7. Dramatizar

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22 de octubre, 2015


Preswen

Miro impaciente mi reloj mientras camino de un lado al otro por el corredor. Si hay algo que me irrita más que los hombres que se olvidan de subir a tapa del retrete, es que las personas lleguen tarde a citas acordadas con antelación.

—¿Dónde diablos está?

—Desgraciadamente en el mismo planeta que tú. —Me sobresalto al oír las puertas del elevador abrirse a mis espaldas—. ¿Nunca consideraste ser astronauta? Tu demencia y tu trasero pesarían como diez veces menos en la luna.

Tiene los tobillos cruzados y las manos metidas dentro de sus caquis. Luce igual de estúpido que la última vez que lo vi.

—¿Dónde te habías metido? Primero te dije que nos veríamos a las seis, luego tú me dijiste que nos veríamos a las ocho, y ahora... —«Quiero golpearte», pienso—. ¿Tenías algo más importante que hacer que descubrir si te están siendo infiel?

Doy un puñetazo al botón del tablero.

—Tal vez tengo otras prioridades y necesidades básicas que están antes que jugar al espía contigo, ¿tal vez asistir al trabajo y evitar que mi jefe despida mi culo de aquí? ¿Chequear en Facebook que no olvidé el cumpleaños de mi madre por segunda vez mientras estoy sentado en el baño de la oficina?

Me asqueo.

—No puedo creer que pienses en tu madre mientras estás en el baño. Tampoco soy capaz de identificar producto de qué mutación genética saliste. Tu anormal y constante malhumor parece escrito en tu ADN, y tu falta de compromiso junto a tu imbecilidad son tan fascinantes que podrían ser usados como objeto de estudio. —Detengo el ascensor de golpe y él se tambalea—. No voy a mentirte, quiero matarte justo ahora por mil motivos diferentes, comenzando con que retrasaste mi plan.

—Es bueno que esta no-relación que tenemos tenga como base la honestidad —reconoce mientras dejo mi bolso a sus pies—. Terminemos con esto, ¿quieres? Explícame qué se supone que haremos y, por favor, dime que es legal.

Ladeo la cabeza y repaso los pasos a seguir en mi cabeza una vez más.

—¿Cuál es tu definición de legal?

Me lanza una mirada de desaprobación antes de arrodillarse frente al bolso y abrirlo.

—La gente como yo no sobrevive por mucho tiempo en la cárcel, Pretzel. Ten eso en cuenta —recuerda mientras revuelve confundido mis cosas—. ¿Por qué trajiste como cinco mudas de ropa? ¿Eres una adicta a las compras de la misma forma en que eres adicta a hacer miserable mi vida?

—La gente como tú no sobrevive ni en una incubadora —corrijo—. Y traje mucha de mi ropa porque no sabía qué te quedaría bien.

Sus cejas se disparan hacia arriba al sacar una peluca rubia. Me señala con ella horrorizado.

—Ni lo pienses. No hay forma de que mientras esté consciente logres meter mis nalgas dentro de una falda y mis piezotes en una máquina de tortura como esa. —Hace un ademán a mis zapatos.

Estos solo tienen diez centímetros, no sé de qué se queja. Opto por sonreírle con una pereza maliciosa.

—No subestimes el poder de insistencia de esta chica, Xian Silver.

El elevador de Central ParkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora