8. Se busca traductor

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Xian

Caminamos en silencio bajo la contaminación lumínica de Nueva York. Me ustaría no sentir lástima por ella, pero lo hago y eso me fastidia.

Muchos sostienen que la empatía es algo bueno que nos conecta con los demás, que nos hace más humanos, pero una parte de mí odia ponerse mal por otros cuando ya me sentí lo suficiente horrible por mi cuenta durante mucho tiempo. No necesito pinchazos de tristeza extras cuando ya cubrí mi cuota de agujas.

La miro de reojo. Camina con los brazos cruzados y la mirada fija al frente. No sonríe como maníaca como suele hacerlo, aunque no la culpo. Comenzó a llorar sin darse cuenta unas cuadras atrás y me sorprendió lo que dijo. Creo que la situación la sobrepasó. Desde el primer momento se enfocó exhaustivamente en revelar una traición, y puede que eso mismo haya sido una salida para no enfrentar sus sentimientos.

Parecía tan celosa de que yo siguiera creyendo en Brooke que me di cuenta que muere por tener algo de confianza en su relación. Anhela negarse ante la idea de Wells y mi prometida juntos, pero no puede. Tal vez piensa que si les quita la máscara a los demás en lugar de dejar que se la quiten solos, dolerá menos.

—Pretzel.

¿Quién me condenó a tener corazón para querer hacer sentir mejor a los demás?

—¿Qué?

Estamos por llegar a la puerta del restaurante.

—No puedes llorar.

—¿Por qué? —Salta a la defensiva—. Todos tienen derecho a exteriorizar sus sentimientos.

—No puedes hacerlo porque se te corre el maquillaje —objeto.

Gira la cabeza hacia mí y sé que sopesa la opción de empujarme a sabiendas de lo mucho que me costó ponerme de pie con estos zapatos.

—¿Y qué si se corre?

—Si a ti se te corre el maquillaje, también se me corre a mí. Somos una especie de equipo, ¿no?

Procesa la oración. Detiene nuestro paso y en su mirada se reflejan las luces de toda una ciudad junto a una curiosidad innegable. Entonces, una pequeña sonrisa tira de sus labios.

—¿Acabas de darme a entender que si me siento mal y lloro, tú te sentirás mal y llorarás conmigo solo para acompañarme a través del dolor?

Mis mejillas y cuello se convierten en parientes próximos de un semáforo en rojo. No me ruborizaba así desde que mi madre me encontró jugando con el pequeño Xian en mi habitación a los quince, frente al computador. Gritó tan alto que mis hermanas y mi padre vinieron corriendo al creer que alguien estaba muriendo.

Ese fue el funeral de mi dignidad. Jamás la recuperé.

—Sí, tus neuronas tienen un problema para hacer sinapsis dado que tardaste todo un comercial de televisión en darte cuenta.

Mi crítica a su lentitud cerebral no cambia su nuevo estado de ánimo. Me escudriña al tiempo que la brisa otoñal le alborota el cabello. De las dos, soy yo la que está más peinada ahora.

—Te esfuerzas demasiado.

—¿En qué?

—Pretendiendo ser un cretino que, en mayor parte, no eres.

Arqueo una ceja y ella arquea la suya en respuesta, en la invitación a un desafío para que la contradiga. Terminamos riendo un poco. No es el tipo de risa que saca lágrimas, sino que se desvanece con tanta suavidad que no deja rastro. Sus ojos se achinan cuando lo hace y sus hombros tiemblan como si le hicieran cosquillas. No es tan desagradable cuando se ríe.

El elevador de Central ParkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora