forma hubiera almorzado mi puño por bruto descuidado.

—Venado, antílope, toro, rinoceronte —enumero—. Escoge los que más te gusten, el hecho es que los tienes.

—Brooke no me está siendo infiel. —Se inclina con los pulgares enganchados en sus caquis, separando cada palabra en sílabas—. Que haya aceptado las flores no significa nada.

—¿Qué excusa me darás ahora? ¿Son compañeros de gimnasio? ¿Miembros del mismo club de lectura? ¿Hermanastros secretamente enamorados? Porque eso sería un cliché. Antes de que defiendas cualquiera de esas teorías debo advertirte que ya las desmentí.

Desde el momento en que rodamos fuera del ascensor y descubrimos los coordinados mensajes de Brooke y Wells, hice un poco de investigación. Al principio, a pesar de que intentaba convencer a Xian de que nos estaban siendo infieles, no estaba tan segura como quería, pero si en algo somos buenas gran parte de la mujeres es en engendrar desde las teorías más creíbles hasta las más inverosímiles, y lo más importante, somos más que eficaces a la hora de comprobar si son correctas o no.

—Sé que hay una explicación lógica tras todo esto —asegura con terquedad.

Observa los caóticos alrededores como si contemplara la opción de perderse voluntariamente en ellos. Sé que no está convencido de lo que dice, pero a su vez tampoco cree en lo que sale de mis labios. Luce inseguro. Por primera vez, aunque solo sea por unos segundos, soy capaz de ver la preocupación y el peso de una posible infidelidad hacer decaer sus hombros.

No creo que pueda soportar la verdad.

—Lo siento.

Sus cejas, incluso más pelirrojas que su cabello, se juntan para enfatizar su carencia de comprensión hacia mis palabras.

—No acepto tus disculpas por arrastrarme al infierno ida y vuelta los últimos jueves.

—No me refería a eso. Bueno, tal vez un poco. Lo que quiero decir es que siento haber presionado tanto. No me arrepiento por haber abierto tus ojos o haberte golpearte con mi bolso por ser un imbécil, pero sí por no ser tan comprensiva al respecto. Tú novia, aunque lo niegues, te está engañado, y yo me la he pasado diciendo lo zorros que ella y Wells son. En ningún momento te pregunté cómo te sentías al respecto o te dejé procesar la información.

—Te estás poniendo sentimental. No tengo una caja de pañuelos escondida en el bolsillo y no quiero que mi camisa quede decorada con tus mucosidades, así que ahórrate eso.

Eso basta para ponerme de un humor malo otra vez.

—¿Por qué tenías que volver a ser tan apático? Si no quieres que empatice contigo, está bien. Me limitaré a compararnos con animales con cuernos cuando estemos juntos.

—¿Juntos? ¿Tú y yo? ¿Por qué, en mi sano y santo juicio, estaría de forma voluntaria a menos de diez metros de ti si no es con una orden de restricción vigente en la mano?

—A pesar de no tener habilidades sociales y de espionaje, eres una importante fuente de información. Te necesito para conseguir más pruebas y, antes de que te niegues, te propongo un trato.

—Los tratos con parientes consanguíneos de Satán siempre terminan perjudicándote.

Pienso en lo agradable que sería retroceder unas cuadras y meter su cabeza en el tanque de agua hirviendo del carrito de hotdogs.

—Wells tiene programada una supuesta cena de negocios para el próximo jueves. Descubre qué hará Brooke ese día y encuéntrame en el ascensor a las seis. —Me mira con horror. Para él, mi cauto plan está ligado a la paranoia—. Si no logro probarte nada ese día, dejaré el acechamiento. Si lo hago y logro convencerte, me ayudarás a encontrar todo lo que necesito para exponer a Wells.

Le tiendo una mano para sellar el trato, pero intercala la mirada entre mis dedos y mi rostro con escepticismo.

—Omitiste la opción en la que no acepto tratos con familiares de demonios.

—Los demonios no existen.

—¿Alguna vez te miraste en el espejo?

—Vete al diablo.

—Aún no estoy listo para conocer a tu padre.

Dejo caer la mano. Que tome el asunto a la ligera me molesta, sobre todo porque para mí no hay nada de ligero en el tema. Pesa mucho saber que la persona que duerme a mi lado parece haber olvidado cuánto decía quererme en el segundo en que vio a una Rapunzel moderna. El peso es tanto que envuelve mi corazón en un abrazo destructivo y lo hace añicos. Sin embargo, no voy a juntar los pedazos que restan frente a este hombre que no hace más que burlarse. Voy a esperar a llegar a casa, armar un fuerte de almohadas sobre la cama y poner una película o canción triste para que potencie mi aflicción. Algunos dicen que soy una masoquista.

Comienzo a alejarme decidida a hacer el trabajo por mi cuenta.

—¡Pretzel, espera!

Me detengo en medio de la vereda y él me mira con el labio inferior entre los dientes, en un gesto pensativo.

—Estoy esperando, Pan.

—¿Cómo puedo confiar en que cumplirás tu parte del trato?

Le sonrío con autosuficiencia.

—Pactar con demonios nunca es seguro, siempre terminan perjudicándote.

—Pactar con demonios nunca es seguro, siempre terminan perjudicándote

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El elevador de Central ParkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora