41. Amigos en noviembre

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Preswen


Le pongo una copa en la mano y brindamos.

—Te rompieron el corazón por primera vez, bienvenido al mundo del fracaso amoroso. Ya perdí la cuenta de cuántas veces dejé entrar a alguien y destrozó todo.

Sus ojos vagan por el whisky como si fuera un oráculo fuera de funcionamiento y estuviera a la espera de que lo reparen para preguntarle sobre su futuro.

—¿Hablaste con tu hermana?

—Le dejé un mensaje de voz.

Sus hombros están caídos. Todo él, en realidad. Parece un pene flácido sentado en el taburete de mi cocina. Es miserable.

—Le dije que las buenas personas no venden la felicidad de otro para costear la suya, y que no quiero saber de ella por un par de meses. También que la amaba a pesar de que es una persona horrible, y le pedí que no me buscara extiende.

—No sé cómo consolarte, amigo pene flácido —lamento.

—Puedes empezar no refiriéndote a mí de esa forma, amiga vagina reseca.

Me río porque es lo único que nos queda.

—¿Qué con el resto de tu familia? ¿Les contarás lo que hizo Tasha y lo que ocurrió con Brooke?

Me tomo de un trago lo que resta de mi alcohol. Saco la lengua afuera y sacudo la cabeza cuando siento el infierno en la garganta. Él se bebe el suyo y desliza la copa por la mesada, como si estuviéramos en una cantina. Con gusto la relleno.

No le ofrezco tomar del pico porque pienso hacerlo yo. Este fue el peor fin de semana que he tenido en mucho tiempo y creo que alcanza el primer puesto en el top del suyo.

Se encoge de hombros.

—No lo sé. Sé que debo contarles, pero... No quiero. Decirlo en voz alta lo hace más real de lo que ya es y no estoy de ánimo para recibir abrazos de compasión. No quiero sentirme avergonzado.

—No tienes que sentirte así.

—Pues lo hago —escupe.

No le reprocho la brusquedad. Él mismo se da cuenta y en sus ojos destella una disculpa. Se frota los párpados con cansancio y al abrirlos vuelvo a ver la mirada enrojecida con la que apareció en mi puerta hace veinte minutos.

—Lo siento, pero... No sé. No sé qué quiero hacer. No sé nada. Nunca me detuve a pensar que si alguien importante salía de tu vida se llevaba consigo los cimientos sobre los que mantenías el equilibrio. Ahora tengo que construir otros y mientras tanto me siento una gelatina. No hay nada estable, Pretzel.

—Me gustaría decir que estás siendo una reina del drama. —Le acerco la botella de whisky. Él la necesita más que yo. No quiero ser una perra egoísta como su hermana—. Pero detesto a las personas que regañan a las demás por supuesta exageración. ¿Qué saben ellos de tu historia o de lo profundo que puede afectarte algo? Se olvidan de que ser uno implica ser lo que el otro no es, sentir de forma distin... Ay, no, espera, ¡no llores! —suplico desesperada—. El alcohol en sangre me pone filosófica. Ignórame.

Niega con la cabeza y se toma un cuarto de la botella de un tirón, antes de señalarme con ella.

—Estoy sensible, no te disculpes, y de ser dramático se me hubiera pegado de ti.

Sonrío.

—Tú me hubieras pegado lo estúpido.

—Ofendes, Pretzel.

El elevador de Central ParkWhere stories live. Discover now