39. Una última bala

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Preswen

La señorita Szary es un personaje de Amir Dallimus, nuestro escritor favorito.

En su mundo ficticio, la gente se apellidaba como los colores, que representaban el carácter de cada familia. Szary significa gris en polaco, y es lo primero que Wells y yo pensamos cuando confesó que Brooke no engañaba a Xian pero Wells a mí sí.

Solo había dos posibilidades en mi cabeza: infieles o leales, y al final no fueron ni una cosa ni la otra. Fue mi error tomarlos como un conjunto.

Ni blanco ni negro, sino gris. Uno era un infiel y el otro no.

Sin decir nada, salí de la oficina y Wells me siguió. Los cuatro sabíamos que era hora de dividirnos. Cada pareja tenía que hablar a solas y si permanecíamos juntos lo que ocurriría sería que Brooke terminaría defendiendo a Wells y yo a Xian, metiendo las narices en la relación del otro cuando no deberíamos.

Ya suficiente enredados estamos así.

Cuando entro al elevador, por un segundo me olvido de lo que sucede. Estas cuatro paredes fueron mi refugio por un mes y medio. A pesar de que nuestros planes involucraran el exterior, aquí adentro el mundo se sentía a kilómetros de distancia.

Wells entra y presiona el botón del primer piso antes de meter las manos en sus bolsillos. Su codo roza mi brazo y me estremezco, pero no me aparto. Cierro los ojos y por seis pisos oigo su respiración y aprecio el calor que su cuerpo emana, cálido a mi lado, antes de extender el brazo y hacer que nos detengamos.

—No te estoy siendo infiel, Preswen. Créeme, jamás te haría algo como eso, lo juro —repito las palabras que me dijo hace unas noches, tranquila.

No siento como si se me hubiera partido el corazón a causa del dolor, tampoco como si fuera a estallar en cualquier minuto en consecuencia de la ira. Fui consciente de que este momento llegaría. Sabía que me engañaba y me preparé mentalmente durante seis semanas para esto, pero ahí está el asunto: cuando sabes que algo malo sucederá, lo primero que haces no es entristecerte o enojarte, sino asustarte.

Estoy asustada porque no sé qué hacer a continuación. Mi plan llegaba hasta aquí. Es como si tuviera la mitad de los ingredientes de una receta y debiera adivinar el resto. Puede salir cualquier tipo de pastel, ¿y si no me gusta?

Mejor meteré mi cabeza dentro del horno en su lugar.

Si me hubiera dicho que estaba enamorado de alguien más hace meses, no dolería tanto. Ahora quiero que me devuelva todo, porque las partes mías que entregué —los secretos, las inseguridades, los traumas, los miedos, los sueños, los objetivos y mis mejores y más íntimos recuerdos— no los merecía una persona que me estaba lastimando a propósito.

Tal vez quien lo merecía era alguien que me privé de conocer por estar con él.

—No tienes que dar explicaciones. —No lo miro y él tampoco a mí—. Fui tú una vez. Conozco las mentiras y por qué las dijiste. Estoy familiarizada con conocer a alguien que te muestra el mundo de otra forma. —Las lágrimas me queman la garganta, pero no son por impotencia, sino por culpa de haber cometido el mismo error una vez—. Cuando te conocí, sentí lo que sientes tú por Tasha ahora, pero también sé lo que se siente romperle el alma a alguien y dejarlo atrás, como harás conmigo, ¿y sabes qué? El remordimiento que sentirás, ella no lo podrá hacer desaparecer, como tampoco tú hiciste desaparecer el mío con Vicente. Ese es el castigo de ser infiel. Te lo aplicas tú solo.

Asiente. Sus ojos, como dos tazas de café humeante que se anhelan un día frío, reflejan que no está orgulloso de lo que hizo, pero tampoco tan arrepentido como para no volver a hacerlo si se le presentara la oportunidad.

—No hay mucho que pueda añadir a eso —dice. Hace el ademán de tocar mi codo, pero sus dedos quedan suspendidos en el aire—. Sé que no servirán las disculpas y tampoco las estúpidas justificaciones, como tampoco decirte que te quiero o que mereces algo mejor que yo, pero tengo una pregunta.

Pongo en marcha el elevador otra vez. Esta vez sus dedos llegan a mi muñeca y sonrío a medias. Es curioso que deba ser yo la que conteste preguntas cuando si esto le pasara a dos personas distintas sería al revés.

—No queda mucho a lo que dispararle a este punto —digo abriendo los brazos, aceptando ser su objetivo—. Adelante.

Su pulgar acaricia mi piel. Hay una diversión apagada en sus ojos.

—¿Nunca dudaste de que no te engañara?

Me aturde oírlo al principio. Por dos pisos no contesto. Respondo cuando las puertas se abren.

—Ni por un segundo.

Con eso descubro varias cosas. En primer lugar, que mi amor por él se había desvanecido hace tiempo. Por eso fue tan fácil desconfiar. Tal vez en el fondo quería dejarlo y no sabía cómo, y entonces apareció la oportunidad perfecta. En segundo lugar, que él sabe que no lo amo. Eso no justifica nada, pero me hace dar cuenta que estaba tan vacía de tantas cosas que busqué llenarme de malas en carencia de las buenas. 

En ocasiones sumergirse en muchos problemas es más fácil que enfrentar el único que te aterra.

Deposita un beso en mi frente antes de salir. No tengo obligación de contarle lo que Tasha hizo y que no es como cree, pero me veo en sus zapatos. Luego de engañar, salí engañada una vez. Él puede estar corriendo el mismo destino: yo soy su Vicente, el bueno, y Tasha podría ser su Wells, el malo.

—Wells —llamo, a lo que se gira. Sostengo las puertas para que no se cierren—. Dile que le va a costar sacar la pata de esta. Ella entenderá, éramos amigas.

Lo dejo pasmado, pero no me preocupo en dar más explicaciones. Al fin y al cabo me fue infiel, tan fácil no se la voy a poner.

Vuelvo a subir, pero no en busca de Xian. Le diré a su superior que no quiero publicar nada con D-Walls Ediciones. 

Mi manuscrito y yo nos vamos a casa.

Solo tengo que averiguar a qué considero casa.

Solo tengo que averiguar a qué considero casa

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El elevador de Central ParkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora