30. Amistad en construcción

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Xian


Cuando regresamos al autobús y pasamos frente al Madison Square Garden, famoso pabellón deportivo, Preswen me preguntó qué deporte extremo me gustaría intentar. Le dije que siempre quise probar esferismo, a lo que respondió que rodar colina abajo dentro de una esfera de plástico en la que no corrías riesgo no era extremo.

Discutimos por eso.

Tras ver la extraña arquitectura del edificio Flatiron le pedí que me contara qué fue lo más estúpido que había hecho en su vida. «Serle infiel a Vicente», respondió, pero para mí eso no valía.

Discutimos por eso.

Cuando dimos una vuelta alrededor del arco iluminado de Washington Square, basado en el arco del Triunfo de París, planteó la pregunta de si nos sacrificaríamos por un extraño.

Discutimos por eso.

En realidad, puede que discutiéramos al principio de esta extraña relación, ahora debatimos. Puntos de vista van y vienen, reconstruyen y derrumban ideas, generan nuevas perspectivas.

La mente de Preswen es brillante. De cualquier tema que se aborde, tiene algo para decir. No de todos sabe, pero opina sobre ellos aclarando que es una ignorante desde el comienzo. No le da vergüenza inquirir sobre lo que no sabe y escucha con atención. Pocas veces interrumpe al otro mientras opina o cuenta una historia y si lo hace noté que se disculpa. Antes ese detalle se me hubiera escurrido entre los dedos.

—¿Cómo se llama tu mejor amigo? —continúa.

El bus va directo hacia el puente de Brooklyn, que se vislumbra a varias cuadras. Me encojo de hombros dentro de mi abrigo. Hace demasiado frío. Podría mear desde aquí arriba y el líquido se congelaría en el aire. También se me caería el pene, pero intento no pensar en la pérdida de tan fiel y útil compañero.

—No tengo amigos, mucho menos uno que entre en esa categoría.

—Ya imagino por qué. —Se ríe mientras tirita a mi lado.

Le dije tres veces que deberíamos ir abajo, pero se niega. Es tan terca que desata toda mi exasperación.

—Pero ahora te tengo a ti, así que cargarás con la responsabilidad de todos los amigos que nunca tuve.

—¿Qué delito cometí para tal condena? Exijo un cambio de juez.

—Muchos. En primer lugar, entraste a mi vida sin invitación y eso me perjudicó por donde lo mires. Sin ti hubiera vivido feliz en la ignorancia. Puede que ya estuviera casado a esta altura.

—¿Qué persona está casada y es feliz? —se burla—. Te hice un favor.

—No generalices. Es verdad que la tasa de divorcio aumentó de manera considerable con los años, pero hay gente que se casa y todo sigue igual o mejor. Firmar unos papeles no debería cambiar nada.

Mis padres son un buen ejemplo.

—Si solo es un estúpido papel, ¿por qué firmarlo? Se podrían haber gastado el dinero que están invirtiendo en la boda en viajes o algo así. En tu caso de tacaño extremo lo podrías haber guardado en una caja fuerte para apreciarlo.

El elevador de Central ParkWhere stories live. Discover now