31. Brillo y sangre

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Wells


He caminado en círculos por la última hora.

Me gustaría no estar encerrado aquí, rodeado de sus cosas. Su bolso Gucci grita «¡Culpable!» desde donde cuelga, y sus botas Louis Vuitton me juzgan desde su escondite debajo de la cama. Intenté pasar tan poco tiempo adentro como me fue posible, pero ahora estoy atascado en su espera. La citaría en otro lugar, pero llueve a cántaros y conociendo a Preswen sé que armaría un escándalo en público.

Eso se le da bien.

Me detengo frente a nuestra estantería. La colección de nuestro escritor favorito, Amir Dallimus, está en el estante del medio. Saco uno de sus favoritos, de los que logré que fuera autografiado y usé para que saliera conmigo, y lo abro en páginas al azar, viendo las citas que subrayó con lápiz.

«Me harté de sangrar por otros, sobre todo por los que no lo merecen. No puedo con sus balas y las que son destinadas para mí. Mis heridas jamás cerraron solas a pesar de que mostré lo contrario por tanto tiempo».

«La primera vez que lo vi mi corazón no se sobresaltó. No me temblaron las rodillas ni me quedé sin palabras o aliento. Sentí que lo conocía de algún otro universo, así que solo me acerqué y actué como si fuera el amor de mi vida, con el que había vivido mil aventuras, alegrías y pérdidas. No me equivoqué, lo era».

«La traición de quien te sonríe por las mañanas es peor que la de cualquier demonio nocturno. Jugar a los ángeles, cuando no se es uno, termina revelando que el traidor no tiene alas para volar lo suficiente rápido de la escena del crimen. Debe enfrentar las consecuencias».

«¿Amar? Cuatro letras no bastan para describir lo que siento en brazos de este hombre. Él hace que el amor sea poco y nada. Tiene que existir una palabra superior, y si no lo hace es porque no es posible describir el sentimiento que te hace brillar de adentro hacia afuera al toparte con universos infinitos en los ojos de alguien más».

Cierro el libro sin poder soportarlo más. Lo devuelvo a su lugar y ahogo un grito entre las manos antes de pasarlas por mi cabello una y otra vez, frustrado conmigo mismo.

Nunca tuve miedo de enamorarme. Lo que me aterraba era llegar a tener que pasar por el proceso de desenamoramiento.

A veces una relación no funciona por causas externas o te percatas que la persona no es buena para ti o tú para ella —que uno llora y sufre más de lo que ríe y disfruta—, y es necesario dar un paso atrás si el intento por arreglarlo no tiene resultados. En ese caso, mi cuerpo tendría que desaprender a correr hacia el suyo en la búsqueda de refugio y debería obligar a mi mente a no recordar el mundo que sentía cuando estábamos bien.

Tendría que dejar de vivir en un pasado que amé para enfrentar una realidad que detestaré hasta nuevo aviso.

Sin embargo, me desenamoré sin que doliera. Mi miedo inicial se convirtió en un hábito del que no era consciente y que puse en práctica desde que conocí a alguien más. Ahora es Preswen la que deberá salir del enamoramiento y soy un cobarde por ni siquiera ser capaz de decirle que estoy viendo a otra persona, pero no quiero terminar de partir un corazón que no sé si podrá recomponerse.

Dejé de amarla hace tiempo, al menos de la forma en que amas a tu pareja. No quiero herirla, pero sé que ya lo he hecho y solo es cuestión de que se entere. Espero que sepa perdonarme y no guarde rencor a los buenos años que tuvimos, a ese tiempo en que los sentimientos eran genuinos. Pres no merece esto. Ya sospecha, pero tener una corazonada no golpea de la misma forma que tener una confirmación de fuente confiable.

Solo tengo que aguantar un poco más.

Saco el teléfono del bolsillo de mi traje y miro la hora. Son las tres de la mañana y aún no aparece. He estado esperándola desde que salí del motel a las diez y media. Inquieto, le mando un mensaje a Brooke preguntando si sigue despierta. Llama en respuesta, lo cual es extraño.

—Hey —dice con suavidad, y con un monosílabo la tensión de mis músculos se reduce a la mitad—. ¿No puedes dormir?

—Ella no llegó —digo en su lugar, sentado al borde de la cama mientras me quito los zapatos—. No me sorprende. Últimamente no me dice a dónde va. Jamás lo hizo, pero antes al menos me enviaba un texto dejándome saber que no la habían arrestado o algo por el estilo.

A Preswen nadie puede seguirle el ritmo. De su cabeza salen ideas que terminan por atropellarte. Recuerdo que planeó nuestra tercera cita. Esperaba que eligiera un restaurante o una película para ir al cine, pero terminé en un salón de belleza canino. Jamás me divertí tanto bañando cachorros. No teme salir de fiesta sola o hacerse amigos sobre la marcha de sus locuras. Es algo que siempre adoré de su persona.

—Debe estar con alguna amiga —tranquiliza y hace un pausa insegura—. ¿En verdad se lo dirás?

—Ya lo hablamos, Brooke. —Desprendo los botones de mi camisa y la arrojo para lavar. Necesito quitarle el perfume de mujer—. Seguir con esto implica dejarla. Está desperdiciando tiempo conmigo, se lo debo. Además, no soy tonto. Por algo me preguntó lo que preguntó. Sé que tiene sospechas. Lo peor de todo es que son ciertas y se lo negué justo frente…

—Basta —interrumpe, firme y triste a la vez—. Deja de torturarte, por favor. No es todo tu culpa. No elegimos a quién amar, simplemente amamos. Decírselo antes o después no cambia lo que sentirá al enterarse.

—Por eso te quiero —susurro—. Siempre sabes qué decir.

—También te quiero, Wells. Estamos juntos en esto.

Nos quedamos en silencio por un rato. A veces solo nos gusta saber que el otro está ahí. Resulta reconfortante.

—¿Estás en tu departamento? —Frunzo el ceño al oír el televisor de fondo.

—Sí, ¿por qué? ¿Te gustaría venir? Se me antoja comida tailandesa.

—¿Xian no está ahí?

—Aparentemente no. —Hay agotamiento en su voz—. Dijo que tenía planes con su hermana, tal vez se quedaron hasta tarde tomando unas copas…

—Ambos sabemos que eso no pasó. Tasha se quedó a cenar con sus padres en esa mansión tan poco modesta que tienen, incluso subió una foto a Facebook. Dios, no puedo creer la cantidad de dinero que tienen esos tipos.

Me tiro de espaldas en la cama y observo las paletas del ventilador.

—Sigamos el plan y todo saldrá bien —aseguro—. Probablemente te está evitando luego de esa confrontación. Dale tiempo, volverá.

—¿Cómo estás tan seguro? Tú no viste cómo me miró. Ya no confía en mí.

—Una parte de él aún lo hace. Solo hay que volver a ganarse el resto. Ten fe. Nadie podría desenamorarse de ti, lo prometo.

 Nadie podría desenamorarse de ti, lo prometo

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El elevador de Central ParkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora