16. No soy el sol

95.3K 12.4K 1.8K
                                    

Xian

Es pasada medianoche cuando salgo del bar. Me pregunto si Brooke estará despierta esperándome.

Me acomodo el cuello de la chaqueta cuando echo a andar por la vereda, pero el ruido de los tacones a mi espalda me obliga a darme vuelta justo cuando ella abre la boca, lista para llamarme.

—No —advierto—. Aléjate, en serio. No quiero estar cerca de ti. Esta amistad o lo que sea que teníamos se terminó.

Preswen frena en seco, aún agitada por correr menos de cuatro metros. Está en mala forma, y aunque sea un pensamiento feo, me alegra que ver tantas series echada en la cama atragantándose con comida chatarra le esté pasando factura. Sé que no podrá correrme por todo Nueva York así.

—No voy a dejar de seguirte hasta que me dejes terminar de explicarme.

La ignoro y sigo mi camino. Corre para alcanzarme, por lo que acelero el paso y hundo mis manos en los bolsillos de mis abrigo.

—¡Xian, detente! Sé que no tienes por qué escucharme, pero hazlo, por favor.

Toma mi codo y tira con fuerza hasta que estamos frente a frente. Eleva el mentón para sostener mi mirada. Odio el instante en que me invade esta culpa que no tengo por qué sentir, pero verla triste me genera demasiados sentimientos que no quiero tener.

—Sé que no soy el sol para tu girasol interno, pero dame unos minutos.

No entiendo lo que acaba de decir. Es obvio que está algo ebria. Me siento celoso. Yo también quería emborracharme, pero entonces, no sé por qué, tuve la brillante idea de llamar a mi hermana. El ex novio de Tasha bebía mucho, y a pesar de que ella no lo dice en voz alta, sé que no le haría gracia que le hablara con el aliento de un alcohólico. Le traería malos recuerdos, por eso pedí agua.

«Agua. ¿Escuchaste eso, Jesús?». Necesitaba tres barriles de whisky y pedí un maldito vaso de agua solo por mi hermana. Esa fue mi buena acción del día, pero ya no más. No voy a concederle tiempo a alguien que no lo merece.

—Vete al infierno, me voy de aquí.

Trato de partir, pero me toma por los antebrazos.

—No estoy lista para visitar a papá —suplica.

Examino su rostro en detalle. Quiero reírme por el comentario y el recuerdo de mí mismo identificando a su padre como el mayor de todos los demonios, tanto como deseo zafarme de su agarre, lo cual sería sencillo, pero temo que si me muevo lo haré con brusquedad por el enojo y podría lastimarla; tal vez la haría tropezar, y aunque la quiero lejos de mí, no me gustaría que terminara sobre su retaguardia en la calle, en la espera de que la pisen.

—Lo que sea que digas no me hará cambiar de parecer. —Bajo la voz y trato de ser más suave—. Ya déjalo. Estás borracha, así que llamaré a un taxi de confianza para ti, pero luego no quiero verte más. Arregla tus cosas y yo arreglaré las mías. Haz de cuenta que nunca nos quedamos atascados en ese elevador.

Estoy cansado de estar molesto, herido o como sea que estoy. Consume muchísima energía enojarse y decir cosas crueles como he estado haciendo hasta ahora no nos llevará a ningún lado bueno. Mis pensamientos pueden quedarse en mi cabeza. Se nota que se siente mal y sabe que no la miro con los mismos ojos, así que de nada sirve este lío dramático en el que nos estamos envolviendo. No tiene por qué correr y yo no tengo por qué huir. No estamos en una película.

—Pero sí pasó —insiste—. Soy consciente de que no soy la persona más racional ni santa del mundo, pero solo te pido unos minutos. Luego te dejaré. Lo prometo, no volveré a intentar convencerte de nada.

El elevador de Central ParkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora